Monday, May 14, 2007

proSÁBADO 028



SUSANA TENÍA ENTONCES LAS MEJILLAS PECOSAS de una fruta, pero ¿y Aurora? La podría reconocer por la cicatriz que debe llevar en una piera, de resultas de una caída. Creo que fue en la huerta. Aurora había subido a un manzano y me prometía un fruto; en vez de dejar caer la manzana se dejó caer ella, distraída.

La caída / Xavier Villaurrutia
(México, 1903-1951)
http://www.jornada.unam.mx/2002/04/14/sem-xavier.html
http://www.letrasjovenes.com/2003-2005/revista/escritores/villaurrutia.htm
http://poesi.as/indexxv.htm
http://www.islaternura.com/APLAYA/NoEresElUnico/V/VILLAURRUTIAxavier403/VILLAURRUTIAentrada000.htm

Contenido

Minha flor – Mari Cruz Agüera
La última puesta de sol – Bárbara Machado
Debajo de un árbol, salmón – Helga Vega

Minha flor

Era una tarde de tejer jardines, de exiliar soledades, de ver la luz y no guiñar las manos. Recuerdo ciertos pájaros de vida latiendo en la frontera. Y un misterio y un mar otoño intenso y las palabras... Todo puede ocurrir cruzando un puente. Arreciaba un levante de semillas y germinó tu verso entre mis labios. Pequeña evocación Era una tarde de tejer jardines, de exiliar soledades, de ver la luz y no guiñar las manos. Recuerdo ciertos pájaros de vida latiendo en la frontera. Y un misterio y un mar otoño intenso y las palabras... Todo puede ocurrir cruzando un puente. Arreciaba un levante de semillas y germinó tu verso entre mis labios.

© Mari Cruz Agüera

La última puesta de sol

De frente al pelotón de fusilamiento, sin la menor oportunidad de defensa posible; agravantes ni atenuantes, nada mas entre él y ella que las puertas del mismo aeropuerto que lo vio partir, y un muro de dolor insufrible para ambos; allí parado nuevamente frente a cinco años de ausencia, sintió aquellos ojos ya sin lágrimas, penetrar como balas todo su cuerpo, mas allá de la piel, buscando una sola razón para tanto castigo.

Imaginó la vida corriendo por sus venas, saludable y viril como en los viejos tiempos, su rostro enrojeció, sus manos temblaron como hojas al viento, y sus huesos maltrechos cayeron desplomados al suelo, sin necesidad de una sola palabra reprobatoria.

Demasiada vergüenza también puede terminar con la existencia de un hombre.

En el corazón de la vieja Habana, los muros coloniales cómplices de los más sórdidos trueques mercantiles de esclavos, hoy retoman su celestinesco papel. Ocurre en cualquier esquina, cada noche y hasta cada mañana, el canje de valores más desigual que se pueda imaginar, la juventud en copa de oro, carne fresca para ser consumida como carroña misma, por una nueva especie de buitres modernos, que han logrado situarse en el escalón más alto de la cadena alimenticia, y en el primer renglón de la economía de un país como Cuba, sin amenaza posible de depredador alguno, como no sea el gobierno mismo.

La Rampa, 8.00 PM. Agosto de fuego para las islas del Caribe. La Habana arde como cada noche de verano que atrae a cada vez más inmundicia de otros lares. Las filas de los aeropuertos hablan por sí solas, (diferente a diciembre, por supuesto, con su festival de cine).

Ramparriba, rampabajo, un joven, en la espera de su novia que no llega a tiempo nunca, camina. La guagua es el enemigo acérrimo de la puntualidad, el novio impaciente decide pararse en un punto fijo a esperar, y escoge fatalmente una esquina conocida por los turistas ávidos de sexo que frecuentan nuestras calles.

Se le acerca un hombre de apariencia extranjera, de alguna parte de Europa (del Este, del Oeste, da igual), con acento desconocido le ofrece al novato impaciente, una conversación intelectual muy interesante… tomando en cuenta el tiempo a solas en silencio que padecía desde hacía tres horas, resultó todo un traficante de obras de arte disfrazado de funcionario diplomático, con todas las libertades que le son conferidas a estos.

Ofreció además una noche de hoteles 5 estrellas, con jovencitas también 5 estrellas, en fin, un viaje por todas las constelaciones, con todos los gastos pagos, ¿sólo por complacer a ser su interlocutor en tan entretenida plática?

El joven no se negó, lo cual resultó en una aparente amistad, que continuó fortaleciendo sus lazos con invitaciones a sitios inalcanzables, es más, inexistentes para la imaginación del Cubano promedio, paseos pagados para él y su novia por toda la geografía hotelera del país, con lo cual quedó comprada cualquier duda que pudiera suscitarse respecto a la integridad de este sujeto, y sus intenciones desinteresadamente amistosas.

Volvió, una tarde de Coppelia el caritativo amigo, con una oferta tentadora para el cubanito que ya no imaginaba su vida en el aburrimiento de las puestas de sol en el malecón junto a su novia, y las interminables colas en el Coppelia para el cubano de a pie. Llegó con paso triunfante, como quien se sabe en control, y esta vez fue directo al grano, una visa con boleto de avión a Europa, a cambio de un pequeño favor, algo de lo que nadie se enteraría jamás, ni su amada novia.

Un pequeño favor de índole sexual, le pareció horrible al joven militante de las filas de la juventud comunista, pero tal vez menos, que la horrible pobreza y otras humillaciones, y pensó: "Tampoco es como para morir, ¿no?"

Pero sí, si es para morir, porque después de cinco años, la vida se escapa del cuerpo de aquel que de joven creyó que tres horas eran demasiadas para esperar una guagua, que no llegaba nunca con la promesa de una puesta de sol en el malecón Habanero. Cinco años de sufrir de Sida le han hecho entender, a destiempo quizás, que sí era como para morir, ya casi muerto regresa a la tierra donde le aguardan muchos ojos acusadores como pelotón de fusilamiento, pero le mueve la necesidad de un perdón, y porque no, una última puesta de sol en el malecón.

© Bárbara Machado

Debajo de un árbol, salmón

Ella sueña, siempre ha soñado, la pitonisa lo dijo al nacer. Es su vuelo imaginario, sus piruetas mentales, su caminar elevado. Lo ronda, le baila, lo abraza, con su canto de sirena lo acorrala. Lo mira, lo toca con sus ojos de mujer. Y él la ama y por amarla la quiere en tierra.

Ella lo besa en puntas de pie y es entonces cuando por segundos sienten que vuelan. No le da tregua a su niña, la toma suave por sus caderas, manos firmes que la llevan a tierra.

© Helga Vega

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© mediaIslaproSÁBADO 26 de noviembre 2005.-

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