Wednesday, May 23, 2007

proSÁBADO 040




...EL DRAMA DEL DESENCANTADO que se arrojó a la calle desde el décimo piso, y a medida que caía iba viendo a través de las ventanas la intimidad de sus vecinos, las pequeñas tragedias domésticas, los amores furtivos, los breves instantes de felicidad, cuyas noticias no habían llegado nunca hasta la escalera común, de modo que en el instante de reventarse contra el pavimento de la calle había cambiado por completo su concepción del mundo, y había llegado a la conclusión de que aquella vida que abandonaba para siempre por la puerta falsa valía la pena de ser vivida.

El drama del desencantado/ Gabriel García Márquez
[Colombia, 1928]
http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/ggm/ggm.htm
http://www4.loscuentos.net/cuentos/other/13/
http://es.geocities.com/cuentohispano/garcia_marquez/garcia_marquez.html
http://www.mundolatino.org/cultura/garciamarquez/ggm1.htm
http://sololiteratura.com/ggm/marquezbiografia.htm

Contenido

El iris – Soyaguila
El nacimiento del olvido – Roberto Sánchez
Dogmas – Rubén Sánchez Féliz
Sabor a trufas – Helga Vega
Una de mil noches – Alfredo Cedeño
Jaguar – Enmanuel Andujar

El iris

¿A cuántos lugares del mundo podría representar esta imagen, cuántos ojos captarían ese cielo, los matices del agua, los relieves de la tierra? ¿A qué dimensión de realidad entramos al observar por la lente, una elegida entre otras, para que sea sólo esa, la que capte el segundo de observación posible de mi ojo derecho? ¿Es acaso perceptible para otro ojo derecho, este mismo contenido ínfimo del Universo? Una música puede brotar, desde una partitura bordada con los trazos de esa inmensidad y mi pequeñez. Deja su impresión, la huella de algo vivido hace tiempo, un tiempo que no puedo descifrar, aunque la memoria del iris lo reconozca. Al abrirme a esta imagen, cada vez, su eternidad se vuelve el instante presente, novedad, y no hay ningún otro rastro agregado a lo que alcanzo a ver, pues he comenzado a sentir a la historia, como la mezquina necesidad de mantener vivo lo que ya no se es, para tan solo alimentar, la posibilidad ilusoria de que algo nos ha pertenecido alguna vez. Mientras la identidad se imponga, escondida y dando batalla tras los velos de eso que afirmamos haber sido, difícilmente se dejará traslucir la Existencia Real de lo que posiblemente podamos llegar a Ser hoy.

® Soyaguila

El nacimiento del olvido

Un viento lavado por la lluvia penetra a tu casa, te alborota el ánimo y espanta la monotonía estacionada sobre ti, sobre los objetos, sobre tu vida. A cada caso, su solución, meditas. Aparte del aguacero precipitándose a distancia, otra preocupación no interrumpe tu espíritu. Esta modorra te ha seguido los pasos desde hace una semana y media. La pesadumbre maniata los deseos, la movilidad y las miradas. Ahora, la llovizna te moja las escasas preocupaciones y destapa en tu interior innumerables motivaciones infantiles que aún son fijaciones benignas. Por ejemplo, el deleite que te producía la súbita aparición de las golondrinas anunciando la lluvia (mentira que te acompañó hasta la secundaria, ya que no es que anuncien nada, sino que el fenómeno provoca que muchos insectos voladores salgan despavoridos para no perecer y ellas aprovechan la situación para alimentarse con ellos), la maravilla de los baños en el río mientras la lluvia se derramaba, los correteos y las mojaduras bajo un caño de agua de casa ajena que masajeaba la cabeza y la piel, la observación de las variadas formas en que el viento arrastraba la lluvia, la coloratura y la voluminosidad de la misma, la inexplicable caída con el sol afuera, la insólita aparición del arcoiris, en resumen, el mágico acontecer del fenómeno. Pero no puede quedarse sin explicar el enojo y las reprimendas de tu mamá, porque “sólo caen tres gotitas y ya tú estás lloviznándote, y luego la gripe, y ese catarro que molesta tanto”. Sin embargo, estas atemorizaciones no eran suficientes como para amedrentarte o detenerte. Para cuando alcanzaste la adolescencia, esto se había transformado en una costumbre arraigada. Ya en la adultez es cuestión inherente a tu personalidad. Comoquiera que se mire, el recuerdo es la nostalgia multicolor, la caja negra del individuo. Una manifestación inmediatamente genera otra, por lo que debes acudir rápido y cerrar las persianas, ya que las gotas están mojando el piso y el mobiliario. Todo fluye para bien o para mal. Un ansia irrefrenable te invade y sales al torrencial aguacero a satisfacer la vieja necesidad bajo el asombro y la risa de la vecindad. “Ese tipo está loco. Siempre que llueve hace eso”. “Con todo y ropa, ¡vaya hombre!” El internamiento en el agua y en su música nulifica los comentarios y los cuestionamientos de las voces habladoras. La humedad vence la tela y la piel se estremece, se crispa. Ocurre el trance de la adaptación al frío y te percibes distinto, rejuvenecido, otro. En el proceso de esa renovación se citan besos y caricias, abrazos y susurros, miradas y voces; debiera ser la ocasión del encuentro de los cuerpos, del contacto sublimizador de células y hormonas, miembros y cavidades, vellos y membranas. En esa armonía individual te afloran sensaciones y pulsaciones. La oportunidad, su efecto, te provocan el olvido del aciago hoy. Los avatares han sido suplantados sin premeditación, sin la alevosía que implica el desafío y sus congéneres. Ahora crees que unas manos se estacionan en tu rostro y te lo borran, dando lugar a la cabeza del arcoiris, adonde acuden pájaros, doncellas, peces, mariposas, libélulas, brisa, y tu amada. En su cabellera juegan los colores, su faz es de estrella, su piel es como la miel, un ruiseñor va en su voz... Tú bordas una canción, y es la fiesta. Ahora todos danzan y celebran el nacimiento del olvido. [a René]

© Roberto Sánchez

Dogmas

El violador cayó de bruces sobre el empedrado. El alcalde y sus asistentes lo rodearon. Tras fuertes forcejeos, lo amarraron del árbol más cercano con el fin de ejecutarlo. El párroco arribó jadeando, crucifijo en mano, y empezó a reñir con el alcalde:

—¿Quién eres tú para ultimarlo? Dios es el único que puede juzgar a esta oveja descarriada.

El alcalde, a su vez, preparó el fusil y repuso:

—En eso estamos de acuerdo, Padre. Pero como se trata de mi hija, es mi deber hacer que Dios juzgue a su sobrino cuanto antes.

© Rubén Sánchez Féliz

Sabor a trufas

Nunca las he probado, ni siquiera una gota de aceite con su esencia, sólo sé que vienen de la tierra y como el oro, son difíciles de encontrar. He leído sobre la carne de jabalí alimentado con ellas y su sabor afrutado. Pero de alguna manera, dentro de mí sé a qué saben las trufas, y cuando las pruebe será como reconocer sabores de hace mucho tiempo.
Estoy segura que si te hablo de las 17 Piezas Infantiles de Antonio Estévez, podrías oírlas. Te daré las partituras, te acordarás de alguna lección de música. Oirás cada una de las tonalidades, cada fraseo, seguirás con tus dedos el dibujo de las notas.

Acerca tu oído al papel. Me rondan en los dedos las ganas de tocar, cuando lo haga será con esas piezas, para que reconozcas una vez más su sonido. Y sabes, haré sentir niños a los que me quieran oír.

© Helga Vega

Una de mil noches

Por Bagdad anduve de madrugada degollando piratas malayos que llegaban allí desde el Golfo Pérsico remontando el Tigris y una tarde al llegar la noche encontré a Scherezade desnuda triunfando con su boca de templo sobre el sultán Schahriar.

En sus calles Aladino me prestó su lámpara de poder y milagros Simbad me regaló una cimitarra y un mapa para llegar a la cueva donde Alí Babá y sus cuarenta ladrones me guardaban un tesoro que se abría como una caja de mil tapas en el cual volar feliz.

La perla del califato donde la ruina sólo la había en poemas rotos fue imperio de sensualidades y conocimiento derrotando pestes como Tamerlán arrasándola y acribillando a casi todos sus hijos o el olvido donde quisieron ahogarla infinidad de cronistas grises.

Ahora la camino de nuevo en las pantallas del televisor y el ordenador llena del horror de rubios que pasan extraviados sobre Hummers y erizados de modernos alfanjes láser que no logran defenderse de las fábulas que por milenios se fueron armando grano a grano.

© Alfredo Cedeño

El jaguar

I want now to hold in my hands
the fragrance of your flesh
and smell it.
I want to roam in your soul
and scoop the taste of your flesh.
Kazuko Shiraishi/ The season of the sacred lecher

El cigarrillo pintura de labios se consume sin piedad. Severanda organiza su masivo pecho dentro de una pieza muy cara de ropa interior. Repara en los ojos verdes que la estudian sin ganas. Están satisfechos. La lengua repasa el hocico tratando de recordar el festín de hace poco. Los colmillos se dejan ver de cuando en vez, perfectos, relucientes. El espacio es un desastre de sangre, sudor, carne muerta, alguna lágrima y preguntas, muchas... Ella termina el proceso con dos o tres gotas de delicado perfume, remata el cigarrillo con desgana y piensa en voz dura: Los hombres son unos imbéciles.

Se conocieron hace un miércoles en el Superocho Night Club. Ella llamó su atención de inmediato: el cuerpo grande y violento, la gran sonrisa. John siempre ha llegado tarde a todos los lugares y a todas las etapas de su vida. Es súper lento. Así que Severanda tuvo que tomar la iniciativa y preguntar nombres, entablar conversaciones ridículas referentes al clima y los últimos partidos de pelota. Todo eso era inútil, John no era de este mundo, estaba en otra frecuencia y además para empeorar las cosas era poeta.

Ella hizo un esfuerzo y mencionó una pequeña lista de escritores, los que todo el mundo conoce... eso le dio oportunidad a nuestro John para que se explayara, con toda su parsimonia, en una serie de poetas de vanguardia provistos de una reputación más o menos dudosa y sin ningún texto publicado. La pobre Severanda paseó la vista por las etiquetas de las botellas y hasta tarareó canciones en voz baja para no dormirse mientras asentía concienzudamente. Sugirió otro trago, alzó el pecho y notó que los ojos del escritor se movían al compás del testamento. Todo estaba cayendo en su lugar.

Tengo un Jaguar, dijo Severanda varias cervezas después por decir cualquier cosa y mantener el asunto a flote y a John sólo le quedó asentir y pensar en voz baja: Diablo, bonito carro. Encendió un cigarrillo y preguntó: Cómo es eso. Ella esperó por un fuego que llegaba torpe y trémulo bendecido por una sonrisa ridícula, para responder: Un regalo de mi padre cuando terminé la universidad. Debe ser muy caro el mantenimiento, dijo John ajustándose las gafas y mirando los senos sin ningún tipo de reparo, tratando de alargar el tema ya que habían sobrevivido a unos silencios tenebrosos hace poco. Si tú supieras que no, el mantenimiento puede ser algo complicado pero vale la pena... es un capricho mío, nada más. John pensó que sin duda había cuadrado la noche, una jeva de este calibre, bien montada e inteligente... no pensó en la extraña combinación y por primera vez en su vida dejó de hacerse preguntas y decidió disfrutar la buenaventura.

La noche ya no aguantaba. Los panas no podían entender qué hacía una hembra como esa hablando con el estúpido de John, pero para los gustos los colores y como estamos llegando a los finales, se están viendo casos. La despedida fue con beso en las comisuras, una caricia con uñas bien pintadas e intercambio de teléfonos: se verían el próximo miércoles. Ella le pidió que por favor no se pusiera perfume. Alergias, fue la razón. John regresaba sonriente a la mesa de sus amigos mientras ella desaparecía sin mucho ruido.

Miércoles: John llegó a la dirección indicada, sorprendido de la extraña edificación, parecida a un antiguo gran almacén. Afuera no estaba el vehículo de la muchacha así que pensó que no había llegado. Después de un rato se aventuró a tocar el timbre. Para su sorpresa, ella apareció como salida de catálogo de Victoria’s Secret: el pelo caía como cascada, tan linda, ni una gota de maquillaje siquiera, la culebrilla en la división de las inmensas tetas... la suavidad que prometía la erizada piel era casi palpable. Estaba ligeramente nerviosa, se notaba en el velo de sudor en la nariz. Pasa, estás en tu casa, dijo ella dando la espalda y mostrando el trasero redondo y el caminito de pelos desde la espalda hasta allá; lunares y un coqueto tatuaje quedaban al descubierto por entre la delicadeza del modelito con encajes como para morirse, como para quedarse en ellos, como para escribir de nuevo de ahora en adelante: El destino de un Poeta. Él se extrañó pero la siguió sin protestar, sin decir Buenas Tardes, tragando en seco y preguntándose, mientras el corazón le bajaba al estómago, a quién tendría que matar para merecer esta mujer entera. En ningún momento llamó su atención la falta de muebles en el galpón. Severanda, temblorosamente sexy ofreció algo de tomar. Cerveza, dijo él. Ella se excusó diciendo, Ya mismo, y subió las escaleras. Dos eternos minutos después, mientras John palpaba sus bolsillos revisando si tenía los condones, escuchó el rugido, el golpe de la reja que se abría, luego, casi de inmediato, otro rugido. La bestia atacó la yugular, como se estila. Severanda, desde el piso de arriba, conseguía un orgasmo brutal. La fiera, zarpazo a mordida terminaba con la agonía del muchacho, que quedó haciéndose miles de dolorosas y sangrientas preguntas mirando fijamente hacia el techo.

© Enmanuel Andujar
___________________
© mediaIslaproSÁBADO 31 de marzo de 2007.-

No comments: