Wednesday, May 23, 2007

proSÁBADO 039




AMORES. PUEDO DECIRLES QUE NUNCA estuve de verdad enamorado. Como el hijo pródigo de la parábola de Rilke, creo que no amé nunca "para no poner a nadie en la terrible situación de ser amado". Por el contrario, muchas novias tuve; pero, a todas las perdí tan pronto las estreché entre mis brazos. Sólo una, pudo mantenerse viva y presente en mi pensamiento: aquella que por no haberla tenido nunca, nunca se me escapó.

La confesión de don Juan/ Denzil Romero
[Venezuela, 1938-1999]
http://www.textosentido.org/textosentido/invitados/romero.html
http://www.epdlp.com/escritor.php?id=2546
http://noticias.eluniversal.com/verbigracia/memoria/N53/contenido04.htm
http://noticias.eluniversal.com/verbigracia/memoria/N35/contenido07.htm
http://www.kalathos.com/may2000/las_romerias_completo.htm
http://www.ficcionbreve.org/cuentos/cabecorta.htm

Contenido

Caso de fuerza mayor – Manuel García Cartagena
La gallina ciega – Carmen Hernáiz
Fragmentaciones – Marcio Veloz Maggiolo
Unclaimed – Helga Vega

Caso de fuerza mayor

Fue un hombre tan querido que, cuando fue apresado, los policías que lo condujeron a su celda le hacían chistes para que no fuera a ponerse triste, y los demás presidiarios le tomaron en seguida tanto afecto que cada uno de ellos tuvo para él una sonrisa o una frase de consuelo. Tan querido fue nuestro hombre que hasta el mismo juez lloró de pena al condenarlo a morir en la guillotina, al tiempo que los miembros del jurado lamentaban amargamente haber tenido que participar en lo que más de uno de ellos llegó a considerar públicamente como una "trampa de la justicia", a pesar de haber postergado una y otra vez, por espacio de cinco años, el momento de tomar una decisión al respeto. Al final hubo en la sala un ambiente tan triste que hasta aquellos que sólo habían ido al juicio movidos por la curiosidad terminaron ocultando sus ojos detrás de espejuelos oscuros, aunque no pudieron evitar el concierto de estruendos que sus narices producían al llevarse con sus pañuelos las mucosidades nasales de sus llantos. Tan querido fue aquel hombre que incluso el verdugo designado para que le practicara la más profunda de las afeitadas insistió en hacerle saber, carcomido por la pena y el llanto, que él no tenía nada que ver con lo que le había pasado ni con el infausto papel que, por su profesión, estaba obligado a desempeñar. Tan querido fue que, al morir, cuando su sangre ya rodaba por el suelo, provocó el desmayo de centenares de mujeres y ancianos, y más de un puño apretó en silencio los flácidos músculos de la impotencia, al darse cuenta sus dueños de que no habían sido capaces de intentar cualquier cosa que impidiera aquel desastre. Tan querido fue, en efecto, que, al otro día de su muerte, todos los que lo conocieron se apresuraron a olvidarlo por puro respeto.

© Manuel García Cartagena

La gallina ciega

—Van a robar el gallo del corral.

La abuela dejó la frase sobre la mesa con la misma tranquilidad que mamá servía las lentejas.

Era miércoles. Lo sé, porque todos los miércoles comíamos lentejas de primer plato y sardinas de segundo. El postre dependía del humor de mamá.

Fijé la vista en una flor del mantel, mientras ella se afanaba en hacer entender a la abuela que hacía más de sesenta años que no tenía gallo, ni corral, ni casa en el pueblo ni gallinas que cuidar. Cada vez que mamá negaba la enfermedad de la abuela, yo trataba de explicarme el porqué, queriendo que tuviera el suficiente tino como para seguir el hilo de una conversación quizás llena de las incongruencias de la demencia senil. Nunca sabíamos cuándo llegaba ese momento de lucidez que la ponía en el presente real y la hacía sentirse una pobre vieja inútil y loca, por culpa de esas insistencias de su hija.

Mirando la flor del mantel intentaba no oír lo que ocurría en la mesa. Trataba de fijar mi atención en unos pétalos que me sabía de memoria y esos pistilos que tiempo atrás me habían hecho pensar en la clase sobre reproducción de las especies.

-No hay gallo, mamá, ya te lo he dicho.

La abuela insistió y rogó a mamá que estuviera atenta, que tuviera cuidado, que no dejara que todo se perdiera por culpa de no ocuparse lo suficiente.

Mamá, impaciente y frustrada, dejó la servilleta sobre otra de las flores del mantel, apartó la silla y llevó a la abuela al dormitorio. Ese día no tuvimos postre.

No hubo más insistencias sobre el estado del corral. Ni sobre el peligro de robo del gallo. Tan solo unos días después entendí a la abuela cuando papá se fue de casa para nunca más volver.

© Carmen Hernáiz

Fragmentaciones

Irresistible y cansada de verse en el espejo sin que nadie opinase sobre su frugal belleza, lanzó el mismo a la calle haciéndolo añicos. Pero en el espejo se había quedado copia en vivo de su cara. Marisol tiene ahora una cara lisa e inexpresiva e intenta recoger a ciegas, trozo a trozo y con la intención de armarlo nuevamente, el rostro equivocadamente lanzó, furiosa, sobre un recodo del camino.

© Marcio Veloz Maggiolo

Unclaimed

Soy pájaro volando en soledad, regresé con la certeza de haberle encontrado compañera de juegos a Luisita. Una Julia, pensé, que era ideal para ayudarnos a lavar los desencuentros; pero algo no cuadró. Hoy me fui contra ella, la agarré con furia y la degollé. Su sombrero y su cabeza estallaron en pedazos que no sé cuándo recoja. Quizá él llame a esta hora y la emoción me haga correr, y mis pies sangren sin dolor. A fin de cuentas, caminé de punta a punta El Conde para terminar trayendo una muñeca rota.

© Helga Vega
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© mediaIslaproSÁBADO 26 de agosto 2006.-

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