Thursday, May 10, 2007

proSÁBADO 022



SABÍA QUE SUCEDERÍA. Viejos rumores me hacían vivir presintiéndolo desde mucho tiempo atrás.

–De momento –me decía-, se le incendian los hábitos.

Y le ardieron en lentas exhalaciones.

Fue una noche clara como mirada de niño, en una terraza pequeña, silenciosa, flotante, con el aliento del mar sobre las cuatro. Porque éramos cuatro mujeres en cuatro torres de aire. Oíamos música. La música de Liszt y la nuestra, la que cada uno de nosotros lleva en la sangre, únicamente audible a nuestro propio pulso. A veces –muy raras veces, casi nunca- la inquietud de alguien se inclina sobre la música subcutánea, la que nadie oye, y allí se queda diluyéndose en una armonía angustiante.

Cuando apagaron las luces, la terraza se puso a flotar en la inmensa pupila azul de la noche. Salían las notas del estudio... Una sonata...

De pronto un filo agudo de luz cortó el aire de mi torre y comencé a oscilar, a punto de romperme, los ojos bebiendo existencia en la ventana iluminada.

Era una ventana abierta de un tajo en el espesor colonial de la pared, hueco híbrido entre ventana y tragaluz invertido, de cuyo derrame exterior resbalaba a chorros la claridad. Allí estaba. Lo esperaba, como se espera lo que no ha de fallar. El torso inverosímilmente desnudo vino a la ventana y dilató los pechos.

–¿Listo?-preguntó una voz varonil desde fuera.

–Sí –contestó-, pero un momento todavía: es mi hora de amar.

Y se volvió. Era su hora, como todas las horas de su vida atormentada. ¡Cómo si un redondel en los cabellos fuera bastante para encasillar una vida, toda una larga vida de hombre velludo!.

De espaldas a la ventana y al destino, extendió los brazos. Pero yo no quería penetrar tanto en su pecado ni en su muerte. Iba a suceder. Íbamos a incendiarnos.

La emoción me retiró los ojos de aquella herida blanca.

Hubo un temblor en el cielo. A pasos lentos comenzaron a descender las estrellas, se alargaron poco a poco en una caída vertiginosa, todas en una lluvia larga, interminable, sobre la tierra.

Cerré los ojos acatando lo inexorable, el cuerpo traspasado de estrellas. Sin mirar sabía que en la ventana colgante en la atmósfera luminosamente callada enrojecía una sotana a la que había llegado su hora.

Un relumbrón me quemó los párpados.

Frente a mí acababa de encender un cigarrillo la más trigueña de las cuatro. Ahora contemplaba el mohín burlón del fósforo ardiendo entre sus dedos.

–Eso es dinero –comentó.

Pero yo lancé una exclamación.

La ventana había desaparecido.

Allí, entre los mangos del solar, permanecía la vieja casa colonial. Pero la pared estaba ciega, sin ventana ni tragaluz ni hueco híbrido.

–Parece que se fue la luz de la calle –apuntó Merilinda-. No se ve un solo foco encendido.

-Es una lástima –lamenté-. Fueron los ojos de lechuza lo que iluminaron la tonsura del Padre.

-Mejor-dijo la del cigarrillo-. Ahora estamos verdaderamente solas

La ventana/ Hilma Contreras

(República Dominicana, 1913-2006)
http://www.latinartmuseum.com/hilma_contreras.htm
http://rsta.pucmm.edu.do/biblioteca/hilmacontreras/index.htm
http://sololiteratura.com/autrepdominicanaag.htm
http://www.clavedigital.com/Cultura/Noticias.asp?Id_Articulo=490

Contenido

Milagros – Marcio Veloz Maggiolo
Chivúo – Helga Vega
Means Nothing – Ramón Tejada Holguín

Milagros

Se ha abierto entre los talladores de santos del barrio Cristo Rey un concurso anual sobre quién ha hecho el santo con mayoría de milagros. Le niegan el premio a Ramón García, porque ha hecho un santo al que no identificó antes. El sargento dice que es San Ciprián, Emiliano el bombero afirma que es San Simeón, pero Ramón García, su autor y mudo de nacimiento, dice de voz en cuello que se trata de Jacinto, su hijo menor.

© Marcio Veloz Maggiolo

Chivúo

Lo vi hace días, juro que lo vi, era el chivúo de la Nueva Granada, el mismo de mi niñez, dejó la calle negra, caminaba de a pasito por la autopista con sus harapos de gala. Era el mismo de hace años, tal vez un poco más alto, un poco más flaco, un poco más joven, igual de manso. Recuerdo a la tíabuela Luisa cuando se le acercaba confiada para ofrecerle unas cuantas monedas, jamás logré oír su voz, le tenía pavor. Esta vez pasé a su lado con mi auto, fue un sábado, lo seguí con mi vista por la ventanilla derecha, luego por el espejo retrovisor hasta que lo perdí. Un ser intocable, meditabundo, sabio y tristón. Justo ayer lo vi en una zona urbana, se me apareció tres veces en distintos lugares, primero con su chiva gris de años dormitaba en la acera, luego casi lo tropiezo en el semáforo, calzaba pantuflas de cartón y guaral, la última vez lo vi sentado con los ojos cerrados a la entrada del mismo edificio de siempre a esa hora, así me dijeron. Huele a calle y a semidiós.

© Helga Vega

Means Nothing

Camino despacio y absorto en mis pensamientos por la calle El Conde y me encuentro con un viejo amigo que, sin saludo previo, me dice a boca de jarro:

–It means nothing.

Miro su nariz, recuerdo a Cyrano de Bergerac y casi estallo en risas.

–Believe me, –recalca, serio y sentencioso-. Le miro desafiante a los ojos.

–Sure, –insiste mirando mis mejillas desconcertadas y coloradas.

Caminamos en silencio hasta el Parque Colón y entonces soy sincero:

–Es que no entiendo ni un carajo de inglés.

–Ah, –exclama- sólo digo que me creas cuando digo que Nada Significa, o sea que nada tiene sentido.

Levanto la vista hacia el hermoso cielo azul de la tarde y respondo, en tono de hombre hastiado y existencialista:

–Si nada significa no hay por qué hablar.

Mi viejo amigo saborea un pensamiento, se muerde el labio inferior y dice, quedo y lento:

–Sí, así es –Y luego en tono más bajo-. Así mismo es.

Seguimos caminando en silencio, la bilis la siento en mi paladar. Nos fulminamos, el uno al otro, con las miradas. Pasamos toda la tarde y la noche juntos, mirando el río desde la Fortaleza Ozama, sin hablar, por supuesto.

© Ramón Tejada Holguín

____________________
© mediaIslaproSÁBADO 09 de julio 2005.-

No comments: