Tuesday, May 15, 2007

proSÁBADO 030





SE CUENTA DE VOLTAIRE QUE UNA NOCHE se alojó, con algunos compañeros de viaje, en una posada del camino. Después de cenar, empezaron a contar historias de ladrones. Cuando le llegó el turno a Voltaire, dijo:

—Hubo una vez un Recaudador General de Impuestos –y se calló.

Como los demás lo alentaran a proseguir, añadió:

—Ése es el cuento.

Cuento/ Ambrose Bierce
(Estados Unidos, 1842-1914)
http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/ing/bierce/ab.htm
http://www.cinefantastico.com/terroruniversal/ficcion/index.php
http://www.donswaim.com/
http://www.online-literature.com/bierce/
http://www.analitica.com/bitblioteca/massimino/bierce.asp
http://www.labondiola.com.ar/publishing/relatos/
http://www.cinefantastico.com/terroruniversal/ficcion/index.php?t=cuentos&id=17&mode=cuento
http://www.cinefantastico.com/terroruniversal/ficcion/index.php?t=cuentos&id=14&mode=cuento
http://www.epdlp.com/escritor.php?id=1469
http://www.hplovecraft.es/info_precursor.aspx?titulo=Ambrose%20Bierce
http://www.geocities.com/templodetezcat/scriptorivm/bierce.htm
http://cuentoenred.xoc.uam.mx/cer/numeros/no_2/pdf/no2_koch.pdf

Contenido

Heroico I – Alfredo Cedeño
Peripecias por un boleto de avión – María Luisa Lázzaro
Buenos Aires y los mitos – Jochy Herrera

Heroico I

Aquiles, siendo hijo de Peleo y Tetis, fue un Superman antiguo creado por su madre al meterlo de cabeza en una ciénaga hasta casi ahogarlo y ponerlo a coquetear con la muerte desde ahí.

El pie por donde lo agarraba hizo que su talón fuera la kriptonita, donde llegó la saeta arrojada por París, aunque guiada por Apolo, para encajarse plena y arrastrarlo leve en medio de parpadeos sin que la muerte pudiera contorsionarse más allá de sus ojos.

Ya él encerraba la peor de las derrotas desde que Briseida, la del culo más apoteósico y maromero de todas sus esclavas, se fue con Agamenón a enseñarle cómo era que los dioses gustaban de entretenerse y delirar con el muy pagano arte de follar que los mantenía encalamocados.

Castrado en su orgullo, la educación que le dio Quirón el centauro fue una hoja de otoño rasgada ante los embates que imaginaba la muy hideputa pelvis del griego le proporcionaba a su otrora cautiva y agonizante bendijo poder abandonar en el camino su dolor insepulto.

Fueron en Troya su victoria y caída de la que luego Homero hablaría y solo Dios, o tal vez Lucifer, sabrá con cuantas mentiras fue aliñando hasta cumplir radiante con su papel de agente de prensa de la guerra escondiendo los dolores que le destripaban el alma al pobre héroe cabrón.

Ahora sólo nos ha quedado el mito y la mortaja de sus vértigos libres derrotados por las ganas de la hembra que dejó tumefacta su arma más preciada, sin ningún testimonio por el llanto que disfrazó de ira y que no se supiera nunca cuánto y cómo le dolió esa maldita huida.

© Alfredo Cedeño

Peripecias por un boleto de avión

No se me había ocurrido ni siquiera preguntar por el valor del boleto de avión para Madrid. Mi intuición me decía que si el bolívar había disminuido en un sesenta y siete por cierto frente al dólar, estaría por las nubes ante el euro. Así que ni siquiera dejé de dormir plácida. Ya me había convencido: Madrid, imposible, demasiado sueño. Además ya lo conocía, claro por fotos, postales, películas.

Unos amigos muy queridos me insistieron. Haz algo, me decían, mueve las cartas de la baraja que guardas bajo de la manga de la imaginación... Y, cuando me hablan de todo lo que guardo en esa manga, una energía poderosa empieza a moverse, y cual Hulk, levanto los brazos de la fe, rompo las camisas de la inercia y…

Me fui a hablar con un montón de personas. Unas, para pedirles un préstamo, otras para que me dieran el boleto a crédito. Todos me dieron largos discursos de la paralización del país, de las empresas quebradas, del alza del petróleo, de la iliquidez de la banca, y, sobre todo de la dificultad para conseguir dólares, que no sean en el mercado negro que seguro es propiciado por más de lo más, etc.

Hasta que… se me alumbró el entendimiento y fui a la Agencia de viajes que ganaba siempre las licitaciones de mi universidad, en los años de prosperidad, cuando nos enviaban a los Congresos del exterior para que nos fogueáramos (elaborando y) presentando las famosas ponencias (nuestras investigaciones) que ahora le dicen en los altos fondos: the papers.

Antes de bajarme del auto me acordé que tenía que pintarme un poco los labios. Desde que estoy en permanentes vacaciones jubilares se me olvida, aunque cargo (en la cartera) mi arsenal de coquetería en un estuche pequeño que mis hijas insisten en renovármelo de acuerdo a la moda. Me pinté la boca y me eché un poco de rimel en las pestañas. Lo hice a tientas, no pensé en la necesidad del espejo; además el tiempo es un diamante por conjugar.

Me bajé (qué bueno que Cortázar (digo Oliveira) nos consiguió la licencia para no tener que descender siempre) del auto, alisé mi falda para las ocasiones especiales, ensayé un poco (debí haberlo practicado más) el caminar con tacos Luis XI (aunque sea, porque con los Luis XII hubiera parado con el cóccix en el jardín del nunca jamás). He perdido la costumbre de caminar (de mi hermana Enza María de la Consecución Infraganti, con la RAE en la testa) como las mises: un pie delante del otro contorneando las caderas a ritmo de cumbia lenta o son abolerado. Mientras me dirigía a la agencia de viajes iba ensayando el asunto de las mises. Más que caminar, era tropezar de zapatos (o de pieses (en el amor y en la guerra de palabras todas las mieses son válidas) con el otro. Estuve a punto de caerme cinco veces. Los transeúntes volteaban a mirarme como se mira a los ebrios: compasivamente arrechos, con lástima y molestia al mismo tiempo.

Casi frente a la puerta noto una extraña cojera, la cumbia mental se pronunció como un grito del que me abstuve por educación. Uno de los tacones se había quedado metro y medio atrás. Me devolví, lo recogí, me senté en una suerte de muro, y sin pensarlo dos veces saqué una caja de chicle, masqué y masqué hasta hacer una bola generosa que coloqué entre tacón y zapato. De todas formas ejecuté un caminar elegante de medio-coja, bastante disimulado.

Al fin entré, pedí hablar con el gerente. Me atendió, me senté más rápido que la voz "siéntese". Alisé la falda, me acomodé los mechones más asustados de mi cabello... Levanté una pierna sobre la otra con el pie en punta… y con vocecita a lo Enza en los casting de su imaginación (con movimiento de hombros y todo).

—¿Se acuerda de mí? Soy aquella profesora que viajaba a los congresos... el Consejo de Desarrollo Científico pagaba los pasajes... ¿se acuerda de los sobres de licitación? Siempre ganaban ustedes... A Puerto Rico, Perú, Colombia, Costa Rica, México,
Chicago, New York. ¿Será que se acuerda?

Y el señor me miraba y sonreía con una mirada exageradamente pícara, los ojos le bailaban, el cigarrillo no se movió de sus dedos mientras yo tartamudeaba, esperando que me interrumpiera y me dijer: "Sí, claro...", para no tener que recordarle más países... En lugar de eso lo que hacía era sonreír, reírse incluso casi a carcajadas....

Después de un silencio eterno… tal vez fueron segundos, pero para mí eran horas perpetuas... me dijo: "Hay personas que son como lámparas encendidas, cuando entran iluminan todos los resquicios. Esas personas no son fáciles de olvidar… (¡Perro!, pensé para mis adentros, el tipo hasta es poeta... Esto es pan comido...).

—Veo que ya no se muerde las uñas… Así que necesita un boleto a Madrid, a crédito, para ser descontado del bono vacacional de la Universidad. No faltaba más, cuente con él de inmediato. Antes… hágame un favor... ¿Ve esa puerta cerrada? Es el baño.

Yo, que tengo una mente voladora, me puse roja, me imaginé cacheteándolo... ¿Querrá cobrar en especie, contante y sonante, el crédito...? No estaba nada mal, pero que va, una tiene su dignidad, conmigo tiene que empezar por el principio: las visitas de novio, el año de espera, los ramos de rosas amarillas cada semana, las siete pruebas de resistencias, los obstáculos capitales, etc.). Medio segundo tardó el susodicho en decirme:

—Vaya, arréglese un poco la cara, mírese en el espejo del baño...

¡Oh, diosito!... Me quedé como media hora en el baño. Me avergonzaba salir, me moría de la pena. ¿Lo que vi? Medio labio pintado por dentro y medio por fuera, es decir: la propia loca mamarrac... De paso el rimel se me había chorreado, inventándome unas ojeras de viuda sufrida.

El señor, tan decente, me mandó a la secretaria por si necesitaba ayuda. Me llevó unas toallitas con crema limpiadora y me ofreció –por órdenes del jefe- un rouge más discreto.

Cuando me atreví a salir, él, tan caballero, mirando el boleto me dijo que todo estaba listo, y que tuviera un lindo viaje.

Cuando estaba ya por irme, con mi billete a buen resguardo, me dijo:

—Admiro el equilibrio que hace para sostenerse.

El tacón había quedado junto a la silla cuando fui al baño. Creí que no lo había notado pues, juro, caminé (ese pequeño trayecto) como Ana Bolena lo hubiera hecho en igual circunstancia.

© Maria Luisa Lázzaro

Buenos Aires y los mitos

El nombre de una mujer me delata.
Me duele una mujer en todo el cuerpo.
Jorge Luis Borges

Acabo de regresar de Buenos Aires. Era tal como lo suponía. Apoyado en un libraco volumen tres y poblado de cartas cortazarianas, recuento mis primeras horas rodeado de minas elegantes y de memoria: Guerra Sucia, Oliveiro Girondo y el Luna Park; la Plaza de Mayo inundada de banderitas para turistas que fotografían gendarmes jóvenes, tan ellos que a Videla sólo lo conocen de oídas (son casi inofensivos soldaditos bien vestidos, casi nuevos, pero mas que todo inofensivos porque protegen a no sé qué ni a quién de unos piqueteros buenas gentes que sólo exigen mejor fiambre).

Estas, mis confesiones, las comparto con un amigo que ya pertenece a los difuntos. El escribió una vez que América era un texto cuya primera página estaba ahí para regresar a ella y vernos a nosotros y ver nuestro universo; que no importaba si entendíamos lo americano como descubrimiento o como encuentro de culturas, lo americano nacía con la certeza de los actos fundadores: poseemos el origen constitutivo y sabemos nuestro punto de partida, uno que precisa el antes y el después. Esta concepción permitió a Enriquillo
Sánchez definir lo que a su modo de ver era esencial para la literatura latinoamericana: el concepto de ley de la fundación. Para el fenecido escritor, Borges, Neruda y García Márquez eran ejemplos capitales donde se encuentran los programas poéticos más ambiciosos en las letras hispanoamericanas.

El poema de Borges Fundación mítica de Buenos Aires facilita mi reconstrucción de una urbe que solamente puede ser llevada en el corazón; un corazón que ha fundado sueños y perpetuado irrealidades, un alma capaz de perseguir el amor con sus mitologías y sus pequeñas magias inútiles.

Empecé a encontrar esta ciudad en El Ateneo (librería de tertulias y huellas greco-romanas) una tarde de café y jóvenes sedientos de libros, quienes, ahogados en palabras, se refugiaban tras un mar de páginas contra los cuarenta grados de la intemperie del Cono Sur. A mi lado, una tía en su edad, leía impertérrita una biografía de bolsillo de Marco Polo. El silencio y el café negro me remontaron al día que justo finalizaba: la niñez de Leda, mis amuletos, el fin del invierno austral y un piloto que unas horas antes habló en un lenguaje escandalosamente porteño a pesar de su evidente nariz anglosajona.

Mas tarde, anoche, fue tango. Yo era bandoneón mientras la pubertad me sacudía en ese barrio sin nombre del Santiago dominicano. Allí escuchaba los anocheceres musicales del único bar de mi memoria: El Morocho. Allí se anunciaba todo lo que se podía saber de tango allende Buenos Aires: Gardel que volvía y volvía mientras el primo Luis José iluminaba mi preadolescencia de inocente ciudadano, Damaris, que no entendía de cuerpos ni de edades, porque ella era sólo poseedora; y yo, que apenas me conocía, hurgaba pesares y sueños tucumanos.

Caminito. Los vecinos de la Boca dicen que cambian los gobiernos pero la miseria continúa; entre fútbol y fantasmas de inmigrantes italianos, nacen, crecen y se reproducen con y en el fútbol. Este callejón bohemio sobrevive el turismo porque ya dejó de ser historia. Es la nueva Argentina, el nuevo país de unos cuantos y la nueva República gracias al Ménem ícono y usurpador.

Ciudad de ausencias. Viví tinto, matahambres, bifes y una que otra milonga; la Galería Patio-Burlich y otras tumbas del consumo. Supe de alfajores y dulzuras, mas ahí no estabas. Estabas pero no me estabas con esos ojos de bandera oscura llena de sol, ojos de Borges celoso mientras te miraba en el Café Quebec. Te quedaste, che, en cada esquina del Buenos Aires que yo leía en Página Doce y lleno de ti imaginaba. Presa del Mar del Plata te quedaste, tras ese río gris que no vio tu color rosa a pesar de los viajes de la jungla; a pesar del Paraná dejando huellas justo frente a Puerto Madero una mañana cualquiera de este quimérico presente.

Hace unas horas que despedí a Buenos Aires sin desearlo. Mito o sueño, vivir ciertas historias es, únicamente, dominio de la literatura. Aclaro que no fuiste literatura mientras llegabas esa madrugada lúcida entre Recoleta y Callao, apenas media milla de Corrientes y Florida. Allí eras el amor amenazado, delatado en el nombre de una mujer. Y yo, como Borges, temeroso, tuve que ocultarme y huir.

© Jochy Herrera

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© mediaIslaproSÁBADO 10 de diciembre 2005.-

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