Tuesday, May 15, 2007

proSÁBADO 029



EL HOMBRE SE ACUESTA TEMPRANO. No puede conciliar el sueño. Da vueltas, como es lógico, en la cama. Se enreda entre las sábanas. Enciende un cigarro. Lee un poco. Vuelve a apagar la luz. Pero no puede dormirse. A las tres de la madrugada se levanta. Despierta al amigo de al lado y le confía que no puede dormir. Le pide consejo.
El amigo le aconseja que haga un pequeño paseo a fin de cansarse un poco. Que en seguida tome una taza de tilo y que apague la luz. Hace todo esto pero no logra dormir. Se vuelve a levantar. Esta vez acude al médico. Como siempre sucede, el médico habla mucho pero el hombre no se duerme. A las seis de la mañana carga un revólver y se levanta la tapa de los sesos. El hombre está muerto pero no ha podido quedarse dormido. El insomnio es una cosa muy persistente.

En el insomnio/ Virgilio Piñera
[Cuba, 1912-1979]
http://www.cubaliteraria.cu/autor/virgilio_pinnera/
http://members.fortunecity.com/detalles2002/poesia/virgi/virgi.html
http://www.fflch.usp.br/sitesint/virgilio/

Contenido

Juntapalabras – José María Gatti
Un trozo de papel – Pilar Romano
Registro de un dilema – Juan Pablo Salas

Juntapalabras

Soy un juntapalabras. Algo así como un caminante que va dejando mensajes y textos para otros desorientados peregrinos. Escribo para vivir pero no vivo de lo que escribo. Trato de no sabotear al corazón porque hay cazadores solitarios que siempre encuentran una oportunidad para dejar desalmados a los apasionados. Juntar palabras es jugar con las consonantes y los puntos suspensivos. A quienes los demora las ganas de escribir, esto no es ninguna novedad. Sobre el polvo del camino, las mínimas huellas dejan su testamento. Hay más hojas voladoras que mensajes y todos somos parte del mapa de la vida. Ahora podemos compartir la magia de la palabra, sin el verbo que impone la derrota y el sujeto que llora sin aliento.

© José María Gatti

Un trozo de papel

Esto no ocurriría si no hubiera ido a Pinamar. Allí fue donde la vi, en un parador de la costa, a la hora de almorzar. Entró con quien supongo sería su marido y dos niños. Respondía con exactitud a aquella descripción: "Ignacia era más bien baja pero de buenas formas; el rostro se veía armonioso a pesar de los pómulos marcados con firmeza en la piel oscura; el pelo era negro y lacio, melena de cacique. Un lunar plano del tamaño de un grano de arroz había tenido el capricho de instalársele en el maxilar inferior, que se adelantaba apenas, lo cual le daba cierto toque adusto que se ablandaba enseguida con la sonrisa".

Había disfrutado escribiendo aquel cuento, "El regreso de Ignacia" y luego de algunos retoques lo encontré estupendo.

Llegué a pensar que las empresas de transporte de correspondencia eran todas ineficientes o me habían declarado un inexplicable boicot. Era más aceptable este razonamiento que el pensar que en ninguno de los concursos a los que enviara el cuento lo hubieran juzgado merecedor de por lo menos una mención, aunque fuera la novena. Pero sabía que lo del correo eran falsas especulaciones. Seguramente "El regreso de Ignacia" no era bueno como yo presumía. Y le tomé rabia a ese cuento. No me había ocurrido antes, eso de tomarle bronca a un trabajo, digo, ni siquiera con algunos que ni siquiera había intentado dar a conocer.

Y un día lo quemé. Estaba ordenando papeles, separando los inútiles de los menos inútiles y puse entre los primeros el original de "El regreso de Ignacia". Me impresionó un poco la forma en que se retorcían las cuatro hojas en la fogata. "Es como en la vida", pensé. ¡Cuántas cosas hechas con amor no son interpretadas por los demás, decidimos renunciar a ellas y se nos retuerce el corazón al ver cómo se desvanecen! Y tuve la certeza de que debí haber defendido aquel cuento con más tenacidad. Mejorarlo, quizás. Era un recurso fácil esto de hacer como que nunca lo hubiera escrito.

Abandoné aquellas reflexiones ante un raro golpe de viento y traté de evitar que el fuego fuera más allá de lo prudente. Tuve que hacer un gran despliegue de maniobras para ello. "Como en la vida", pensé. "Cosas que tratamos de sofocar siguen a pesar de todo". Pero pude. Tan sólo un trocito de papel logró montarse sobre una ráfaga y huir de la destrucción. No conseguí atraparlo para devolverlo a la fogata, pero no lo intenté demasiado. Era tan sólo un trozo de papel.

Luego de un laborioso proceso de aprendizaje, adaptación y convencimiento, tengo ahora mis cuentos archivados en el ordenador. Pero Ignacia no está. O sí. Porque desde que volví de las vacaciones en Pinamar no puedo usar el scanner. Nadie puede encontrar la razón, pero cualquiera sea la imagen que uno pretende lograr, aparece reproducido, siempre el mismo, el rostro de una mujer morena, "armonioso a pesar de los pómulos marcados con firmeza..."

© Pilar Romano

Registro de un dilema

Mi escritorio está colmado de enemigos –potenciales y activos. Como en el cementerio, aquí yacen, tras fatigosa jornada, los recibos de la funeraria, la foto y la carta, como en un mismo mausoleo, una perversa sonrisa de este destino. La voz del pecado está sobre la mesa y su imagen se ve amplificada en el monitor de mi computadora: la foto salió bastante buena. La textura y el color son los apropiados, pero habrá que reacomodar un poco los bordes, quizá cortar un poco del lado izquierdo para simplificar estas líneas de la ventana. La luz sin sombras de la tarde lluviosa lava el color de la escena, exagerando los azules. Se pueden ver las gotas de agua en la bañera brillando y manchadas con el rojo de la sangre que se va con el chorro de la ducha aún corriendo. Se ve una mano que mira hacia el cielo y el brazo de mujer casi en gesto de descanso, los dedos relajados, enroscados sobre si mismos, la mano como una espiral, como un caracol que defiende su contenido. No se diría que hace parte de la tragedia si no se distinguiera que las uñas también están manchadas con el mismo rojo que corre hacia el desagüe. No puede verse nada más de su cuerpo que se insinúa desplomado y sin vida en el piso de la bañera. Sin embargo, puede sentirse su peso, puede percibirse su presencia sin sombra.

"Los muertos no tienen sombra", solía decir después de hacer el amor que esa tarde había sido especial. La neutralidad del gris ayudó a exagerar el color del drama y la fuerza del placer. Quizá por culpa de la lluvia no tuve fuerzas para aguantar y me dejé arrastrar en su torbellino, como este que ahora se lleva su sangre a través de las arterias de la ciudad.

Creo que definitivamente hay que recortar un poco a la izquierda. Está muy brillante la luz que entra por la ventana y esa jeringa no se ve muy claramente. Hay que provocar a la mirada para que baje a descubrirla. Menos luz del lado de la ventana resaltará el reflejo en la aguja clavada en la vena. Quienes han visto la foto –el lector de la foto- se han preguntado acerca de este detalle. Si fue una sobredosis, como parece indicar la aguja, ¿de dónde brota la sangre? ¿Qué ha causado la hemorragia? Tampoco se ve un cuchillo u otra arma para insinuar un crimen pasional, tampoco la piel de la muñeca muestra señales de un suicidio por desangre. Así que el lector de la foto va a tener que fijar mejor su mirada en busca del verdadero motivo, que no descubre sino cuando se detiene en ese pequeño objeto que se distingue entre los dedos, como descansando, el único de todos los elementos de la escena que queda entre la sombra. Hay que acercarse, mirar con detenimiento y construir en la mente la imagen de lo que sea que está contenido en la concavidad de esa mano. La sombra es difusa, suficiente para no dar forma definida sino para dejar percibir algo que resulta levemente familiar.

Tal vez puedo hacer énfasis en el resto de la acción, resaltar el color aguamarina de la cortina y las manchas rojas que sobre ella se distinguen. En esas manchas se dibuja la escena completa: al mover la mano ensangrentada, ella trazó esta curva que termina abruptamente y que indica claramente la dirección del movimiento de su mano para caer a descansar allí donde se la ve. Es el gesto de alguien que se rinde, alguien que no tiene más voluntad.

Pero yo sé bien que esa sombra es el arquitecto de sus entrañas, la razón de su hemorragia, la razón de la jeringa y el veneno. La foto la tomé cuando descubrí los cadáveres y desde entonces ha sido la forma de mi duelo. Mi hermana habría hasta disfrutado la foto si el incesto no hubiese sido tan grave peso en su conciencia. Decidió llevarse con ella lo que no pudo contener en sus entrañas. Decidió que no sería la madre de aquel hijo, que no gestaría su infelicidad.

© Juan Pablo Salas
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© mediaIslaproSÁBADO 03 de diciembre 2005.-

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