Wednesday, June 27, 2007

proSÁBADO 041




NUNCA TE LO HE PREGUNTADO, nunca. Ni cuando tosés, ni cuando sonreís. Nunca. Me alarman tus ojos alargados cuando te encuentro en los pasillos, tu voz tiembla cuando atiendo el teléfono y me dice con cierto temor. ¿Es usted, realmente usted?

Aquella primera vez que fui a tu casa, después de cenar y saborear el último trago de vino, mientras veía la enredadera trepar y trepar por la ventan, creía que lo más natural era empezar a desvestirme, pues tus gestos tímidos, en algunas de tus palabras y de tus recorridos silenciosos e insistentes se adivinaba un deseo espeso, que era imposible detener.

Me dijiste que no, no era eso lo que querías. Con bastante desconcierto seguí hablando de los misterios de la noche, esa noche mágica abre puertas, abre ojos, abre sexo, abre soledad, abre comunicación, abre búsqueda. Adentro me pregunté qué diablos querías. Nunca tomé iniciativa alguna, ni hubo de mi parte la más absoluta insinuación, simplemente respondía a tus cortesías, a tus regalos, a tus extrañas cartas de amor con la educada atención de quien se da cuenta de que está siendo distinguido.

Después me pediste que me desnudara poco a poco. Contesté ya no tengo tiempo ni ganas, otro día, otra noche mágica abre sueños, abre misterios, abre paredes, abre pensamientos, abre caminos, abre posibilidades, abre lágrimas, abre protestas, abre claves. Y me fui con la frescura de cerrar cualquier curiosidad.

Hubo otra noche y muchas noches más. Las que me dieron la gana me desnudé y se hicieron cortos y largos trabajos de amor sobre tu cuerpo y sobre mí cuerpo.

No pudiste retenerme, mi rumbo era otro y por eso llegó la noche mágica cierra puertas, cierra sexo, cierra besos, cierra deseos, cierra música, cierra silencio, cierra manos, cierra, caricias, cierra piernas, cierra movimientos.

Y no comprendiste y desde entonces tus atisbos, tus encuentros en todas partes, tus llamadas telefónicas con eso de qué es de tu vida, tus cartas, tus invitaciones, tu letanía de reclamos, frente a mis evasivas, mi tengo mucho que hacer, por qué no me dejas en paz, adiós y buena suerte, y no quiero compromisos y estoy hasta el copete de ser responsable, por favor olvídese y búsquese alguien distinto.

Por las calles sus ojos pegajosos, por las fiestas sus manos busca remordimientos, por los timbres sus llamadas de atención, por los vestíbulos su voz de insinuaciones y reproche, por los caminos la sospecha de dónde va y qué está haciendo. Un acoso, una batalla con múltiples frentes y mi escasa libertad subsidiada por el descanso de su no encuentro, de su no presencia, de su disiparse un momento para volver, como si no hubiera pasado un segundo, con su eterna pregunta de qué ha hecho.

Y nunca te lo he preguntado. Nunca.

Hoy metida en la noche mágica, que entreabre y entrecierra flores y enredaderas, labios y laberintos, voces y bullas, bares y sesiones de comedia humana, libros y sentencias absolutas, oraciones y mentadas de madre, suspiros y escupites, manoseos y discursos, penumbra de claridades y hambre de misterios que regatean solvencia a las ceremonias, me pregunto y te pregunto.

No hay razón alguna. Nunca hubo razón alguna. Tu labio tropezó con el mío, el tuyo esperaba antes de esperar. El mío ya era camino abierto. Te miré como se mira a los tontos con cierta obligación temporal de complacerlos. Vos me miraste antes de que mirara, con inclinación marcada hacia lo distinto. ¿Cuál culpa propia hay en la culpa? Y la culpa es una enfermedad que se contagia.

Me quisiste contagiar, lo sé. No sabías que cargo a mi espalda la noche mágica, la que a veces abre, la que a veces cierra.

En todo caso, no te lo he preguntado nunca, ni pienso preguntarte nada.

Esa noche que camina conmigo / Carmen Naranjo
[Costa Rica, 1928]
http://www.clubdelibros.com/escarmennaranjo.htm
http://www.mcjdcr.go.cr/magon/carmen_naranjo_1986.html
http://www.inamu.go.cr/nuestras-huellas/GaleriaCultural/Novela/NovelaCarmenNaranjo.htm
http://elojodeadrian.blogspot.com/2006/03/una-visin-panormica-del.html
http://books.google.com/books?id=MsfnEkqQRJ8C&pg=PA209&lpg=PA209&dq=carmen+naranjo&source=web&ots=8GFfPKa28p&sig=cpaE43tOF5WX2TXviT7WmhYwY2I#PPA281,M1 http://www.clubdelibros.com/archicarmennaranjoentrevista.htm

Contenido

Tony Pichs – Sobre el mar
Luisa Belandia – Domingos
Aldo Vercellino – Cartas vivas
Bárbara Machado – Universo paralelo
Manuel García Cartagena – Hambre de ti, Rosita

Sobre el mar


Sobre el mar, ahí, sobre el mar, el demonio y los sueños resumen el afán de desmentir al abismo que se levanta para alcanzar las estrellas.Sobre ese mar, repetí en vosotras los deleites de esta vida, solté mis sueños, dejando volar sus esperanzas, amarré mis ambiciones a un altar para seguir las tuyas, sin pensar que un día los puñales se quedarían con los recuerdos de una juventud.Sobre el mar, incrédulos quedaron mis ojos, golpeando a un hombre cansado que escribió algunos poemas sin ser poeta, para desahogar sus penas.Fue ahí, en ese mar que me vio nacer, donde no pude vivir en alta voz y descubrir que la naturaleza era el cielo, que las causas eran mías que el sostenerme de tus brazos me dejaron como un vagabundo.Con frecuencia, pensé desaparecer suavemente sobre mí mismo pero continué por la luz que sólo podía ver, la luz del mar, que llevaba mis sueños al demonio para entregarle este alboroto de ideas que hoy me matan.

© Tony Pichs

Domingos

Los domingos, no encuentro papel, ni pluma, ni fantasía. Los domingos son torpes como monja en secucion. Sigo andando alrededor de la isla, y las olas del mar inundan las raíces del árbol laborioso del resto de la semana. No hay rascacielos ni hurgainfiernos, sólo un desfile de pensamientos ahogados durante seis días activos, para desembocar en la vagancia de las letras dominicales.

© Luisa Belandia

Cartas vivas

Escribí cartas sobre una tumba.

No acerca de, ni que versara de sepulcros, sino encima. Una tumba fría y abandonada por todos -hasta por la extinta, supongo- menos por mí.

Durante años dejé testimonio de la dimensión de una injusticia en que la difunta estuvo involucrada, aunque ella dice, a juzgar por su silencio, que no.

Empecé tímidamente, por orgullo: una esquelita breve, ya transcurrido el tiempo prudente, que se transformó en una barroca exposición en el segundo intento, azuzado por su desdén y la necesidad de aclarar ciertas cosas que me parecían muy importantes. Odio quiero más que indiferencia, se intitulaba, y era delatora porque claramente se me veía dolido en la ambigüedad. Me arrepentí de esa actitud, por mostrarme débil y entregado; nada le gustaba tanto a ella como saberme a su merced y siempre dispuesto, tanto al perdón cuanto a la súplica y la puteada. "Sí, sé que sabés que la injuria esconde y devela a un llanto", le aclaré, resignado, y traté de recomponerme y volver al ataque fortalecido. Ataque, fortaleza, estrategia... qué palabras horribles dedicadas al amor, pero qué inevitables; no sé cómo llegue a eso, cómo pude aceptar su convite al combate y la competencia; yo le ofrecía el mundo; ella nunca tuvo sentimientos, ni en el más allá.

No niego que tuve y a veces tengo furibundos deseos de venganza, pero para qué.

Durante lustros apilé hojas lapidarias y sepulcrales. Sé que las leyó, porque desaparecían semana a semana. Tal vez por simple regocijo ególatra; quizá porque en el fondo algo me quisiera. Y nunca tan en el fondo como en la muerte.

Seguramente pensará que voy a ir, manso, a buscarla, como siempre, pero esta vez no voy a ser quien comparezca; siempre soy yo el que da el brazo a torcer, y una relación de a dos involucra a los dos. Eso le voy a decir.

Lo sincero sería que le dijese que la amo con toda el alma y para siempre y lo repitiera una y otra vez de rodillas pero eso no sirve, ya lo he comprobado.

A ellas les gusta hacerse las difíciles.

Post data

De cada una de las miles guardé cuidadosa copia; es fácil presumir que escribí el doble de lo que le dije, pero a eso ella nunca lo sabrá: no es digno ostentar dignidad, y yo la amaba. Hace mucho, cuando estaba viva, cierta y palpable, le había declarado "No me avises cuando te vayas. No me interesa conjurar la distancia de tan mala, absurda e inefectiva manera: ni los metros ni las horas se resuelven escribiéndolos. Si no hay brazos ni voz y hay que inventarlos, no me interesan aunque sí me involucren y afecten. No voy a caer en la trampa / de hablar con fantasmas.", epistolarmente y mintiendo. A lo mejor se sintió abandonada de antemano, pero era para protegerla; a veces hay que tener frialdad de cirujano. Por otro lado, no era igual el sentido, la intencionalidad y la vigencia de aquella misiva entonces que ahora. Escribí cartas sobre una tumba. Nunca me fueron contestadas.

© Aldo Vercellino

Universo paralelo

Debo hacer un alto en el camino ahora, me detiene una luz que asoma entre las sombras; una voz que se aleja y regresa, presa de su propio eco, como un espíritu cautivo que se rehúsa al olvido, absorbe mi atención, la magia no excluye ningún detalle, me distrae como incitándome a evadir algún propósito. O tan solo me recuerda que no debo olvidar huir de la nada, esta nada que me acorrala cotidiana y metódica, disfrazada de caras numerosas en demasía; ambiguas, extrañas, ajenas, que aun así me sonríen. Obligándome a un gesto de reciprocidad, gesto que permanece congelado en la mueca que suele ser mi rostro, si la ocasión impone alguna regla de formalidad.

Pero me encuentro al fin aquí en mi lejanía donde prefiero estar, persiguiendo esa voz que me cautiva y transporta a este universo paralelo, donde sólo se escucha el canto de las olas de un mar inmenso y calmo que me invita a danzar a su compás, aquí donde una nube puede ser cualquier cosa, porque aquí cualquier cosa puede ser y ocurrir entre las manos mías; aunque tan solo sea yo, una más de las tantas criaturas que transitan ante la indiferente mirada del universo.

Es aquí donde se unen los dos azules en una fina línea irremediablemente perfecta y horizontal, es aquí donde convergen como un pacto todos los ojos fijos en armonía absoluta sin poder claudicar, parecen sumergirse por instantes los asuntos pendientes, mientras un parpadeo trae de nuevo los ruidos de sirenas y un autobús se aleja dejando atrás su estela de humo denso, contaminante y real como la vida misma.

Ahora debo continuar, ya está la luz verde.

© Bárbara Machado

Hambre de ti, Rosita

Cuando le apremiaba el apetito —llamémoslo hambre para rendir tributo a la democracia—, Pirulín Macías no vacilaba en ir a acodarse al mostrador de la fonda “Lucrecia”, parada obligada de todos los camioneros, guagüeros y galleros de la parte alta de la ciudad. Allí, por la módica suma de dos de los pesos de entonces, un plato le era rebosado con arroz a granel, guiso de pollo a discreción, un pozuelo regular de salsa de habichuelas y hasta un consecuente vaso de agua. Cierto es que Pirulín tenía que hacer mil malabares para reunir los mencionados e infames dos pesos, pero para su suerte todavía abundaban in illo tempore personas de equilibrado talante dispuestas a contribuir de manera particular con el desarrollo del arte y la cultura, etc., cada vez que él paseaba su nunca bien ponderado sombrero de pavita en torno al conglomerado de curiosos que se arrebataban a empujones centímetros de pavimento para presenciar el espectáculo que él y Rosita, su culebrita verde, habían hecho famoso desde el parque Enriquillo hasta la plaza de Armas de la República. Rosita y él se compenetraban tan perfectamente como la uña y el dedo. Verdad es que él la mimaba de manera ostensible e impúdica, besándola en público antes de cometer el primer acto de su célebre número. Pero también es cierto que ella le correspondía impecablemente y con una puntualidad digna de encomio, ejecutándose siempre con precisión milimétrica en el momento indicado.

Entre los transeúntes que se aproximaban con relativa frecuencia a las inmediaciones del parque Enriquillo, la pareja de Rosita y Pirulín se hizo tan famosa como la de Romeo y Julieta, y más admirable que la de Bonnie y Clyde. Todos esperaban verlo aparecer sobre la estrecha tarima (usualmente, un simple banco de parque), llevando a Rosita anudada en torno a su cuello como un collar de tres vueltas. Luego de un breve pero sincero aplauso, Pirulín saludaba a su amable audiencia, y se lanzaba a recitar una bien calculada arenga, mezcla de salmodia y de discurso publicitario a la manera de los presentadores de circo. Artista consagrado, Pirulín Macías mostraba en la adustez de su rostro toda la profesionalidad necesaria para convencer al mayor número de que lo que estaba a punto de presenciar era algo así como la quintaesencia de la maravilla. Con un silbido seco, Macías advertía a todo el mundo, pero sobre todo a Rosita, que la función estaba a punto de comenzar: pasándola con un gesto de prestidigitador de su cuello a su puño, de su puño a su cara, y de su cara a su boca, el mago gesticulaba para atraer la atención de su público hacia Rosita, que ya desaparecía hasta el mismo fondo de su garganta, tan sólo para volver a aparecer, segundos después, balanceando su cabecita en el aire como una bailarina sensual y voluptuosa, mientras, con las manos, Macías indicaba a su público que el momento de aplaudir había llegado.

Ese, sin embargo, era tan sólo el primer acto. A seguidas, volviendo a enrollarse a Rosita en el cuello, aquel atleta místico se dirigía hacia el lugar en donde se hallaba un pequeño bulto de cuero que contenía un termo de café y varios vasitos plásticos. Entre una y otra reverencia, el mago vertía una cantidad razonable de la infusión en uno de los recipientes, para regresar luego a su improvisada tarima. Allí repetía en lo esencial los mismos gestos del inicio de su primer acto, hasta el punto en que, desaparecida la culebra en el fondo de su garganta, procedía a consumir el contenido íntegro de aquel vasito de café, ante la mirada estupefacta de su público.

No parecía bastarle al oficiante quedar sepultado bajo un alud de aplausos, ya que, acto seguido, se dedicaba a entonar, acompañándose de rítmicas y sonoras palmadas en el pecho, boleros como «Teatro», «Yo no he visto a Linda», «Se me olvidó tu nombre», etc.., para beneplácito de los jóvenes y adoración de los más viejos.

Así transcurrían dilatados minutos sin que nada denunciara en el rostro de Macías inquietud alguna concerniente al destino de Rosita, hasta que, por fin, volviendo a silbar, esta vez con estridencia fácilmente comprensible, alzaba la vista hacia el cielo y, abriendo la boca como para recibir la bendición de una lágrima angelical, dejaba abierto el paso para que Rosita hiciera su aparición triunfal, colmando de asombro y de alegría a todos los circunstantes.

Algo de magia había en aquella fusión de animal y hombre. Embelesado por aquel misterio, el público que presenciaba atónito el desarrollo completo del espectáculo no podía sino sucumbir al maravilloso encanto de aquella visión de fábula. Al principio numeroso, aquel público fue menguando paulatinamente, a medida que se acentuaba la crisis económica en que se sumió el país poco tiempo después. Y con este detrimento de su auditorio, Pirulín Macías, mago urbano y desesperado, volvió a conocer viejas urgencias, sobre todo en el momento de atender a sus asuntos estomacales...

Sus visitas a la fonda «Lucrecia» se espaciaron a tal punto que terminó perdiendo el derecho a ser tuteado por el patrón, a pesar de que lo conocía desde la época en que ambos se lanzaban en piraguas de madera desde lo alto de las lomas de Moca.

Así, si se cuenta hoy en este espacio la historia de Pirulín Macías, es únicamente porque nadie que no conozca con pormenores la trágica historia de aquel encantador, entenderá las recónditas razones que lo empujaron al suicidio. Y sin embargo, muy pocos atribuirán otro matiz que no sea el de un anecdótico sarcasmo al hecho de que, antes de cometer aquel horrendo salto desde el punto más céntrico del puente Juan Pablo Duarte, Pirulín Macías, célebre figura del ascetismo nacional e involuntario paladín del idealismo urbano, hubiese disfrutado de un opíparo guiso con arroz y fideos, en el que Rosita, la sin par Rosita, tuvo la ocasión de desempeñar su último papel estelar.

© Manuel García Cartagena

______________
mediaIslaproSABADO 30 de junio 2007.-