Saturday, May 19, 2007

ProSÁBADO 035



LOS DETUVIERON POR ATENTADO AL PUDOR. Y nadie les creyó cuando el hombre y la mujer trataron de explicarse. En realidad, su amor no era sencillo. Él padecía claustrofobia, y ella, agorafobia. Era sólo por eso que fornicaban en los umbrales.

Su amor no era sencillo/ Mario Benedetti
[Uruguay, 1920]
http://patriagrande.net/uruguay/mario.benedetti/
http://www.vorem.com/modules.php?op=modload&name=News&file=article&sid=1663
http://www.escuelai.com/spanish_culture/literatura/mariobenedetti-biografia.html
http://www.educa.aragob.es/iescarin/depart/lengua/benedetti.htm
http://www.cervantesvirtual.com/bib_autor/mbenedetti/
http://www.ac-grenoble.fr/espagnol/amelatina/autores/benedetti.htm\
http://www.cervantesvirtual.com/bib_autor/mbenedetti/catalogo.shtml
http://www.ababolia.com/lecturas/author/mario-benedetti/
http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/benedett/mb.htm
http://es.geocities.com/silviafpriego/los_bomberos.htm

Contenido

La pasión de Ana – René Rodríguez Soriano
Los besos fingidos – Daniel Angulo
Zumbido – Sergio Borao Llop
Certeza de la muerte – Ramón Tejada Holguín

La pasión de Ana

Ana se levanta temprano en la mañana. Se interna en el periódico, se pierde entre sus secciones y sus páginas. Ana lee. Lee con locura, con rabia. Ahora toma una revista, un libro de recetas, un breviario. Ana toma notas. Lee. Anota. Lee otra vez y muchas veces más, anota. Ana se sirve unas tostadas y se las engulle con todo y libro y el jugo de naranja se derrama por las páginas del libro, mientras Ana lee y lee y relee que se está leyendo en un libro que se empapó de jugo de naranja, del jugo que bebe Ana, dentro del libro que, precisamente, ella lee y relee con la pasión de Ana. [A Salvador Elizondo, más allá de más acá].

© René Rodríguez Soriano

Los besos fingidos

El ambiente oscuro del escondido bar olía a cerveza negra mezclada con perfume barato de mujeres perversas. Las distintas parejas en las pequeñas mesas semejaban una sola sombra y la música aleteaba sobre la cabeza de los músicos, la nuca turca de la fornida
bartender y entre las sudorosas piernas de las meseras.

Hugo, Paco y Luisa, habían llegado allí después de una larga jornada nocturna, donde la depresión existencial de Hugo había sido siempre el estandarte de las diversas mesas. Como buenos camaradas Paco y Luisa querían ayudarle a superar su frustración sentimental y seguir gozando de lo lindo, como sólo ellos sabían hacerlo.

Una ronda tras otra de cerveza irlandesa embotaba cada vez más sus ya adormecidos sentidos, pero la famosa cura del ahogamiento en alcohol no aparecía por ningún lado, mas aun en la penumbra casi sombra del sórdido lugar, la angustia de Hugo parecía crecer y apoderarse de los tres.

Paco amparado en la cómplice oscuridad acariciaba descaradamente a Luisa y ella se dejaba manosear mientras le hablaba muy cerca a la sombría cara de Hugo.

Paco sintió de pronto la presión tirana de su vejiga y decidido se levantó de la mesa con el baño en mente, no sin antes pedirle a la bartender una nueva ronda de cervezas.

Ya vengo, espérenme un ratito, expreso Paco, bastante mareado por el licor pero excitado por la faena de masajes casi uterinos que le había practicado a Luisa.

Hugo casi estático cual momia egipcia, ni contesto y de un solo golpe terminó su bebida, esperando la nueva visita de la mesera.

Cuando Paco cerró la puerta del baño, Luisa con el pretexto de poder oír mejor lo poco que decía el atribulado Hugo, se le acercó peligrosamente y puso su delicada mano de escritora sobre la tiesa pierna de él.

Adentro en el baño, Paco se reía de sus travesuras adultas y se emocionaba con lo excitada que había dejado a Luisa, y mientras sacudía con perversidad su hombría, pensó que ya era hora de ayudar verdaderamente a su querido amigo, a salir de la corroncha depresión en que andaba sumergido.

En la mesa, Hugo empezó a sentir el profundo aliento de Luisa y por primera vez en toda la interminable noche, experimentó que estaba vivo, que sus anacrónicas nauseas no eran de corcho y que carajos con su dolor, nadie lo podía acusar de no tratar de sobrevivir el instante, y empezar a vacilar.

La mesera llegó en el preciso instante en que Luisa subía la mano, rozándole levemente la entrepierna, con un profesionalismo auténtico, Hugo pegó casi un brinco y quedó casi erecto…

—Están bien frías y espumosas –dijo la mesera-, ¿algo mas?, Luisa con una sonrisa demoledora la despidió rapidito y acto seguido apretó más al sorprendido Hugo.

Paco regresaba del baño, secándose las manos, cuando en la oscurana reinante le pareció ver a Luisa de espaldas tapándole la cara a Hugo, algo así como si se estuvieran besando apasionadamente.

Luisa con su tercer ojo, volteó tranquilamente la cabeza y sus ojitos brillaron en la penumbra con un leve fulgor de picardía, mientras le preguntaba a Paco el motivo de su tardanza en el baño, y sacaba ladinamente la mano por debajo de la mesa.

Desde ese momento, Paco quedó con la duda si lo que había visto o imaginado era efecto del alcohol, el cansancio o si simplemente la oscuridad reinante la había engañado.

Hugo ya un poco recuperado y además nervioso, le preguntó si se había fijado en el generoso escote de Isis la mesera. Paco con su característica sonrisa asintió mientras limpiaba la espuma de sus labios e hizo un gesto obsceno con ambas manos y se sentó cómodamente al lado de Luisa, con la segura intención de continuar el trabajito manual que había suspendido por la ida obligatoria al baño.

Con un gesto de acercamiento y complicidad entre los tres, Paco les susurró:

—Quiero que se besen.

—¿Que…que?, respondieron al unísono Hugo y Luisa,

—De verdad quiero que se besen…-insistió Paco.

Hugo lo miró como si hubiera escuchado hablar cantones, Luisa se sonrió en congelado, y enseguida le disparó uno de sus ataques de ira:

—¿Pero cómo se le ocurre, Viejo degenerado, cómo se le ocurre con su mejor amigo? Usted No me respeta, ¡vámonos de aquí inmediatamente! que ya el alcohol lo enloqueció…

Es que de verdad quiero que se besen, pero solo para jugar románticamente, como en las películas, mejor dicho piensen que yo soy Bergman y les estoy dirigiendo una escena de amor, así compartimos el dolor de Hugo y la cura seguro se da…exclamó casi apenado Paco.

Un día cualquiera, veinte anos después, Luisa semi desnuda sobre la cama conyugal, hurgando entre sus viejas memorias, encontró una de las fotos que Paco había tomado esa noche, y supo que, como siempre lo había sabido, que aun en el cine y menos en la vida real, ningún beso podía ser fingido, pues la lengua y el cerebro no aceptaban medias tintas. Hugo todo perfumado entró en ese preciso instante y se sentó al borde de la cama, "cámbiate mija, le dijo, ya es hora de salir, Paco y la gorda de su mujer nos esperan, y tú sabes como es él.

© Daniel Angulo

Zumbido

A veces, abro los ojos, me incorporo y camino con lentitud por las estancias. Como si aún estuviese vivo.

A veces, incluso me aventuro a salir al exterior para comprobar que otros seres semejantes a mí se mueven por las calles, se apresuran, chocan entre ellos, se someten a la tiranía de relojes y semáforos, se detienen y se miran unos a otros y en ocasiones conversan.

Sí, a veces también yo finjo estar ahí, entre ellos, provocando sonrisas o muecas de irritación o atascos. Finjo vivir. Pero siempre regreso al lecho en sombras. Me acuesto, cierro los ojos y convoco secuencias que nunca termino de comprender.

Finalmente, me pregunto cuál de estas irrealidades es más ficticia. Cual de estos dos sueños es el que está encerrado dentro del otro. Si tuviese acceso a esa ansiada respuesta, tal vez podría despertar, ser. En uno u otro lado, pero existir.

Lo que más me atormenta es ese molesto zumbido del teléfono que no parece tener lugar y que sin embargo nunca acaba de callarse.

© Sergio Borao Llop

Certeza de la muerte

Sí, Rafael, se está frente a ella. Amanecemos ante interminables botellas. En el más lunar de los burdeles discutimos sobre la inexistencia de la nada. Ya te lo dije: pensarla es negarla, hay el sujeto pensante. Somos algo, lo sabes. La muerte no puede con nosotros. Tampoco podemos contra ella. Sobrevivimos en tensión continua: ella, nosotros. Si un búcaro rosa anuncia en la duermevela su cercanía, despertamos triunfantes y agitados. Al final no hay ganador. Comprendemos lo necesario del descanso y plácidamente nos arropamos de pies a cabeza, a esperarla, con una flor amarilla entre los dientes, con la delicada pasión del amante furtivo. Pero regresamos, en una fotografía, en un pensamiento relámpago, en un libro de un estante cualquiera, en uno de los árboles que crecen en el cementerio.

© Ramón Tejada Holguín
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© mediaIslaproSÁBADO 29 de abril 2006.-

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