Wednesday, May 16, 2007

proSÁBADO 033



VI UNA VEZ UN CABALLO CIEGO: la naturaleza se había equivocado. Era doloroso sentirlo inquieto, atento al menor rumor provocado por la brisa en las hierbas, con los nervios prontos a erizarse en un estremecimiento que le recorría el cuerpo alerta. ¿Qué es lo que el caballo ve a tal punto que no ver a su dejante lo vuelve perdido como de sí mismo? Es que cuando ve, ve fuera de sí lo que está dentro de sí. Es un animal que se expresa por la forma. Cuando ve montañas, césped, gente, cielo, domina hombres y su propia naturaleza.

Los ojos del caballo/ Clarice Lispector
(Brasil, 1920-1977).
http://www.epdlp.com/escritor.php?id=1945
http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/por/lispec/cl.htm
http://www.ucm.es/info/especulo/numero7/biografa.htm
http://www.letras.s5.com/lispector201102.htm
http://www.letras.s5.com/lispector040303.htm
http://www.lasiega.org/index.php?title=Clarice_Linspector:_de_la_epifan%C3%ADa_a_la_hierofan%C3%ADa.

Contenido

Hoy la he mirado con ojos diferentes – Arcangelie
Cuando me siento de vez en solo – Enmanuel Andujar
Búsqueda en una tarde de verano – Pilar Romano

Hoy la he mirado con ojos diferentes

Hoy la he mirado con ojos diferentes. Inmóvil, tendida en la cama, con un gesto de ternura que ya casi había olvidado, me ha transportado a otro tiempo, buscando sus recuerdos. Un algo más que sé que está allí, que me empeño en que ocurrió alguna vez, en algún momento de nuestra historia, pero que nunca pude ver y no sé muy bien donde se halla. No es la primera vez que lo intento y sigo sorprendiéndome de no encontrarla.

Mi niñez, llena de colegios, travesuras, juegos y jardines, tiene tan pocos seres vivos. Parecen marionetas representando papeles, solo papeles (cómicos, desconocidos, tan solo un poco allegados). En realidad, nunca se mezclaron conmigo, nunca hasta el punto que yo hubiera querido. Y no sé muy bien por qué razón. Quizás nunca lo supe o lo he olvidado. Pero... ¿donde estaba ella?

La encontré peinando mis largas trenzas. Tirando y tirando de mi pelo, apretándolo, hasta conseguir que fueran dos tiesas colas de pescado a las que había logrado arrebatarles toda su belleza, como si le dieran envidia o vergüenza. Más allá no la recuerdo, tan solo atisbo imágenes descoloridas, de mis hermanos: Ariel, siempre presente, siempre envidioso, siempre astuto, siempre… bajo su falda. Fany como un juguete redondito y risueño al que aprender a cuidar y a querer. Josué: demasiado pequeño, demasiado raro, demasiado de todo. Y después, mucho después, llegaron las pequeñas. Ellas ya consiguieron que yo terminara de crecer sin haber jugado apenas.

Me pierdo en mis recuerdos, les doy vueltas y vueltas. Voy pasando hojas de un libro imaginario, salto hacia adelante o hacia atrás sin ningún motivo, tan solo el de buscarla, y solo he encontrado sus ausencias, sus miradas que no decían nada; sus palabras que nada respondían y su empeño voraz en mantenerme ocupada y a su servicio a cambio de más nada o más desprecio.

Crecí y aprendí a mantenerme alejada tan solo por huir de ella, por no encontrarme con sus ojos ni su voz. ¿Que extraña magia poseía esa mujer que me repelía de tal modo? De niña, su distancia me hacia daño. Nunca quise admitirlo y me limité a ignorarla. Ella hizo otro tanto y perfeccionó el arte del desprecio y desde entonces ella fue hipócritamente amable y yo amablemente hipócrita, siempre que nos concedemos esos pequeños ratos en que jugamos a que no ocurre nada.

Y hoy aquí, las dos solas, la miro como tantas veces, y se me antoja que el destino nos jugó una mala pasada. Sin duda, ella no quiso ser como fue. Sin duda tenía otros planes y nunca ocultó su disgusto por tener que criar a tanto hijo como acabó pariendo. Incluso, puede que no fuera ni tan mala ni tan... pero no pudo sobreponerse a esa "esclavitud" de la maternidad, como ella la llamaba.

Parió como coneja y marcó a cado uno de sus hijos con su huella, con su forma de ser vacía y ausente. Sin duda ella soñó con una familia grande y amorosa, con hijos que la adoraran. Pero, ¿cómo adorarla si nunca les dio calor, si sus sonrisas eran meros fingimientos?

La he observado y sólo sonríe en días de fiesta, cuando se siente objeto de las miradas, cuando hay gente alrededor. Cuando se van, todo vuelve a la normalidad fría y dura.

Tan fría y tan dura que consiguió helar mi corazón y volverlo de piedra. Ya sé porque no recuerdo más de su vida. Fue un olvido necesario el certero dictamen de la supervivencia. Tanto que ya mi corazón no pudo resistir mas humillaciones ni más hipocresía. Até un pañuelo con mis cuatro pertenencias y salí de su lado a buscar lo poco que quedaba de mí.

Y aquí estoy observándola por última vez. Esperando que lleguen sus hijos para que ellos también puedan verla. He arreglado con primor su habitación, he adornado su cama con las sábanas más hermosas que he encontrado, he perfumado el ambiente, la he perfumado a ella y la he vestido como una diosa. Le pinté los labios y los ojos y el rubor de la cara. Hasta las uñas le pinté para que se encontrara hermosa. No puede tener queja de mí, he cuidado de ella hasta el final como ella quería.

Hoy la he visto con ojos diferentes. Al fin se libró de su carga y volvió a su rostro un gesto de ternura. Al final encontró la paz que tanto ansiaba. Pero no he podido derramar ni una lágrima, se las llevó todas anticipadamente, no me dejó ninguna para el día de su muerte. A pesar de la distancia ella sigue rondando mi pensamiento. Sus raíces, profundas y ocultas, siguen bebiéndose mi savia...

© Conchi Calderón Jiménez

Cuando me siento de vez en solo

Más sobre el supuesto "sufrimiento" del escritor. Si en verdad
tienes que sufrir que no sea por lo que escribes sino por cómo.

Julio Cortázar/ El Diario de Andrés Fava

Me he estado sintiendo mal. Es un asunto que tiene que ver inevitablemente con la distancia y el hecho de que, por algún asunto migratorio mal diligenciado en el que no abundaré, no puedo conducir en esta ciudad, donde el sistema de transporte público es algo relegado a elementos que la sociedad ya no valora. No tengo teléfono; ya ni los bancos se acuerdan de mí.

Llega el correo y la cosa empeora: un paquete de café (sabor que empieza con el aroma) y la respectiva botella de ron. Otro paquete: un libro firmado con tinta roja. Navego con avidez por las páginas nuevas y me susurro en voz alta: Coño, lo que faltaba, un libro para abrazarse.

Sólo de vez en cuando hace que la Rana me acompañe a compartir el autobús 35 con retardados mentales y la gente que va a las clínicas de metadona. Me miran con sus ojitos craqueados: lo han perdido todo. La calefacción está mala y me abrazo del libro, que pesa como un block de ocho, incluso su textura es rugosa, porque está lleno de muchachas que no llegan a mujeres. Huele a sobaco, a carro público y a juego de baloncesto, a ese puño en el aire y a la malapalabra atragantada como lágrima cuando Giulia, meneando la cucharita conmigo frente a Piazza Garibaldi, se sonríe tan ojos negros como Josefina y me enamora: E vietato atravessare il binari.

Adentrarse en todos los juegos que se le fueron de las ondas es bregar con fuego. Y él (culpable de irse quedando poco a poco, en esa manía tropical) las quiere celebrar con boleros dolorosos. ¿Te acuerdas Soriano de Camboy Estévez jurando por su madre que esa calle al final tiene su nombre? Claro, de seguro que te acuerdas, si cuando te fuiste arrastraste bajo las uñas el amargo del tabaco, el último trago y todas esas muchachas (placer de reiterar) que quedaron como pañuelo enlagrimado agitándose con furia en el espejo de la sección de clasificados de El Nacional, porque sí, porque quisiste hacerle tus trucos de caja de bola y telaraña a la muchacha en el escritorio de caoba, porque quisieron fumarse todos los estupefacientes que quemaron en la Dirección Nacional de Control, porque cuando el avión tiraba para arriba tú apretabas las muelas del juicio para pensar en Lucía, para recordarla mejor, cuando ella no te perdonaba nunca que le hayas alborotado el alma desde la fila en el banco, le pasaste el cheque firmado y le dijiste con todo el descaro que "Desde que Lola se fue ni la luz del sol, ni los sembrados se justifican y voy por ahí, dejándome llevar por la corriente"; para pedirle a la azafata que por lo que más quiera señorita consígame una servilleta para dedicarle un poema y mucha música de Frank Sinatra.

No tenemos remedio.

Cuando llegue el dolor, en esas noches en que el olvido no logra consumarse y lo que queda es tomar el trago dudoso del fondo, tendremos que aferrarnos a tu memoria de atarazanas y adoquines coloniales, a tus arrugas de jevitas encaramadas en matas de guayabas o destrozándose en tus brazos antes de que raudo, hagas las maletas y te lleves esa suavidad de voz, tus camisas azules y tus bigotes cuando Noti-Tiempo y Radio Mil Informaba. Abrazo el libro y me dejo abrazar, dejo que se regodee en la cóncava humedad que se me retuerce en las botas, en los dedos pelados de tanto perder, taza a taza, toda mi religión.

© Enmanel Andujar

Búsqueda en una tarde de verano

—¿Dónde habrán quedado esas lágrimas gordas, saladas, que brotaron cuando te fuiste, mamá? Ya sé: puede haber algunas en tu costurero... o no, más seguro en aquella bolsa con retazos de tela, tu bolsa de retazos; siempre me hacías buscar allí algo que combinara con la prenda que estabas cosiendo y siempre me pregunté qué haría yo con esa bolsa cuando no estuvieras. Ahora mis manos ajetrean en la nada. Ya no juego a ser grande, deambulo sola entre tus jazmineros sabiendo que no funciona la cajita de música.

—¿Buscaste debajo de la parra, donde por las tardes me leías la lectura que había indicado la maestra?

—El parral ya no está, mamá.

—El parral no, pero las lágrimas a veces sobreviven a las plantas. Yo vi que dejaste algunas allí.

—Son tus ojos que ven lo que yo resisto y tu memoria es todo lo que soy en este momento. ¡Ay, si pudiera encontrarme justo en la mitad de tu cuerpo!

—Ya estuviste allí, por eso puedes escucharme. ¿Buscaste junto al retrato de tu padre? También quedaban lágrimas allí, ya gastadas, pero lágrimas. Y en mi alhajero guardé unas lágrimas preciosas, tuyas de tu padre y mías, tienen un brillo especial porque están hechas de emoción: las que brotaron cuando nos despedimos el día de tu casamiento.

—Es enero otra vez y viene una tormenta. Debo apurarme, mamá. ¿Cierro la ventana de tu cuarto?

—No, mejor inunda la casa de música; la tormenta pasará. Pero antes dime: ¿por qué esta búsqueda?

—Es que me he quedado sin lágrimas.

© Pilar Romano
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© mediaIslaProSÁBADO 28 de enero 2006.-

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