Sunday, April 15, 2007

proSÁBADO 011



YO, RICARDO SOTOMAYOR, VIHUELISTA al servicio de Sus Majestades Católicas, en Castilla y a finales del año de gracia de 1492, invento en el nombre de Manuel Rueda pensando que en la recién descubierta isla de La Española, allá por el año de 1979 va a ocurrirle algo semejante: inventará mi nombre acompañándolo con el año y el sitio en que he vivido, así como de mi profesión, y pensará que alguien como yo escribió unas palabras sobre él que, inevitablemente, serán las mismas que él escribirá sobre mí.

Borgeana: escrito en dos tiempos / Manuel Rueda
(República Dominincana1921-1999)
http://www.pucmm.edu.do/hispaniola/rueda.htm
http://www.rodriguesoriano.net/micuadernoazulito/pdf/hombresygallos.pdf http://www.islaternura.com/APLAYA/NoEresElUnico/R/RUEDA%20Manuel%20Febrero%202006%20poeta/Manuel%20Rueda%20%20Biografia.htm

Contenido

La perspectiva del lagarto – José T. Beato
Real Gone – Pedro Glup
El gran devorador – Adriana Serlik

La perspectiva del lagarto

Cae la tarde. Una nube gris, enorme, casi se posa a ras del suelo. Termina el silencio, para dejar paso al murmullo del viento. Llueve, se moja la hierba. Los pajarillos, contentos, se recogen bajo los árboles. La vida florece.

Una risueña joven, de pelo ondulado, asoma a la ventana; espera por su amado, mientras oye un programa sobre el centenario de Neruda en la BBC de Londres. A los pocos minutos llega él, nervioso y todo mojado. Se miran, sonríen, sueñan. Ella abre la puerta y, entre abrazos y besos, con un paño lo seca.

Entonces, sobre nubes de algodón y seda, los corazones se hinchan de pasiones.

Un lagarto llega también a la ventana con toda inverecundia; mira asombrado. Le crece una burbuja encarnada, pero aún sigue mirando. Algo parece divertirle. Tal vez percibe que adentro y afuera la vida germina. Quizás, quién sabe, recuerda experiencias pasadas, placenteras según toda evidencia.

© José T. Beato

Real Gone*

Esta propedéutica trata de tomar una orquídea por los pétalos, sacarle la espina y convertirla en una figura de tanagra que nos turbe con sus brazos sobre la cabeza, dejarla sobre la alfombra de nudos, oh añoranza, pálpito ante esa imagen con turbante color de antimonio, electrodos amorosos en mis genitales, soy un rehén de sus labios fríos como ese río en Burgos donde golpean las nieblas de la alborada.

La película 2046 en un cine de (mi) barrio, caderas que ondulan en quimonos ceñidos, chinos que aman y no aman, zapatos de tacón danzando sobre el polvo, fotografía tan bella que marea, música de Bellini y Lecuona, Casta diva y Siboney.

Decididamente Bilbao es una trampa para los poetas, ciudad llena de ñaques, compañía de dos, un artista y una pasión, ángeles melancólicos golpeando en la ventana incrédula, Blas aburrido, Miguel amordazado, Bernardo (que no es) brillando en el verso y viviendo de la prosa, rosa; esta tarde me juntaré con los que apedrean las cristaleras de las bibliotecas (por tedio, no creas).

Barahúnda de frases en parterre, fascinación por las palabras: apología, mesocrático, patraña, almidonar, légamo, alquería, plausible, inhumano, titilante, traición, hipérbole (te las regalo). Escribir ahora como un pastor de esas palabras, llevarlas al aprisco del poema, prestidigitador en una cámara de espejos, desde el triforio arzobispo en paro que no bendice, olvido de mi mismo, pagano, transeúnte desde y hacia, humano que mira arriba y abajo, alrededor, siguiendo el cordel perdido por una Ariadna del páramo.

La vida se fue en siestas vespertinas de domingo, afán del duelo por lo que no, labor perdida, estériles preguntas al anochecer hiriente, riesgo de esconderse de la luz, mejor llenarse los bolsillos de piedras y caminar en el mar.

Esto es una confabulación, la verdad, he olvidado al estudio de qué disciplina corresponde esta ardua enseñanza preparatoria.

* Real Gone: En la jerga del jazz: músico arrebatado. En el habla coloquial: forma sarcástica de indicar que alguien ha muerto.

© Pedro Glup

El gran devorador

Todo comenzó cuando a tía Garcilasa se le ocurrió mencionar a Nemesio que debía adelgazar...

Aquella noche leyó hasta muy tarde. Su lámpara, que semejaba una enorme mariposa, se apagó sobre las dos de la madrugada. Después, en la mañana, la luz que entraba por la ingente ventana de su cuarto le despertó sin darle opción a seguir durmiendo.

Adormilado, miró su pijama de ositos morados y verdes frunciendo el ceño al ver que estaba algo arrugado. Estiró los dedos de los pies y buscó las zapatillas, depositadas en lo más oculto, debajo de la cama. Con un pie, rastreando el suelo con su dedo gordo, descubrió la oreja de uno de los conejitos de felpa. Con cierta dificultad, se agachó y los acercó colocándoselos sonriente.

La lectura de la noche anterior, el libro de Alejandro Jodorowsky con sus narraciones "El dedo y la luna", le había conmovido tanto que su cabeza no paraba de pensar en los cuentos. Absorto, entró en el baño, cogió su esponja en forma de estrella de mar y se metió rápidamente bajo el agua tibia de la ducha canturreando el texto de uno de los cuentos leídos.

La tía esperaba sentada, con el desayuno de siempre: palomitas de maíz crujientes y algo saladas, magdalenas, que, según decía, tomaba en homenaje a Proust, dos o tres tazones de leche con café, cuatro tostadas y tres vasos de zumo de piña.

Fue en ese mal momento, durante la ingesta del desayuno, cuando la tía se decidió por explicarle que su imagen resultaba grotesca y estaba obligado a comenzar un régimen.

Cuando la tía salió, Nemesio metió sus delicadas y regordetas manos en la nevera devorando sin mesura todo lo que encontró. Pero Nemesio no calculó su vuelta ni que la tía había cerrado la puerta, cosa que nunca solía hacer; la puerta permanecía siempre abierta, excepto aquella mañana.

Garcilasa gritó con desesperación al verle. Nemesio, el gran devorador, cogió su amada arpa con gran amor y, echando a correr, atravesó la puerta con sus ciento cuarenta kilos.

© Adriana Serlik
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© mediaIslaproSÁBADO 12 de febrero 2005.

proSÁBADO 010



LA VERDÁ, LA VERDÁ, ME PLANTÓ LA MANO EN EL CULO y yo estaba ya a punto de pegarle cuatro gritos cuando el colectivo pasó frente a una iglesia y lo vi persignarse. Buen muchacho después de todo, me dije. Quizá no lo esté haciendo a propósito o quizá su mano derecha ignore lo que su izquierda hace o. traté de correrme al interior del coche –porque una cosa es justificar y otra muy distinta es dejarse manosear- pero cada vez subían más pasajeros y no había forma. Mis esguinces sólo sirvieron para que él meta mejor la mano y hasta me acaricie. Yo me movía nerviosa. Él también. Pasamos frente a otra iglesia pero ni se dio cuenta y se llevó la mano a la cara sólo para secarse el sudor. Yo lo empecé a mirar de reojo haciéndome la disimulada, no fuera a creer que me estaba gustando. Imposible correrme y eso que me sacudía. Decidí entonces tomarme la revancha y a mi vez le panté la mano en el culo a él. Pocas cuadras después una oleada de gente me sacó de su lado a empujones. Los que bajaban me arrancaron del colectivo y ahora lamento haberlo perdido así de golpe porque en su billetera sólo había 7.400 pesos de los viejos y más hubiera podido sacarle en un encuentro a solas. Parecía cariñoso. Y muy desprendido.

Visión de reojo/ Luisa Valenzuela (Argentina, 1938)
http://www.tyhturismo.com/data/destinos/argentina/literatura/escritores/Valenzuela/De_noche.html
http://www.tyhturismo.com/data/destinos/argentina/literatura/escritores/Valenzuela/Calzados.html
http://www.tyhturismo.com/data/destinos/argentina/literatura/escritores/Valenzuela/Tango.html
http://www.tyhturismo.com/data/destinos/argentina/literatura/escritores/Valenzuela/Vision_de_reojo.html
http://www.tyhturismo.com/data/destinos/argentina/literatura/escritores/Valenzuela/Valenzuela.html
http://bluehawk.monmouth.edu/~pgacarti/V_Valenzuela_Luisa.htm
http://www.castilleja.org/faculty/flaurie_imberman/mundo/valenzuelal/valenzuelalh.html
http://www.buenosaires.gov.ar/areas/com_social/audiovideoteca/valenzuela_bio2_es.php

Contenido

El fumador irresponsable – Manuel Cubero
Juegos que quiero jugar – Helga Vega
Perseguir a Maya – Ramón Tejada Holguín

El fumador irresponsable

–Señor Director –le dije-, usted perdone, que me haya permitido la libertad de llamarle de manera urgente y a una hora tan intempestiva...

Tengo que reconocer, querida, que el Director, en otras circunstancias, hubiese tenido motivos más que sobrados para mandarme a la mismísima porra, despertarlo a las cuatro de la madrugada… Pero es su trabajo, digo yo. Y el asunto era grave, grave de solemnidad, para ser más exactos.

–Supongo que debe ser importante, Benito –respondió a mi llamada-. Salvo que piense suicidarse inmediatamente después de colgar el teléfono…

Desde luego, esta gente… Con razón decía el refrán eso de que "si quieres saber quien es Currillo, dale un carguillo". Como si el asunto fuera una cosa baladí. Bueno, no sé si te lo he dicho, porque resulta que te llamo por teléfono para comentarte la irresponsabilidad del Director, y claro, es que la indignación me ciega y uno, que no es de piedra, pues eso, que tiene que desahogarse con alguien. No te importa que te haya llamado a estas horas, ¿verdad, cariño?

Pues eso, querida, que uno, cumplidor donde los haya, no puede permitir que cualquiera, por mucha delicadeza que haya que tener con él, se salte las normas a la torera, digo yo. Bueno, que llego yo, solícito y dispuesto a atender sus deseos y le pregunto que cuál es su voluntad.

–Quiero un puro habano –va y me dice. Así, tan tranquilo. Como quien pide papel y pluma para escribir una carta pidiendo perdón por sus muchos errores cometidos. Que era lo menos que yo podía esperar. Ahora, pensé, me va a pedir perdón por los problemas que me ha causado durante estos meses, y luego, me suplicará, por favor, que le traiga material para poder dirigirse a la familia, a la suya y a la del otro, para escribir un mensaje reconociendo sus faltas, y dar consejos a quienes aún pueden evitar encontrarse en la lamentable situación en que él se encuentra.

Pues no, querida, insisto en preguntarle que si desea material de escritura y él, testarudo y mal encarado, me insiste:

–Primero un puro habano.

Y yo, claro, la norma es la norma, le digo que nones, que en este lugar está prohibido fumar y, que si quieres arroz, Catalina, que eso es lo que hay. Que me pida otra cosa. Y que te conste que fiel al dicho de que a presurosa demanda, espaciosa respuesta, traté de convencerlo explicándole los peligros a que se exponía con ese maldito vicio de fumar.

Y él:

–Para lo que puedo pedir... Pues eso: que quiero un puro habano.

–Pero hombre –traté de razonarle-. Piense que está prohibido fumar en este lugar.

–Un puro habano –repitió sin entrar en razones.

Yo, que soy de natural tranquilo, tuve que insistirle una y mil veces en que el tabaco es muy malo para el corazón, y para los pulmones… Vaya que el tabaco, y lo dicen todas las revistas, acorta la vida, disminuye el apetito sexual, provoca cáncer… Bueno, pues después de media hora de argumentarle con diapositivas, estadísticas y todo cuanto hallé a mano, que el tabaco es malísimo para la salud, me suelta otra vez:

–Un puro habano.

Ante esa tesitura, ¿qué podía hacer yo? Tú sabes muy bien que en eso soy irreductible. Que incluso a ti, te he arrancado la promesa de que cuando nos casemos, dejarás de fumar.

Bueno, pues me dirijo al Jefe de Sección que estaba de guardia y allá que le explico las demandas de ese maldito fumador. Le recuerdo que la prohibición de fumar en aquellas dependencias es absolutamente rigurosa. Y si uno, trabajador distinguido y premiado por su celo, debe respetar la norma, ¿quién es ese vicioso para saltarse las reglas?

Pues si te digo lo que me respondió el Jefe de Sección, es que te caes de espaldas. Primero, me manda al mismísimo carajo, así, como lo oyes. Como si uno fuese un vulgar marinero merecedor de tal castigo. Después, con un tono de indignación verdaderamente insultante, va y me suelta:

–¡Que se fume dos puros si quiere! Y que se muera de cáncer si es que le da tiempo…

O sea, querida, que no sólo me dice que me salte las normas sino que además no muestra el más mínimo respeto por la salud del vicioso ese.

Otro que tal baila. Si está visto que aquí, el mando está en manos de ineptos e irresponsables… Así va el país. Vaya, que de esta no pasa. Mañana mismo estoy planteando una denuncia pública sobre la incuria del cuadro de mandos de esta cárcel.

Y todo porque es la última voluntad de ese individuo antes de ser ejecutado esta mañana a las seis en punto.

© Manuel Cubero

Juegos que quiero jugar

Le fueron llegando poco a poco direcciones de calles y avenidas por las que transitaría, fechas y horarios, llaves, fotos e indicaciones sobre pasillos y escaleras. Cartas dejadas en su buzón, mensajes en la contestadora, alguna llamada telefónica fugaz. Era como armar un gran rompecabezas desplegado en su cama, estar en un lugar que aún desconocía a la hora pautada, sin cometer errores. El viaje lo haría en taxi. Una última carta que debía leer en el auto para ubicar definitivamente la galería.

El juego inicial le exigiría actuar con seguridad en todo momento, sin hacer preguntas, sin permitir aproximaciones de extraños. No le interesaría hablar con nadie a pesar de que todos se fijarían en ella, en su presencia, era una mujer que no pasaba desapercibida, además, su vestimenta estaría cuidada para resaltar sobriamente su belleza. Pronto estuvieron frente a frente, sin poder cruzar palabras debido a su condición de orador, sólo miradas, justo como lo habían pensado. Luego vendría la improvisación, la aproximación posterior a la conferencia, sonrisas, una plática corta, las ganas contenidas de un beso. Antes de la despedida ella recordaría entregarle las llaves con discreción.

Tomaría nuevamente un taxi para regresar, llegaría con la noche. Por primera vez dudaba, luego cruzaría la calle y entraría al edificio de enfrente. El recorrido por escaleras y pasillos lo hizo apresurada, se notaba la ansiedad en su rostro. Al llegar al apartamento sentiría descubrir algo anhelado por mucho tiempo. Su vista haría un paneo sereno del lugar, una gran biblioteca constituía la decoración principal, revisaría algunos libros, algún manuscrito dejado al paso. Estaba segura que la media docena de calas blancas habían sido escogidas para ella. En ese momento sintió ganas de realizar una llamada telefónica. Primero oiría su propia voz en la contestadora, nada extraño, luego él atendería sorpresivamente diciendo: "Hola ¿te gustan mis libros?". La respuesta de ella sería contundente: "Quiero verte, voy para allá".

© Helga Vega

Perseguir a Maya

"The lunatic is in my head
You raise the blade, you make the change
You re-arrange me `till I'm sane"
Roger Waters

"Si hay algo en la vida que me gusta y regocija, ahorrándome todas
las inútiles comparaciones, es perseguir a Rita"
René Rodríguez Soriano

Si algo en la vida me regocija, ahorrándome las metáforas fáciles, es perseguir a Maya por los angostos vericuetos de la existencia. Soy el lunático en su cabeza, la idea a la que no puede escapar. TÍGUERE, DIJISTE QUE TE AHORRARÍAS LAS METÁFORAS FÁCILES…

¿Puede uno escapar a la tentación de compararla con un frágil unicornio con aspiraciones de Minotauro? No hay laberinto que me detenga: soy una de sus neuronas. QUÉ VAINA, NO SÉ QUÉ TE PASA ESTA MAÑANA, LEVÁNTATE Y SALGAMOS DE CACERÍA.

El ocio, la modorra dominguera, el sopor que la ginebra de anoche provoca -esta pesada lentitud del mundo que me rodea-, de alguna manera, me hacen escapar hacia una región fabulosa, en la que enormes galeones cercan la ciudad colocada en la cima de la montaña. Capitán o marinero, no importa, en alguna de las naves estoy presto a la conquista de esta maldita ciudad de fementidos seres incapaces de saber el significado de la palabra sinceridad. Divago. Ciudad y Maya permutan sus lugares en mis sentimientos. ¿LA PERSIGUES, O ELLA TE ATORMENTA?

Con todo y mi resaca ginebrina sólo quiero perseguir a Maya, encajarme en sus neuronas, activar aquellas que controlan sus recuerdos, hacerle rememorar algunos momentos gratos ya vividos. Pero, ¿realmente hemos vivido gratos momentos, o sólo son gratos para el resacado? Nada me importa este domingo, que no sea perseguir a Maya. Soy perseguidor por vocación, origen y nacimiento.

Quiero embarcarla en mi antiguo galeón vikingo, le invento historias increíbles, la paseo por los abismos de la imaginación, a veces soy un desconocido al que todos creen conocer, un hombre que ha ganado innumerables batallas contra todos los demonios del Budismo, que ha vencido a Satán y a su prole, que ha mandado al Arcángel Gabriel al Averno, que ha sido príncipe y mendigo -y ha sido feliz siendo lo uno y lo otro-... DIABLOS, CUÁNTA CURSILERÍAS...que encuentra a Maya después de haber realizado un largo y tortuoso viaje por la vida, la medida del viaje no es la cantidad de años vividos, la medida es la intensidad del viaje, la diversidad de personas que he amado y me han amado, que he odiado y me han odiado, que me han sido indiferentes y les he sido indiferente, vida maravillosa, llena de amores correspondidos y pasiones frustradas, de aventuras inenarrables, de momentáneos y ardientes affaires -AH, EL SUBLIME SABOR DE LO EFÍMERO-, de amigos y enemigos cosechados, de triunfos y derrotas, de batallas perdidas y guerras no libradas.

Ella... ¿qué puedo decir de ella? Es el deseo encarnado, es la pasión secreta de los sacerdotes asirios, es la perseguida que no hostigada, ni acosada... La realidad es demasiado cruel para vivir en ella, Maya. ¿POR ESO TE ESCAPASTE POR UNA RENDIJA DE LA GROSERA REALIDAD, TÍGUERE? ESTÁS EN UN PLANO INALCANZABLE PARA MÍ, ESTAMOS SINTONIZADOS EN FRECUENCIAS DIFERENTES, ERES MÁS LOCO QUE UNA CABRA. TÍGUERE, VAMOS DE CACERÍA, NO SEAS MALITO.

Yo sigo dentro de Maya, metido en una de sus neuronas, ahora mismo hago que mire las ardillas del jardín de los cigarrillos, y recreo una historia de amor para los dos: nos perdemos en la selva Lacandona, huimos del mundo automatizado y eléctrico que nos rodea, vegetamos la vida del buen salvaje, vivimos sólo para el amor, desnudos el día y la noche, con piel aliviamos el frío nocturno, vagamos en una balsa mirando las formas de las nubes, tenemos nuestra casa en un árbol, somos Tarzán y Jane latinoamericanos…

Maya huye de la selva, pero, no puede escapar de mí. Cambio de neurona, y ella me ve en un café a la izquierda del Sena, fumando un Galoise, esperando que salga del colegio, tomo una taza de café sin azúcar y un tres leche, escribo un poema, de repente todos los parroquianos saben que ella ha llegado, vestida con una corta falda a rayas rojas, una blusa beige, medias blancas un poco más abajo de las rodillas. Me pongo de pie. Se lanza hacia mí.

Me rodea con sus manos y sus piernas. Nos besamos una y otra vez y todos aplauden porque saben que gente como nosotros inventamos el amor. Somos la sal de la vida. QUÉ TIERNO, TÍGUERE. Ella es una estudiante extraviada en el París de los 60's. Soy un exilado de izquierda que sueña con una revolución espiritual que permita a quienes se aman que se amen y ya. En una de las cuevas de Saint Germain disfrutamos una trompeta, besándonos y acariciándonos, sin que a nadie le importe, sin los ojos de buitres que nos rodean.

Es inevitable que piense en la época que la encontraba en el jardín, frente a la cafetería, sólo veía la simpatía de esa joven medieval de risa post-moderna, de mirada desafiante –SÍ, TÍGUERE, ESA MIRADA QUE PARECE PREGUNTAR: "¿TE ATREVES A AMARME?" O TE DICE: "SOY UNA DIOSA, PERO NO TE PREOCUPES, PUEDO DARTE ALGO DE AMISTAD A TI, SIMPLE MORTAL"; Y A TI SE TE SALE LA BABITA POR LOS LABIOS Y DICES: "SÍ, SÍ, DAME LAS MIGAJAS QUE QUIERAS"-, la veía como si ella necesitara protección, como si fuera Guinevere, la esposa del rey Arturo y yo Lancelot, el primer caballero.

En aquella época mi vida se había encausado, estaba tranquilo, menos trotamundos, adaptado a esta enorme ciudad contaminada. Desde mucho tiempo atrás había tratado de encontrar "un seguro y tranquilo camino al futuro", y creía haberlo encontrado. Maya estaba ahí, yo lo sabía; pero, ni ella me importaba, ni yo a ella. Día a día, y poco a poco, la presencia de Maya se hacía más notoria para mí: cuerpo cubierto de una ligera capa de miel, de una miel surrealista, miel del espíritu, y yo, animalito goloso, quería lamerla toda. ESA MIEL ES DEMASIADO DULCE. TÍGUERE, VAMOS DE CACERÍA. Lo visible nunca me ha seducido, me gusta lo que la gente esconde, lo único real en el ser humano: eso que llaman espíritu, alma, personalidad, carácter. Como todo amante del arte, soy un apasionado de la belleza, el hombre y la mujer, son obras de arte de la naturaleza, o del destino, o de un dios libertario. LA BELLEZA VERDADERA ES
EXTERIOR, TÍGUERE, ESTIMULANTE, CACHONDA, SENSUAL.

La miel de Maya no sólo está relacionada a la belleza, hay más, algo que escapa a ella y a mí, algo relacionado con el Karma, con encarnaciones anteriores, como si en algún punto (o en varios) de la historia de la humanidad ella y yo hubiéramos librado grandes batallas juntos. SÍ, ¿CÓMO NO? Y TRIUNFARON, TÍGUERE, Y SE HAN AMADO CON LA CANDIDEZ DE LA SIRENITA Y SU PRÍNCIPE, LA INTENSIDAD DE CLEOPATRA Y MARCO ANTONIO, LA GRACIA DE HARRY Y SALLY, LA PASIÓN DE LADY CHATTERLEY Y SU JARDINERO, ENVIDIO AL JARDINERO.

He tenido una vida agitada, intensa, he muerto en brazos de una mujer y revivido en los de otra, admito haberme divertido, y haber sido la diversión de algunas, he recorrido un largo trecho antes de encontrar a Maya, aun así, todo es nuevo con ella, me siento colegial. COLEGIAL Y ADOLESCENTE, IMPÚBER, TONTO, TURULATO, COBARDE, COMO SI ESTUVIERAS ENAMORÁNDOTE POR PRIMERA VEZ… Me gustaría haber sido el niño que cargaba sus libros en primer grado, o el que le jalaba los cabellos y sacaba la lengua, porque no sabía como comportarse, o el enamorado del barrio, que estaba atento a cada uno de sus movimientos, que con artimañas de adolescente la llevaba debajo de un almendro, cerca de la cancha, para besarla, y ella aparentaba molestarse, pero reía y corría desbordando alegría. Y TE SENTÍAS AMO DEL UNIVERSO, TÍGUERE, HE-MAN. QUÉ LINDO, TÍGUERE, SI ERES BEDUINO PERDIDO EN EL SAHARA, ELLA ES LLUVIA EN EL DESIERTO; SI
ERES EXPLORADOR MUERTO DE FRÍO, ELLA ES ARDIENTE SOL EN LA
ANTÁRTICA; SI ERES NAUFRAGO EN EL ATLÁNTICO, ELLA ES AGUA POTABLE EN ALTA MAR, Y MÍ ME MANDAS A LA MIERDA…

De repente el sueño me vence, el ocio, la modorra dominguera, el sopor que la ginebra de anoche me provoca -esta lentitud del mundo que me rodea- me hicieron escapar a una región distinta, a otro mundo sin tiempo en el que sólo yo y mis fantasías existimos. SABES QUÉ, TÍGUERE, EL VIERNES, EN LA PANTALLA DE LA TARDE, LE ESCRIBIERON SU "THE END" A TU COMEDIA ROMÁNTICA. Lo sé. AL FIN LO RECONOCES, TÍGUERE, AL FIN SE ACABO ESTA HISTORIA, YA ME TIENES HARTO CON TUS AMORES INALCANZABLES, LLÉVAME DE CACERÍA ¿ACASO CREES QUE SÓLO TE SIRVO PARA ORINAR? …

© Ramón Tejada Holguín
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© mediaIslaproSÁBADO 05 de febrero 2005.

proSÁBADO 009



NUNCA ABORDES LOS CUENTOS DE UNO EN UNO, honestamente, uno puede estar escribiendo el mismo cuento hasta el día de su muerte.

2. Lo mejor es escribir los cuentos de tres en tres, o de cinco en cinco. Si te ves con energía suficiente, escríbelos de nueve en nueve o de quince en quince.

3. Cuidado: la tentación de escribirlos de dos en dos es tan peligrosa como dedicarse a escribirlos de uno en uno, pero lleva en su interior el mismo juego sucio y pegajoso de los espejos amantes.

4. Hay que leer a Quiroga, hay que leer a Felisberto Hernández y hay que leer a Borges. Hay que leer a Rulfo, a Monterroso, a García Márquez. Un cuentista que tenga un poco de aprecio por su obra no leerá jamás a Cela ni a Umbral. Sí que leerá a Cortázar y a Bioy Casares, pero en modo alguno a Cela y a Umbral.
5. Lo repito una vez más por si no ha quedado claro: a Cela y a Umbral, ni en pintura.

6. Un cuentista debe ser valiente. Es triste reconocerlo, pero es así.

7. Los cuentistas suelen jactarse de haber leído a Petrus Borel. De hecho, es notorio que muchos cuentistas intentan imitar a Petrus Borel. Gran error: ¡Deberían imitar a Petrus Borel en el vestir! ¡Pero la verdad es que de Petrus Borel apenas saben nada! ¡Ni de Gautier, ni de Nerval!

8. Bueno: lleguemos a un acuerdo. Lean a Petrus Borel, vístanse como Petrus Borel, pero lean también a Jules Renard y a Marcel Schwob, sobre todo lean a Marcel Schwob y de éste pasen a Alfonso Reyes y de ahí a Borges.

9. La verdad es que con Edgar Allan Poe todos tendríamos de sobra.

10. Piensen en el punto número nueve. Uno debe pensar en el nueve. De ser posible: de rodillas.

11. Libros y autores altamente recomendables: De lo sublime, del Seudo Longino; los sonetos del desdichado y valiente Philip Sidney, cuya biografía escribió Lord Brooke; La antología de Spoon River, de Edgar Lee Masters; Suicidios ejemplares, de Enrique Vila-Matas.

12. Lean estos libros y lean también a Chéjov y a Raymond Carver, uno de los dos es el mejor cuentista que ha dado este siglo.

Consejos sobre el arte de escribir cuentos/ Roberto Bolaño (Chile, 1953-2003)
http://sololiteratura.com/bol/bolanoobras.htm
http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/robertobolano/index.htm
http://www.epdlp.com/escritor.php?id=1485
http://www.barcelonareview.com/22/s_rb.htm
http://www.deriva.org/monograficos/monograficos.php?ID=12
http://www.ucm.es/info/especulo/numero27/bolanos.html
http://www.geocities.com/robertobolano/
http://inmaculadadecepcion.blogspot.com/2004/11/roberto-bolan-es-el-valiente.html
http://www.lacoctelera.com/lectorileso/post/2007/02/18/-los-mitos-cthulhu-roberto-bolano
http://www.elcultural.es/HTML/20070329/LETRAS/LETRAS20109.asp
http://www.ou.edu/worldlit/onlinemagazine/2006November/Nov06-14bola%F1o.pdf
http://www.observacionesfilosoficas.net/robertobolano.htm
http://es.geocities.com/cuentohispano/bolano/
http://www.manueltalens.com/rincon_de_chejov/cuentos/bolano.htm
http://www.letraslibres.com/index.php?art=8437
http://www.igooh.com.ar/Nota.aspx?IdNota=4363

Contenido

La miré con ojos diferentes – Luciana Garcés
La fuerza del destino – René Rodríguez Soriano
Reflexión – Carmen Hernáiz

La miré con ojos diferentes

Hoy la he mirado con ojos diferentes, con indiferencia incluso. Me estoy librando de ella con la misma implacable decisión con la que se engarza a mi vida. No podemos vivir así, al menos yo no puedo.

Quiero independizarme, sin romper el espejo que nos refleja y que multiplicaría nuestra extraña y gemelar existencia.

Vivimos juntas desde hace casi una eternidad. Pero ella sigue con sus ocho años y su mirada sorprendida, su sonrisa eterna y ese aire entre pilluelo y canalla. Sé que soy yo, anclada en un pasado que deseo dejar de arrastrar, que me lastra. Deseo que muera, que se lleve nuestra memoria para que yo pueda renacer nueva.

Sé que no ocurrirá eso. Que seguirá su inocencia dentro de mis pupilas como un reto, que me obligara a sonreír aunque esté llorando, que seleccionará mis compañías con el me gusta-no me gusta de su invisible margarita. Cuando te bese ella te mirará como un escalpelo a punto de diseccionarte, y yo permitiré que nos contemple, que evalúe cada uno de nuestros deseos, que compare, que decida...

Pero hoy encontré la solución. No más visitas al loquero. Ella y yo estamos frente a frente. Sonríe mientras el dedo aprieta el gatillo y juntas vemos la redondez brillante y pulcra que nos llega, penetra y nos libera.

© Luciana Garcés

La fuerza del destino

"Y aunque intenté guardar la ropa
al mismo tiempo que nadar
me he resignado a ir en pelotas
mientras dure el mar..."
Mecano

Hoy la he mirado con ojos diferentes. No sé si el cielo azul que presiento allá afuera o el terciopelo de una voz gorjeando en el compacto, perdiéndose en los cuadros y en los anaqueles y entre los libros, las fotos y los recortes de los diarios. Tal vez el vino de la tarde o los geranios florecidos en el macetero de acá adentro, las fotos que nos hicimos el último verano o este dolor que ya no tiene retroceso.

Sería por el desdén o el sin sentido de un pasado que no quiere esfumarse en los entreveros de los viejos álbumes y las pocas cartas amarillas, sobrevivientes de tantos incendios, tantos conatos de purga. O la lluvia de la tarde, Alicia o las manzanas. Tiempo en el tiempo, en una calle que no conduce a ningún bar. O la cerveza, las escapadas sin excusa y ya no fumar más, jamás, jamás.

En la oficina, Alicia deshojó sobre la mesa todo un manojo de pendientes que se me confundían entre la octava peca que acerté a contarle, a hurtadillas y a la franca, bordeando la advertida separación de sus colinas (amenazando también con caer sobre la mesa). La miré y me miré con los mismos ojos con los que la miraba a ella, con los que me perdía en las laderas de su piel sin plan de regresar.

Camino a casa, con Alicia, llegamos hasta la vieja terraza donde cada tarde, la misma gente toma el mismo café y vuelve, una y tantas veces, a las historias harto conocidas. Fito Páez, Sabina o tal vez Lucio Dalas suenen y se enreden entre el rodar de tazas, platos, cucharitas y un cansado taconeo. Igual, cada tarde, mañana será otro día, no olvides que mañana o el jueves que viene o tal vez algún cine, un ballet o la exposición de Martha y Marina, en fin....

Pude estirar un poco más el tiempo. Rondar por la plaza, ir de tiendas o por las librerías, a sabiendas de que me encontraría, también, con la misma gente: Laura y sus historias con fagot, Amalia y Pepa. O visitar a los viejos y ver que en la casa nada ha cambiado, que los muebles, el piano de la abuela o la tía Pancha siguen flotando en el mismo limbo y que mamá y papá son apenas páginas de un libro que relata una historia de viejo conocida. Nunca han aceptado el guión que alguien decidió escoger para nosotros.

No va más, no vale la pena retroceder la aguja del reloj ni darle tantas vueltas a la noria. Ella estaba en casa ya, como todas las tardes, bordeada de mariposas perdidas en el azul de fondo del faldón de su bata de entre casa. Y lo sabía todo. Pude besarla como antes, pero Alicia, con sus mal contadas ocho pecas ya hacía rato que se interponía en el trayecto de nuestras pieles. Me di cuenta, una vez más, apenas intenté planear mil fugas para adueñarnos de la noche.

Hoy, aunque me he mirado, como siempre, en sus dos apacibles pozos de miel y se deja oír música de la que ha sido marco sonoro de todos estos años y filtran las celosías la misma luz y nos acompaña todo esto que ha tomado forma y tamaño en este espacio que hemos sido, advierto una veta de luz que me desnuda de cuerpo entero, falsa y mentirosa como he sido.

© René Rodríguez Soriano

La reflexión

Hoy la he mirado con ojos diferentes.

Le noto alguna arruga que no vi la última vez, y esas canas que intenta ocultar unos días, mientras otros parecen no importar en lo más mínimo. Las ojeras, marcadas desde hace tanto tiempo...

Me ha mirado y ha sonreído. He reconocido en ella algo de la mujer que fue. Casi imbatible, amiga, peleadora y enamorada de la vida.

Me he preguntado qué hay aún de ella en ella. Qué se quedó en tantos pasos dados, qué perdió por las autopistas de la vida.

La conozco bien, pero a veces me resulta extraña. Esos conflictos de sí y no que he podido ver incluso en alguna foto donde sonríe sin cambiar la expresión de los ojos, o esas veces en que lloraría pero no muda un ápice el gesto.

Quizás incluso para mí tiene secretos.

La he notado nerviosa ante mi mirada, como cuando acaba de salir de uno de esos túneles que odia atravesar y donde sigue entrando porque no puede ser que un poco de hormigón pueda con ella. Romper la voluntad ajena y que cada miedo salga a flote, y poder después eliminarlos para ser otra vez capaz de todo.

Al verla se me han puesto delante de golpe un buen puñado de los últimos años. El ahora y el ayer en una misma imagen, y aún a pesar de que todo tiempo vivido hace pasar factura de presente, sé que su gesto me decía que lo ha conseguido.

Regresar a casa, dondequiera que decida tener su casa. El aroma de mar recuperado, los hijos en la sala, el contestador con un "te quiero" tan próximo y tan cierto.

Ser parte de un todo deseado y deseable, integrar un lugar sin ser extraña en acento, ropa, maneras y horarios...

Y sé que de todas formas tendría esas arrugas en la frente, y las canas, y las ojeras. Y quizás también montones de secretos que no me cuenta por miedo a mi propia risa, que tan sumamente bien conoce.

Ella sabe que la estudio con frecuencia en sus maneras y en sus motivos. Que escruto sus intenciones y juzgo sus acciones...

Se ha acostumbrado a mí, como yo a ella, aunque a ratos...

A ratos, como ahora, debo dejar que ella siga ahí, haciendo su vida.

...Y yo debo terminar de limpiar el espejo.

© Carmen Hernáiz
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© mediaIslaproSÁBADO 29 de enero 2005.

proSÁBADO 008



LA CACERÍA HABÍA DURADO VARIOS DÍAS. Las tácticas fueron las de siempre. Acosar a las enormes bestias, acosarlas con fuegos, con griterío. Y así empujarlas hasta los grandes pantanos. Allí se atacarían pataleando lentamente, levantando oleadas inmensas de cieno, hundiéndose cada vez más con gañidos atronadores, desconsolados, ahogándose. Después vendría él a lancearlos en grupos, la carnicería enseguida y el devorarlos semi-crudos allí mismo.

Ya todos habían huido, cazadores y perseguidos. Iban ya muy lejos. Solamente uno quedaba, altísimo, feroz. Y el hombre delante de él, tan sólo con una pequeña hacha tallada entre las manos. Lo acometió la bestia con furia. Temblaba la tierra a sus pisadas enormes, a su trote empeñado en aplastarlo; temblaba como cuando los grandes cataclismos. Por fin un agujero, una grieta en el farallón. Adentro se precipitó el hombre como una sabandija. Y la bestia bramando afuera, rascando, intentando agrandar el huraco. Ya su largo dedo uñado, como viga, penetraba hasta el interior de la oquedad; y el hombre, los brazos abiertos de espaldas al muro, acorralado.

Después fue la cabeza, su horrible, redonda mole asomando a la hendidura y una lengua áspera estirándose más y más, azotando, buscándolo en la penumbra. Y detrás el interminable pescuezo ondulando como una serpiente colosal. A cada momento lo mismo. Todo el tiempo el espanto del asedio aquél en la soledad del páramo.

A la mañana, el hombre acercábase hasta la entrada del agujero. Se topaba otra vez con la bestia atravesada; un arroyo de baba densa, maloliente y turbia le chorreaba hacia el valle; y el ronco resoplo de bruto adormecido, echado contra la colina y el agujero, contra su presa exhausta de hambre, de cansancio. El hombre a rastras regresaba al fondo de la cueva. De rodillas se tumbó de nuevo acezando en la oscuridad. Se dejó caer estirando hasta el cuello la piel que lo cubría, espesa de pelambre como su rostro.

Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí. [Para Augusto Monterroso]

El asedio/ Juan Aburto (Nicaragua, 1918-1988)
http://www.dariana.com/diccionario/juan_aburto2.htm
http://www.dariana.com/diccionario/juan_aburto3.htm
http://www-ni.laprensa.com.ni/archivo/2002/diciembre/14/literaria/comentario/comentario-20021213-02.html
http://mypage.direct.ca/a/agarcias/7_dos.html

Contenido

Breve historia del ser no terminado – José T. Beato
La atávica atadura – Eduardo Díaz Guerra
Escena – Aymer Waldir


Breve historia del ser no terminado

En el principio eran tan sólo Dios y el Caos. Para uno, el eterno recuerdo de sí y para el otro el perpetuo fluir, movimiento infinito. De pronto, de la memoria brotó la Palabra y con ella la luz.

A partir de entonces hubo instante, cesó el desorden y se creó el espacio, los colores y los días. Con la palabra vinieron los seres, las constelaciones, las entelequias y las quimeras.

Pero una mañana el Gran Solitario se dijo divertido: haré un ser contradictorio; por ejemplo, que sea solo, pero que no pueda estar sin compañía. Racional, pero con deseos que lo lleven con frecuencia a traspasar la frontera de la irracionalidad. Finito, pero sin límite. Creado, mas no terminado, sino siempre en lucha por realizarse por completo, que no sea, sino que haga. Libre, pero condicionado. Hecho de tal modo que sea el mismo que se concluya.

Y he aquí al hombre, doble y uno, macho y hembra, sobre el suelo caminando. Sin embargo, desde abajo, mira erguido siempre hacia el cielo azul, porque sospecha, intuitivo, que al fin y al cabo es el infinito su destino.

Libre, con angustia perenne, busca un origen en el tiempo que será inevitablemente su destino, como que su vida es línea que se curva sobre sí misma: donde termina, comienza. Del infinito surgió único y por lo mismo, de allí mismo regresa multiplicado.

© José T. Beato

La atávica atadura

Hoy me levanté antes de las cinco de la mañana. Tenía que salir, con los arrieros, a llevar el ganado en edad a vender a la feria del pueblo. No me dio tiempo ni de lavarme: me exigió.

Le miré hacer como siempre hago, desde que era pequeña, mirando un punto fijo del suelo y casi intuyendo cada ademán suyo. Así sé cuándo necesita su sombrero de pana, o la fusta, o su caja de cigarros. Claro, eso es de día. Cuando está presionado, cambia hasta el punto de convertirse en un animal de monte, completamente distinto de cuando se viene a mí, recién bañado, instalada la noche, a implorarme que abra las piernas, a montarme como me gusta o a dejar que sea yo quien le cabalgue como me den las ganas. Entonces le miro como quiera, ahí sí. Le desafío los ojos, negros como el caballo azabache que prefiere usar, el que más trabajo dio de domar.

Ni se enteró de que aprendiera a leer y escribir, y cuando se dio cuenta, no se opuso; más bien, creo que no le importó. O lo vio como una oportunidad. A veces, luego del frenesí, me escucha leerle cuentos de marinos y galeones y naufragios hasta quedar rendido. Quizás esa parte sensible la heredó de su madre, que era mujer buena, de voz queda y ademanes silenciosos. Y justa, además de mi maestra. Nunca dejó que los mayorales ni los obreros de la caña intercambiaran siquiera dos palabras seguidas conmigo, y eso que hubo más de dos con los que me hubiera gustado aunque fuera conversar, sólo para escucharles hablar en su tosco idioma y reírme de sus cuentos sin gracia. Pero ya murió. No es fácil estar sola, aquí, aunque he seguido la tradición y con nadie hablo.

Le preparé pan con mantequilla y salami. Le hice chocolate de agua, que comió y bebió sin despegar los ojos de la mesa.

Quizás se sentía molesto por tener que apartarse de mí una semana, por lo menos. Él sabe que aunque en el pueblo haya mujeres que por paga se le entreguen y le finjan, nadie lo hará mejor que yo. Ni su esposa. Estoy obligada a lavar su ropa, a planchar. Tengo que mantener limpia la casa, los cuadros, los pisos, los innumerables adornos que ha traído de sus viajes. Debo lustrar sus botas, sus polainas, que queden relucientes, como para que pueda peinar su pelo, también negro, mirándose en su reflejo. Y cocinar, hacer esos mejunjes tropicales de que tanto disfruta, o asados acompañados con víveres en hoja. Todo, en fin.

Pero esta es mi venganza. La tengo en este monte que crece, agreste, aquí, y en los tortuosos caminos que le hago tomar para sacarle el alma.

No aspiro a más. Ni él tampoco. Él es amo y señor de allá afuera; yo, de aquí adentro. Cuando me obliga, lo torturo. A veces, cuando más deseoso viene, luego de tratar ásperamente a la doña o de haber golpeado a cualquiera de los peones por algún nimio error, me tiendo y no me muevo, por más que busque y rebusque palabras para mí desconocidas. Le devuelvo el favor. Mientras peor me trate, menos le doy, y eso lo va matando lentamente. Cuando me toma y no me tiene, su refugio es el alcohol, o el té de campana.

Desayunó, se levantó y ni me miró. Yo tampoco a él. Salió, ya extrañándome, lo sé. Su mujer duerme hasta tarde y ni se entera de nada. La pobre.

Pero cuando me trata bien o cuando me da la gana, le doy lo que me pide, y hasta más. Es mi recurso. Qué puede esperarse de mí, negra, mujer arrancada de niña de la tierra de sus padres y traída aquí a la fuerza: su esclava.

© Eduardo Díaz Guerra

Escena

Ella se aferra al cuello de su chaqueta en tanto que sus pies se hunden bajo el piso. Sus ojos imploran clemencia y él, inalterable, una y otra vez la apuñala rencorosamente. Terminado el acto, se enciende la luz, el público aplaude; al escenario regresa el actor agradecido, saluda, se despide y los espectadores comienzan a salir. Baja el telón y nadie advierte que la actriz aún no se levanta.

© Aymer Waldir
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© mediaIslaproSÁBADO 15 de enero 2005.

Saturday, April 14, 2007

proSÁBADO 007



SIN MUJER A MI COSTADO Y CON LA EXCITACIÓN de mis deseos acuciosos y perentorios, arribé a un sueño obseso. En él se me apareció una, dispuesta a la complacencia. Estaba tan pródigo, que me pasé en su compañía de la hora nona a la hora sexta, cuando el canto del gallo. Abrí luego los ojos y ella misma, a mi diestra, con sonrisa benévola, me incitó a que la tomara. Le expliqué, con sorprendida y agotada excusa, que ya lo había hecho.

–Lo sé –respondió-, pero quiero estar cierta.

Yo no hice caso a su reclamo y volví a dormirme profundamente, para no caer en una tentación irregular y quizás ya innecesaria.

La incrédula/ Edmundo Valadés (México, 1915- 1994)
http://www.her.itesm.mx/academia/profesional/humanidades/literatura/edvalades.html
http://www.ucm.es/info/especulo/numero24/valades.html
http://redescolar.ilce.edu.mx/redescolar/act_permanentes/lengua_comunicacion/el_oto%F1o/entrale/cuento%20nunca%20acabar/edmundorazones.htm
http://www4.loscuentos.net/forum/1/218/
http://elcajondesastre.blogcindario.com/2006/01/00360-la-incredula-edmundo-valades-micro-cuento.html

Contenido

Proyecto uno – Sergio Borao Llop
Juicio a Dios – Juan Freddy Armando
Si ves a mamá dile que fracasé – Emmanuel Andujar

Proyecto uno

Desconcertado, consultó otra vez los planos. Había revisado el proyecto de arriba a abajo un sinfín de veces sin encontrar el menor fallo en él. Sin embargo, ahora que ya todo estaba en marcha, no cabía la menor duda: Algo había salido mal, pero se le escapaba qué pudiera ser. Corregir el error se le antojaba imposible; la mera admisión del mismo resultaría nefasta para su carrera. Así las cosas, no vio más que una solución. Mandó llamar al subdirector. Al hablar, fue tajante:

–Hay que poner en marcha el plan B. De inmediato.

El subdirector asintió sumisamente, adoptó la forma de serpiente con la que el mundo habría de recordarle y partió a cumplir su misión.

Así fue como Eva y Adán creyeron ser expulsados de un paraíso que jamás existió. Para que la ilusión fuese perfecta, hizo falta sembrar la semilla de la culpa y la desconfianza en sus corazones vírgenes.

Después, el escriba oficial, siguiendo al pie de la letra las instrucciones recibidas, según es costumbre en los escribas oficiales, redactó una edificante historia con tentaciones y manzanas.

© Sergio Borao Llop

Juicio a Dios.

"Mi pobre madre, al salir de noche a ordeñar una vaca,
fue mordida en una pierna por una serpiente por la
influencia del Tiempo Supremo".
Srimad-Bagavatan, canto I, cap. 6, texto 9.

La primera vez que mi madre fue herida por un toro que la persiguió en el potrero, creí que se trataba de una bendición de Dios para darme la oportunidad de quererla más y atenderla con diligente amor.

Llegó a casa arrastrándose. Una larga estela de sangre iba dejando a su paso. En el lado izquierdo de su espalda había sido la cornada. Mostraba una honda laceración, y la piel y los músculos le flotaban allí como un pedazo de tela. Su respiración tenía un cansancio mortal. Corrió mucho más de lo que le daban sus fuerzas. Los pómulos estaban color violeta pardo, y las venas de ambos lados del rostro le brotaban rojizas, como si quisieran explotar.

Lejísimos estaba la ciudad. Lejísimos el médico. Concluí en que no debía llevarla a ningún lado, que no valdría la pena. La distancia la mataría. Me decidí a curar la desgarradura, y lo único que encontré fue la aguja de coser sacos, larga y puntiaguda. Le puse hilo y procedí a coser. Después llamaría a las viejas del campo, que saben mucho de remedios.

Ella quería gritar cuando sentía los pinchazos, pero la carrera, el esfuerzo hecho y la sangre perdida le habían quitado las fuerzas. No sé cómo, pero la costura resultó perfecta. Cubrí la herida con hojas de plátano y empleé algunas medicinas caseras para detener la hemorragia, tal como me indicara mi abuela hacía muchos años. Un fuerte instinto de conservación, que creí fuera obra de Dios, me guió las manos, lo mismo que una extraordinaria y misteriosa fuerza espiritual me hizo recordar gráficamente y de viva voz los consejos oídos antaño.

Convencido de que era el espíritu de Dios, pensaba que el Señor comprendía los hechos bondadosos de mi madre. Que sabía de sus largos viajes buscando algo de comer o beber para mí o para algún desconocido que, enfermo, se refugiara en nuestra casita o para algún niño hambriento que hallara en el camino. Del desgaste progresivo de su cuerpo, trabajando para retardar la muerte de mi padre, que duró tantos años en agonía, con ese llanto nocturno que mi madre sufría casi más que él.

Dios sabe, me dije, del afán de ella por llevar comida a los trabajadores que laboran sin descanso en medio del cañaveral caliente. Imaginaba al Altísimo viendo a mi madre quedarse muchas veces sin comer por dar socorro a algún necesitado.

Por mi cabeza no había cruzado nunca la sospecha de que el Omnisapiente ignorara aquello. Tan perfecto lo concebía. Tan justo. Más que por la escuela, la iglesia o las palabras de mis padres, conocí a Dios a través de los actos de mi madre.

Pero la segunda vez que ella fue agredida por un toro, aunque la herida no fue tan terrible como la primera, una sombra de duda me ocupó la razón. Traté de olvidarla. Luché duro conmigo mismo. La olvidé. Después, cuando ella pasó varios años llorando todas las mañanas por el dolor de las dos heridas, otra vez la ponzoña de la duda me clavó el pensamiento, evadí todo razonamiento. Seguí exculpando al Omnipotente. No dejé desmoronar mi fe.

Pero se me enfermó el alma. Arrepentido maldije todas mis dudas. A mí mismo. Cerré los ojos y me aferré a Él. Mi cuerpo iba carcomiéndose. Tarde me di cuenta de que también mí alma se podría. De que mi mente era un territorio baldío, árido, un desierto perenne y sin límites posibles. Y ahora, la gente cree que me he desmayado cuando mira mi cuerpo descolorido y postrado.

Tendrá hambre, pensarán. Pero no. No saben que ese temblor de mis músculos y huesos, ese caerse de mis ojos, esa respiración apretada, es mi agonía. Siento que se me seca el espíritu, que mi alma desfallece, el mundo se oscurece y no veo el cielo que me acoja.

Me sofoca un calor interior, siento que mi cuerpo es todo fuego que me hiere y me calcina, y no sé si estoy o voy hacia el infierno, porque aquí, ante el cadáver de mi madre, agredida y tiroteada por el dueño del potrero, me niego a encontrarle sentido a este "Conformidad, hijo: obra de Dios", que me dice el cura párroco

© Juan Freddy Armando

Si ves a mamá dile que fracasé

Para Andrés Astacio.

"Estoy conciente de que en esta barra corro peligro de muerte."
Sasá Belarminio

El sonidito del frasco de diazepán sonaba como una maraca dentro de la noche. Aurora miraba perdidamente el vacío. La sangre se había detenido camino a la cocina y el cuchillo, cansado de entrar y salir del cuerpo de Licurgo, reposaba en un ecléctico sillón. Horas después Andrés recibiría por el Messenger la noticia. Su desconcierto lo llevó tropezando a la barra del tugurio donde Sasá rogaba por otra cerveza prometiendo saldar una cuenta que crecía y crecía hasta rebosar la paila, como los espaguetis Milano. Sasá no recibió con alegría al pobre Andrés; el dueño del burdel aguardaba en una esquina, bate en mano, a que se ordenara algo más. El recién llegado ofreció pagar las birras con tal de ser escuchado. Y habló: Coño, la jeva se le fue virgen para Francia; tanta pasión restringida para no desvirgarla y se le zapateó con Licurgo el Encantador. Hasta la madre de Aurorita había catalogado a ese muchacho como "Un perfecto hijo de Dios". Al momento de abordar, Aurora se enteró de todo. Conversadora la niña, contaba a las azafatas maravillas de su novio que la esperaba en Paris. Emocionada, daba detalles de cómo le entregaría su virginidad no bien se bajara del avión. A la hora de los nombres, en un perfecto francés sin acento todo fatalmente coincidió. Le tuvieron que dar uno de los calmantes que traía en el bolso y hasta la frotaron con la botellita de BayRum que cargaba cuando la francesita le dijo que qué coincidencia, hace unos cuatro días un garzón bastante encantador llamado Licurgo se lo había metido repetidas veces en el baño del avión. A ella y a la otra sobrecargo que se llama Lulú, que hoy no vuela porque está libre y de seguro anda con el susodicho enseñándole museos y bebiendo Beaujolais en las plazas. Sasá encendió un cigarrillo y confirmó que en la confianza es que está el peligro. Andrés se arrancó en un llanto quedo y cabeza gacha, pidió dos frías más. Ya en Francia, lo primero que hizo Aurorita fue comprarse un gran cuchillo Tramontina (10 euros aprox.) y luego se entregó a Licurgo en el departamento parisino. Rodó sangre del acto y sangre de todas las veces que el sagrado stainless steel entró y salió de la tripa. Poseída, llegó hasta la computadora, hizo Sign In y procedió a enviarle a la madre el mensaje fatídico de su corta estancia en la Ciudad Luz. Andrés, portador de las buenas nuevas, había dejado la cartera en casa. Sasá cometió el error de asumir la deuda. El dueño del bar, bate en mano, decide no aguantar más pendejá: Comienza la segunda del noveno.

© Emmanuel Andujar
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© mediaIslaproSÁBADO 15 de enero 2005.

proSÁBADO 006

PEREZOSA E INDIFERENTE, sacudiendo con facilidad el espacio de sus alas, conocedora de su camino, pasa la garza sobre la iglesia, bajo el cielo. Blanco e indiferente, ensimismado, el cielo cubre y descubre sin cesar, se va y se queda. ¿Un lago? ¡Quítale las orillas! ¿Una montaña? Sí, perfecto, con el oro del sol en las laderas. Cae desde lo alto. Helechos o plumas blancas, siempre, siempre...

Deseando la verdad, esperándola, destilando laboriosamente unas pocas palabras, deseando siempre (se inicia un grito a la izquierda, otro a la derecha; ruedas golpean divergentes; ómnibus se conglomeran en conflicto), deseando siempre (el reloj asevera con doce claras campanadas que es mediodía; la luz vierte escamas de oro; niños se arremolinan), deseando siempre verdad. Roja es la cúpula; de los árboles cuelgan monedas; el humo sale lento de las chimeneas; ladrido, alarido, grito. «Compro metal»... ¿Y la verdad?

Como rayos orientados hacia un punto, pies de hombres, pies de mujeres, negros o con incrustaciones doradas (Esa niebla... ¿Azúcar? No, gracias... La commonwealth del futuro), la luz del fuego salta y deja roja la estancia, salvo las negras figuras y sus ojos brillantes, mientras descargan una camioneta fuera, la señorita Thingummy sorbe té en su mesa escritorio, y las vitrinas protegen abrigos de pieles.

Cacareada, leve cual hoja, rizada en los bordes, pasada por las ruedas, plateada, en casa o fuera de casa, reunida, esparcida, derrochada en diferentes platillos de la balanza, barrida, sumergida, desgarrada, hundida, ensamblada... ¿Y la verdad?

Recordar ahora junto al fuego del hogar la blanca plaza de mármol. De las profundidades de marfil se alzan palabras que vierten su negrura, florecen y penetran. El libro caído; en la llama, en el humo, en las perecederas chispas; o ya viajando, la bandera en la plaza de mármol, minaretes debajo y mares de la India, mientras los espacios azules corren y las estrellas brillan... ¿la verdad?, o bien, ¿satisfacción con su proximidad?

Perezosa e indiferente la garza regresa; el cielo cubre con un velo sus estrellas; las borra luego.

Lunes o martes/ Virginia Woolf (Inglaterra, 11882-1941)
http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/ing/woolf/vw.htm
http://www.booksfactory.com/writers/woolf_es.htm
http://dmoz.org/World/Espa%C3%B1ol/Artes/Literatura/Autores/W/Woolf,_Virginia/
http://www.answers.com/topic/virginia-woolf
http://opiniones.wordpress.com/tag/virginia-woolf/


Contenido

Humo en tus ojos de espuma y marafuera – René Rodríguez Soriano
Té verde – Helga Vega
De penumbra y amores elementales – Ramón Tejada Holguín


Humo en tus ojos de espuma y marafuera

Si una muchacha viene de tarde y mandarina y te sopla la flauta de su risa, la lluvia y las cigarras vendrán a contramano a cantarte muy quedo otros asuntos. Uno dice las cosas por su nombre y los puentes se pueblan de amapolas, geranios y sandías. (Después, que se callen los poetas del carajo). Entra una manada de colespadas por El Conde. De Las Damas, desemboca la muchacha en cuestión y es un poema ver los ojos salidos de los sacristanes en conserva, las viejas santurronas y al jocundo Monseñor de los altares, toda una sinfonía de aspavientos. ¡Qué monería! Un bolero hierve en la tisana del ambiente, otras muchachas rielan por los empedrados, miran los papalotes y es La Habana. Morena, la muchacha, en aluvión de caramelo. Te sientes el jenízaro que se le bebe a sorbos largos el aroma, los pespuntes y el mohín (Que se vayan al diablo los poetas con sus gaitas) Está sonando ahí, muy cerca tuyo, la canción noventinueve y el locutor, sediento de beber lo que nos dice que se bebe y poner la última canción, decir adiós, y tú la miras y ella te mira y todos la miran y te das cuenta que su rostro es todo mar o nube y algodón y, como dices, amaneció dulce y variopinta, te sirves sopa rosa. Das las gracias a Abreu y le prometes, por enésima vez, la propina que no cumples y el café ya está frío de esperar a la muchacha (diles que se callen, calle abajo, que no jodan con los premios y los versos Llénales de abalorios las recetas Cámbiales los cassettes, verás que ya no más, que nos dejan tranquilos Mándalos con sus partes y compartes). Mírala que se acerca y hay tumultos: maniquíes, escaparates y mirones que se ensartan a codazos y empellones. Mírala que ya viene, asolando las praderas de las horas. Fresca y franca como el agua de la fuente. Engúlletela ya, poeta tonto. Embístela sin pausas, antes que se te vaya de mañana y amarillo. ¡Vuela

© René Rodríguez Soriano


Té verde

Luego de aquella taza de té verde bebida a sorbos con cada llanto de Lhasa, estuvo segura de no dejar pasar esa noche. Fue como si los ángeles estuvieran custodiando su sueño, y con susurro de fino hilo en su oído despertaría muy serena y muy de madrugada. Ya no podía soportar aquella respiración a su lado y por primera vez en tantos años, se escabulló de la cama caliente; esa no sería más su cama aunque volviera en las noches por algún tiempo más. Con pasos felinos recorrió el pasillo y llegó al estudio, lo próximo sería abrir esa extraña ventana sin hacer chillar sus bisagras. Se encontraron en medio de dos oscuridades, un resplandor iluminaba sus rostros y sus manos atolondradas, dos seres entregados con cada palabra, mientras sus cuerpos temblaban con las caricias soñadas. Ni el reloj, ni el perro ladrando, ni las luces de algún auto pasando, nada existió, sólo se oyeron los grillos. De haber despertado aquel que dormía cerca, el exilio apenas se habría precipitado.

© Helga Vega


De penumbra y amores elementales

He oído hablar de la penumbra con poco acierto. Se ha hablado de los que se esconden en la sombra, de los que alojan su espíritu en una recóndita rendija de su cuerpo, de los enamorados que prefieren los rincones en penumbra y la soledad.

Ella y yo estamos siempre en compañía de los muchachos y las muchachas, jugando a la alegría y la felicidad. Sin embargo, a veces sucede, admito que me ha sucedido, que la penumbra remite a la solitud: entristecemos, uno se siente flotar en los nubarrones de la melancolía. En otras ocasiones la penumbra fascina: ese escrutarse a media luz, el misterio del mágico encuentro entre las fuerzas de la luz y las de la oscuridad es insondable.

Sé que se tiene miedo de hablar de la penumbra y el amor en tono adolescente. Pero cuando la penumbra seduce y ella está a mi lado, otro tono es imposible. Por ejemplo, si las luces se apagan y sus manos y las mías bailan la danza Taína del amor, las manos son hechiceras, yo me siento colegial, regreso a los parques, al verdor de la grama cuando la tarde, moribunda, se va, al no pise la hierba, pero ella y yo estamos sentados en el pasto.

Retorno al recreo, a las miradas fugaces de la joven amada, o sea ella, al cándido beso que la brisa lleva a la boca del enamorado, yo, mientras los amigos ríen y, bullangueros, me pasan las manos por la cabeza. Hay la puerta a algo familiar y lejano, desconocido y muy nuestro. Cuando beso sus labios, pintados de rojo Chinatwon, sólo penumbra quiero.

Creo que los amores elementales y secretos, los de quienes buscamos los rincones en penumbra y las cervezas más frías, los de dos amantes que inocentes y desnudos se hacen el amor con adolescentes glosas corporales son los mejores del mundo. Pero las cosas no son siempre como uno quiere. Las cervezas están tibias, ojos de buitres acechan nuestras vidas como si nuestros cuerpos fueran carroña. Salgo por la puerta principal y regreso furtivo por el garaje. El calor es insoportable. La conjunción de nuestros sudores simbolizan nuestros cuerpos y placeres.

Uno somos.
Su pecho: alimento para mis ávidas manos.
Piel tersa y tierna que da de beber a los sedientos labios del que acaricia.
Muslos y manos.
Boca y senos.
Pecho versus pecho.
Manos y manos.
Sexo y sexo.
Paz. Pero paz que se desvanece de repente, que sacude los cuerpos, y regresa lentamente.
Caricias que desean la sordera.
Voz: seré tu maestro.

Lo cierto es que soy esclavo de su cuerpo y de su espíritu, de su increíble y joven manera de estar siempre en pie de lucha, de esos labios Chinatwon que hablan del mundo y de la protección de las ballenas del Banco de la Plata y nunca del futuro del amor, porque viven este presente que somos.

Ahora, exhaustos, acostados, entrelazados, con las miradas en el cuerpo del otro, las manos hacen torpes intentos de caricias, miramos más allá...

Pensamos en nosotros. Olvidados por hoy los fantasmas que exigen ser dueños de nuestros presente y pasado.

© Ramón Tejada Holguín
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© mediaIslaproSÁBADO 006 08 de enero 2005.

proSÁBADO 005


CUANDO IBA EL OTRO DÍA en el tren me erguí de pronto feliz sobre mis dos patas y empecé a manotear de alegría y a invitar a todos a ver el paisaje y a contemplar el crepúsculo que estaba lo mas bien. Las mujeres y los niños y unos señores que detuvieron su conversación me miraban sorprendidos y se reían de mí pero cuando me senté otra vez silencioso no podían imaginar que yo acababa de ver alejarse lentamente a la orilla del camino una vaca muerta muertita sin quien la enterrara ni quien le editara sus obras completas ni quien le dijera un sentido y lloroso discurso por lo buena que había sido y por todos los chorritos de humeante leche con que contribuyó a que la vida en general y el tren en particular siguieran su marcha.

La vaca/ Augusto Monterroso (Guatemala, 1921-2003)
http://www.uweb.ucsb.edu/~jce2/monterroso.htm
http://www.patriagrande.net/guatemala/augusto.monterroso/
http://cvc.cervantes.es/actcult/monterroso/
http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/monte/am.htm
http://www.epdlp.com/escritor.php?id=2059


Contenido

Porque toda separación es una herida – Sergio Borao Llop
Tiempo de lavar – Pilar Romano
Fantasmas resurrectos – Ramón Tejada Holguín


Porque toda separación es una herida

El cuentecillo que va a continuación fue escrito una noche de otoño, bajo el influjo de Winona Ryder o más concretamente de la inquietante mirada de Winona Ryder en una película cuyo único mérito era, precisamente, la inquietante mirada de Winona Ryder. El cuento en sí, lo reconozco, no vale gran cosa, pero uno o dos conceptos contribuyen, quizá, a salvarlo de la hoguera.

–No estés triste -le había dicho ella- Esto era inevitable. Después de todo, yo nunca hubiese podido amarte.

Luego, le dio un beso en los labios y se dirigió hacia la calle, escoltada por los dos tipos que habían venido a buscarla. Al abrirse la puerta, ella se volvió a mirarle por última vez y un rayo de sol iluminó su rostro. De haber existido esa posibilidad, el destello que se vio en sus ojos hubiera sido el preludio de una lágrima inminente, pero tal cosa era impensable. Cuando finalmente salieron, la puerta se cerró y el silencio ocupó la estancia.

Fumando, él miraba por la ventana. Recordaba el día en que se conocieron, la tarde de los pájaros, los alegres planes, las puestas de sol junto al estanque, el viaje a Florencia... Con inusitada precisión, podía ver en su mente los pormenores de aquellos diez años de vida en común. Era maravilloso recordar así, hasta los mínimos detalles. ¿Por qué, entonces, no se sentía feliz? ¿Por qué ese absurdo nudo en la garganta? Si cualquier otro de los ejecutivos de la compañía le viese ahora...

Pensó que si el recuerdo le resultaba doloroso, también podía optar por el olvido, pero la sola idea le produjo un acceso de rabia. ¿Olvidar?¿Sumar el vacío del olvido al vacío de la ausencia?¿Acaso cabe un horror semejante?

¡Cómo haber supuesto siquiera que llegaría a enamorarse de ella! Todo debería haber sucedido de otro modo. Al fin y al cabo, no era el primero ni sería el último. Pero nadie tuvo en cuenta el factor emocional, y ahora, él lo estaba pagando.

Si todo es pura apariencia, ¿qué importaba que los recuerdos fuesen implantados? ¿qué importaba que aquellos diez años hubiesen sido en realidad tres semanas?¿qué importaba que Ella -el prototipo Woman VI, como figuraba en los planos del proyecto- sólo fuese un androide, si le había hecho pasar las horas más felices de su vida? "Por supuesto –había dicho el vicepresidente de la compañía- le compensaremos. La próxima semana le enviaremos un nuevo prototipo mejorado. Y con funciones adicionales. Verá como le satisface"

Sentado junto a la ventana, Harry -Harry 12, según un expediente que muy pocos conocían- supo que sin ella nada iba a tener sentido, que habría otras y que ninguna de esas otras sería jamás Ella, y deseó que ese sol que se estaba poniendo, no volviese a levantarse más. Esa noche, por primera vez desde la incierta y olvidada fecha de su creación, soñó.

© Sergio Borao Llop


Tiempo de lavar

No estaba pensando en él, en realidad no estaba pensando en nada, sin embargo su mente, o quizá su alma, quién sabe dónde dormitan estas determinaciones, se llenó de golpe con la decisión de que lo perdonaría. Después de todo, la culpable era ella, por haberse enamorado de un hombre que llevaba en el bolsillo una máscara.

Su mirada hacia el jardín no logró modificar aquel estado de ánimo; el viento levantaba un polvo seco y agitaba los tallos de las plantas que hacía por lo menos una semana no regaba; contra un cielo casi metálico revoloteaban, como todas los días a esa hora, unos pájaros parecidos a pedazos de papel chamuscado mecidos por el aire que seguramente también se movía allá arriba. Cuando extienda la ropa se volverá a ensuciar, pensó, pero siguió cargando con jabón en polvo el lavarropas, como si sus acciones estuvieran desconectadas de la razón.

Tendría que hacer un esfuerzo y pensar. Quería estar segura de lo que haría antes de que volviera el fastidio de la noche para enredarla en la incertidumbre. A esa hora el destino siempre le mostraba incertidumbre. Antes de que creyera oír de nuevo las palabras de brujo con que él había alquilado ese destino. Antes de ceder a la tentación de encender la lámpara y bailar con falda de gitana sobre las promesas incumplidas. No es necesario pensar, pensó, ya estaba segura de que lo perdonaría.

Siempre me inquietó el blanco, recordó; quizá por eso su gata Elka era negra. Sintió el roce tibio de la piel peluda de Elka rozándole las pantorrillas mientras el polvo blanco del jabón seguía dispersándose sobre el agua. ¿Cuánto haría que sostenía el envase que terminaba de abrir? ¿No sería ya suficiente?

Debería haber maridos descartables, siguió divagando, como maniquíes casi, pero medio humanos; serían mejores que estos otros con la fidelidad de un gato montés.

Hizo un repaso de las aventuras de Javier, de las que había logrado soportar y digerir. Casi todas, inclusive la última, menos una: nunca pudo perdonarle aquella con la catequista de Elenita. Estaba la nena de por medio. Por ella conoció a esa falsa aprendiz de monjita. Aquello se le aparecía siempre como una obscenidad navegando en agua bendita.

Y de pronto, en esa siesta de otoño, la súbita sensación de que podía perdonarlo. ¿No será demasiado jabón? Suspendió la carga al sentir un insobornable deseo de descansar, aunque fuera por un rato. Puso en marcha el lavarropas y se sentó en una de las sillas del patio. Quiso tomar a Elka para acariciarla sobre su regazo, pero ella la rehuyó. Qué raro... es que el olor a jabón en polvo siempre la hizo estornudar... Con los ojos semicerrados, vio cómo la espuma empezaba a desbordarse, a avanzar hacia ella, a ocuparlo todo, pero su mente nada podía articular, salvo la idea de que lo había perdonado. Luego iría al dormitorio para decírselo. Por ahora, se abandonaría a esa placentera experiencia de flotar sobre la espuma, sentada en su silla, recorriendo toda la casa, rodeada de un blanco que por primera vez le pareció bellísimo, interrumpido tan sólo por los colores de una de las medias de Javier que se había escapado de la lavadora y flotaba junto a ella.

La silla, arrastrada por la espuma, entró con ella por la puerta de la cocina y las tapas de las cacerolas hicieron un sonido semejante al de una fanfarria. Luego pasó al comedor y advirtió que aún no había retirado el mantel del almuerzo. El cuarto de Elenita no le pareció vacío esta vez. Ella no estaba pero no le pareció vacío. Desde allí flotó por un pasillo hacia el dormitorio donde descansaba Javier, casi no se lo veía a Javier, tapado por la espuma; usando las manos como aletas de foca logró dejar el rostro y el torso al descubierto... esa leve cicatriz en el labio inferior que la había incitado a averiguar qué gusto tenía... y esas manos como para dejarlas hacer... no lo despertaría ahora, le hablaría más tarde de su perdón-

La corriente de espuma la acercó a la ventana, que se abrió casi reverente. Su cuerpo le parecía poco más que un juguete, apenas una pequeña pieza de ajedrez en medio de una tregua sin mentiras, apenas el marco de un viejo cuadro que alguien decide descolgar.

Sintió que todo lo que sabía dejaba de tener sentido y ya no reconoció los lugares por donde iba, le pareció que tenía infinidad de nombres y que había infinitos nombres para llamar a las personas y a las cosas, que había vuelto a ser pura y que ya nadie, detrás de la espuma, la reconocería.

© Pilar Romano


Fantasmas resurrectos

Un hombre sentado en el muro del Alcázar de colón. Una mujer parada en la Placita del Reloj de Sol. Nadie mira las estrellas.

La mujer desaparece en la penumbra. Aparece. El está absorto en sus pensamientos: trata de saber con cuáles ojos ella mira el río. Si con los de nostalgia y desamparo o los de soledad y plenitud. La penumbra se traga a la mujer. La libera.

Ella no es una aparición ni Doña María de Toledo que regresa. El hombre, hipnotizado, la observa como si lo fuera. Amos de un mismo territorio. Fantasmas resurrectos. Encontrarse es el inicio de una apacible historia de amor, sin sobresaltos, ni emociones.

Definitivamente, no podrán ser personajes de novela o cuento. Sólo la crónica de un instantes los captura.

© Ramón Tejada Holguín
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(c) mediaIslaproSÁBADO 1 de enero 2005.

Friday, April 13, 2007

proSÁBADO 004


UN ANCIANO VE UN MUERTO sobre el que caía la claridad de la luna. Reúne gran número de animales y les dice:

–¿Cuál de vosotros, valientes, quiere encargarse de pasar el muerto o la luna a la otra orilla del río?

Dos tortugas se presentan: la primera, que tiene las patas largas, carga con la luna y llega sana y salva con ella a la orilla opuesta; la otra, que tiene las patas cortas, carga con el muerto y se ahora.

Por eso la luna muerta reaparece todos los días, y el hombre que muere no vuelve nunca.

El muerto y la luna/ Blaise Cendrars (Francia, 1887-1961)
http://www.epdlp.com/escritor.php?id=1570
http://es.wikipedia.org/wiki/Blaise_Cendrars
http://www.henciclopedia.org.uy/autores/Kupchik/Cendrars.htm


Contenido

Cuento sin trama ni título – José T. Beato
Danza de la ironía – Thelma Kirsch
Los lunares de Matilde – Jaime Cabrera González
Lluvia Oquendo – Blanca Kais Barinas


Cuento sin trama ni título

Un rayo de luz se filtra no muy tímido por la ventana. Despierto y miro desde la cama. Por lo visto, afuera el sol deja caer hace rato su larga melena dorada. Debe ser domingo. Hay música alta en el apartamento vecino. Las notas cortan audaces el viento, sin hacer caso de los ruidos de la calle.

Es música enérgica. Oigo el tremolar de cuerdas graves. A éstas, se le superponen de pronto agitados violines. Percusión firme y repetida, oboes, fagots, trompetas....es la Novena; sospecho que en interpretación de Von Karajan. Me lavo, me visto y me asomo al balcón. Me tiro en un sillón.

Mi gato pudibundo llega reservado y orondo. A poco, me mira desconfiado. En un instante sus pelos se ponen de punta, conforme la música se agita. Yo también me levanto de mi falencia que no es lo mismo que de mi valencia y mucho menos que de mi cadencia. Brinco, me zarandeo y zaleo los brazos....el espíritu indomable de aquellas armonías a veces disonantes, me elevan y me tumban, me contonean, me traquetean y sacuden.

Orgullo, lucha; deseo el combate....Tatáaa...tatáaaaa. Siento como que me aplastan, mejor dicho ya lo han hecho. Resurge el tremolar de violines y de aquel bajo sinuoso. ¡Ay! Esas notas como que me ofenden, mejor dicho, estoy ofendido ....mejor dicho es la vida que me ofende. Voy a agredir...mejor dicho, voy a luchar....chiriiii, chiriiiii, tatáaaa...tatáaaaaa....

© José T. Beato


Danza de la ironía

"Un rey agoniza desde un millón de segundos"
Octavio Paz

Observas la ovación preconcebida mientras diriges sin batuta los gestos en el teatro del absurdo. Te alistas para el día que no verás. En la agenda donde anidan tus fantasmas agrupas epitafios, inventas coronas de gladiolos con enredaderas en el tronco. No dudaría que alguna lápida emergiese del ciprés que se encuentra en la entrada del campo santo, después de todo, el grabador de tumbas moraba allí mucho antes de conocerte.

Eres carne de cárceles entre secas muchedumbres y humores de rancias presencias.

¿Nunca te conté que el reloj ya no detiene las horas; que dejó de ser su dueño desde que el cristal de sílice robó su péndulo y olvidó como late el corazón; que el tiempo no detiene las hojas sobre los árboles, y el invierno los humilla?

Huyes de la vida escondido entre trofeos e imaginando caravanas de pegazos que cabalgan llevando un féretro moldeado por asistencias y multitudes aglutinadas. Un cortejo, donde los pañuelos de lino aparecen presuntuosos y a nadie dicen nada. No hay ningún papel con tinta enlutado. No llegarán a tiempo los perfumes que encargaste para este último momento y los vuelos conocidos que iluminaban tus ojos pasarán sin detenerse.

Las esquelas vienen desde fábricas de letras, las pegas en tu álbum de recortes. Nadie las leerá. Ningún poeta dejó una huella, ningún asceta describió tu invertida soledad. Y corres, corres porque tienes que presentarte aunque te alimentes muerto, ¡es tu funeral! No lo mereces. Porque mereces el sol del mediodía, la dulzura del pasto nuevo y la ausencia del remanente. Mereces a la amante que espera hasta que el manzano deje caer la última gota de su fruto y manche las lágrimas que le lavan el rostro.

Ay, si conocieras las puertas que se han abierto trayendo las presencias que no pudiste robar. Pero te dejo en tu agonía –ya me conocerás- porque pasaba y dije: ¿de dónde viene ese olor a incienso ya quemado; ese tul que vuela despacio con brazos extendidos y se aloja en los pasillos de la memoria?

Las mariposas también mueren dejando estelas de colores en colecciones petrificadas. ¿Tampoco lo supiste? Cada noche, cuando oscurece, desapareces del mundo que acaba de borrarse.

© Thelma Kirsch


Los lunares de Matilde

Este mediodía después de la lluvia llegó Matilde. Es viernes. Ella viene todos los viernes a la misma hora de la mañana, pero esta vez ha llegado tarde. Mamá le ha abierto el portoncito del callejón para que no vaya a mojar el piso de la sala con las chancletas de caucho y el plástico que trae en la cabeza.

Encuentro a Matilde ya sentada en la cocina, mete el pan en el café con leche; tiene las piernas cruzadas, mueve una de sus chancletas mientras come. Su figura desgarbada y su nariz torcida y sus cabellos grasosos y su sonrisa sin dientes me reciben con la misma alegría de cada semana. ¡Se parece tanto a mamá, sólo que mamá no tiene lunares!

Nunca he visto a nadie con tantos lunares, y comienzo a contárselos sin que ella diga nada. Casi nunca dice nada en la cocina, sólo hace un ruido de agua que baja por un tubo después que se lleva la taza de café a la boca. Yo sigo el camino de hormigas sobre su piel; uno, dos, tres lunares.

En cambio cuando plancha el bulto que mamá ha hecho con una sábana que termina en un nudo, se le da por hablar y hablar, alisando la ropa. Dice de su casa y de su soledad y de su barrio. Habla de una historia que no parece que fuera la suya mientras continúo contando sus lunares; siete, ocho, nueve.

Esta vez mamá no dice nada, ni siquiera la corrige cuando llama a abuelo, papá; apenas mueve la cabeza siguiendo cada palabra. Mamá tiene esa cara que pone cuando se queda pensando. Ella a veces se queda pensando por largo rato, es como si no estuviera, como si no me viera. Los ojos se le van para otra parte, las pestañas se le detienen.

Sólo cuando Matilde dice algo del hermano de mi papá, se acaloran un poco, pero sin alzar la voz. De vez en cuando detienen lo que dicen para mirarme. Tengo un dedo en uno de los lunares de sus pies.

Yo no les presto mucha atención, no me intereso en lo que hablan, discuten muy bajito, pienso, y no quiero confundirme con la cuenta de tantos lunares.

Uno, dos, tres.

Por estar pensando he tenido que volver a contar. Ahora que parecen más tranquilas escucho algunas frases que mamá deja sin terminar: "Aún no se te ve la…".

De repente mamá dice cuando alcanzo el lunar siete a la altura del tobillo, niño, ya basta, está bueno, te pones tan pesado… En ese momento ya no hay nada por planchar y yo que he perdido mi conteo, me quedo como todos los viernes con las ganas de saber cuántos lunares tiene Matilde.

Mamá despide a Matilde en la puerta con un, no vaya a ser que llueva otra vez y tú con esa... Y entonces escucho a Matilde toser con la cabeza baja como si tuviera el plástico, como si se mirara las chancletas de caucho. Se lleva una mano llena de lunares a la barriga y luego parte con una bolsa de mercado en la que mamá ha metido algunos vestidos de mi hermana pequeñita.

Al verla alejarse entre los charcos pienso que la otra semana tendré una nueva oportunidad… pero entonces me doy cuenta que mamá está llorando, llora en silencio como cuando uno no quiere que nadie se entere, llora como nunca. Y eso hace que en alguna parte empiece a dolerme Matilde y lloro con rabia su partida y busco a quien culpar….¡Todo por culpa de sus lunares!

© Jaime Cabrera González


Lluvia Oquendo

Lluvia Oquendo llegó al poblado con la infancia a rastras y una madre que parecía estar en otro mundo.

Nadie recordaba quién las trajo, pero quien fuera las abandonó; así que se quedaron en el viejo bohío al final del camino.

No se sabía nada de ellas, porque nunca hablaron de sus vidas, detenidas en un silencio lejano.

Fue el tabaquero, que de tanto andar por los caminos se enteraba de muchas cosas, el que contó que la madre era de la frontera, que una crecida del río se llevó a su familia, quedándole sólo un hermano, quien con el tiempo se perdió no se sabe dónde.

Que rodando de casa en casa le embarazaron a la fuerza, y de esa manera nació Lluvia Oquendo.

También dijo que el nombre de la niña se debía a que nació bajo una lluvia sin límites.
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Con este pasado en su pequeño cuerpo, Lluvia Oquendo se hizo parte de ese entorno, siempre igual en el dolor y el hambre.

Cuando, sin esperarlo, su madre muere más de cansancio que de enfermedad, siguen pasando por el rancho esas sombras raudas que no dejan rastro.

Así Lluvia Oquendo se hace una mujer rotunda y silenciosa, familiar para todos en el poblado.
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Duerme todo el día, porque amanece recostada en la pared del bohío, en la vieja silla de guano.

Conoce todos los secretos de la noche, pero nunca ha salido una palabra de su boca para contarlos.

Cuando alguien le deja un cigarrillo, fuma con lentitud y deleite, mientras piensa que todo cuanto ve es su destino para siempre.

Protegida por la oscuridad casi adivinó a Valerio acercarse.

Lo vio todo, porque cada noche vive la espera de que se detenga ante su puerta. Por eso sabe el más mínimo detalle del hecho.

Valerio caminaba mirando el suelo, tratando de ver el trillo que va al lado del camino. Silbaba quedamente y su paso era lento y cuidadoso.

Lluvia Oquendo vio la sombra detrás de él y el brazo alzado y contundente que se abatió sobre su espalda una y otra vez sin darle tiempo a nada.

El cuerpo se curvó hacia atrás y después hacia delante, antes de caer.

Luego, la sombra huyó veloz, tropezando con las piedras.

Lluvia Oquendo se revolvió en su asiento espantada, con un grito detenido a la fuerza, y entonces los ojos del hombre se posaron en ella.

Sintió un pavor inmenso ante esa mirada que se convirtió en una expresión amenazante, reconociendo a quien se decía había cobrado a buen precio cada muerte misteriosa ocurrida en esos lugares.

Con un escalofrío que le recorrió la espalda, se supo condenada.

Se sumergió en el terror y se vio habitando el miedo cada noche, esperando la estocada mortal que hiciera eterno su silencio.

Entonces, Lluvia Oquendo, empujada por el miedo y sabiendo que ya Valerio no se detendría ante su puerta, dejó su pasado en las paredes del bohío, echó su presente en un bulto cualquiera, y tomando un camino sin futuro se fue como vino.

© Blanca Kais Barinas
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© mediaIslaproSÁBADO 25 de diciembre 2004.