Saturday, April 14, 2007

proSÁBADO 006

PEREZOSA E INDIFERENTE, sacudiendo con facilidad el espacio de sus alas, conocedora de su camino, pasa la garza sobre la iglesia, bajo el cielo. Blanco e indiferente, ensimismado, el cielo cubre y descubre sin cesar, se va y se queda. ¿Un lago? ¡Quítale las orillas! ¿Una montaña? Sí, perfecto, con el oro del sol en las laderas. Cae desde lo alto. Helechos o plumas blancas, siempre, siempre...

Deseando la verdad, esperándola, destilando laboriosamente unas pocas palabras, deseando siempre (se inicia un grito a la izquierda, otro a la derecha; ruedas golpean divergentes; ómnibus se conglomeran en conflicto), deseando siempre (el reloj asevera con doce claras campanadas que es mediodía; la luz vierte escamas de oro; niños se arremolinan), deseando siempre verdad. Roja es la cúpula; de los árboles cuelgan monedas; el humo sale lento de las chimeneas; ladrido, alarido, grito. «Compro metal»... ¿Y la verdad?

Como rayos orientados hacia un punto, pies de hombres, pies de mujeres, negros o con incrustaciones doradas (Esa niebla... ¿Azúcar? No, gracias... La commonwealth del futuro), la luz del fuego salta y deja roja la estancia, salvo las negras figuras y sus ojos brillantes, mientras descargan una camioneta fuera, la señorita Thingummy sorbe té en su mesa escritorio, y las vitrinas protegen abrigos de pieles.

Cacareada, leve cual hoja, rizada en los bordes, pasada por las ruedas, plateada, en casa o fuera de casa, reunida, esparcida, derrochada en diferentes platillos de la balanza, barrida, sumergida, desgarrada, hundida, ensamblada... ¿Y la verdad?

Recordar ahora junto al fuego del hogar la blanca plaza de mármol. De las profundidades de marfil se alzan palabras que vierten su negrura, florecen y penetran. El libro caído; en la llama, en el humo, en las perecederas chispas; o ya viajando, la bandera en la plaza de mármol, minaretes debajo y mares de la India, mientras los espacios azules corren y las estrellas brillan... ¿la verdad?, o bien, ¿satisfacción con su proximidad?

Perezosa e indiferente la garza regresa; el cielo cubre con un velo sus estrellas; las borra luego.

Lunes o martes/ Virginia Woolf (Inglaterra, 11882-1941)
http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/ing/woolf/vw.htm
http://www.booksfactory.com/writers/woolf_es.htm
http://dmoz.org/World/Espa%C3%B1ol/Artes/Literatura/Autores/W/Woolf,_Virginia/
http://www.answers.com/topic/virginia-woolf
http://opiniones.wordpress.com/tag/virginia-woolf/


Contenido

Humo en tus ojos de espuma y marafuera – René Rodríguez Soriano
Té verde – Helga Vega
De penumbra y amores elementales – Ramón Tejada Holguín


Humo en tus ojos de espuma y marafuera

Si una muchacha viene de tarde y mandarina y te sopla la flauta de su risa, la lluvia y las cigarras vendrán a contramano a cantarte muy quedo otros asuntos. Uno dice las cosas por su nombre y los puentes se pueblan de amapolas, geranios y sandías. (Después, que se callen los poetas del carajo). Entra una manada de colespadas por El Conde. De Las Damas, desemboca la muchacha en cuestión y es un poema ver los ojos salidos de los sacristanes en conserva, las viejas santurronas y al jocundo Monseñor de los altares, toda una sinfonía de aspavientos. ¡Qué monería! Un bolero hierve en la tisana del ambiente, otras muchachas rielan por los empedrados, miran los papalotes y es La Habana. Morena, la muchacha, en aluvión de caramelo. Te sientes el jenízaro que se le bebe a sorbos largos el aroma, los pespuntes y el mohín (Que se vayan al diablo los poetas con sus gaitas) Está sonando ahí, muy cerca tuyo, la canción noventinueve y el locutor, sediento de beber lo que nos dice que se bebe y poner la última canción, decir adiós, y tú la miras y ella te mira y todos la miran y te das cuenta que su rostro es todo mar o nube y algodón y, como dices, amaneció dulce y variopinta, te sirves sopa rosa. Das las gracias a Abreu y le prometes, por enésima vez, la propina que no cumples y el café ya está frío de esperar a la muchacha (diles que se callen, calle abajo, que no jodan con los premios y los versos Llénales de abalorios las recetas Cámbiales los cassettes, verás que ya no más, que nos dejan tranquilos Mándalos con sus partes y compartes). Mírala que se acerca y hay tumultos: maniquíes, escaparates y mirones que se ensartan a codazos y empellones. Mírala que ya viene, asolando las praderas de las horas. Fresca y franca como el agua de la fuente. Engúlletela ya, poeta tonto. Embístela sin pausas, antes que se te vaya de mañana y amarillo. ¡Vuela

© René Rodríguez Soriano


Té verde

Luego de aquella taza de té verde bebida a sorbos con cada llanto de Lhasa, estuvo segura de no dejar pasar esa noche. Fue como si los ángeles estuvieran custodiando su sueño, y con susurro de fino hilo en su oído despertaría muy serena y muy de madrugada. Ya no podía soportar aquella respiración a su lado y por primera vez en tantos años, se escabulló de la cama caliente; esa no sería más su cama aunque volviera en las noches por algún tiempo más. Con pasos felinos recorrió el pasillo y llegó al estudio, lo próximo sería abrir esa extraña ventana sin hacer chillar sus bisagras. Se encontraron en medio de dos oscuridades, un resplandor iluminaba sus rostros y sus manos atolondradas, dos seres entregados con cada palabra, mientras sus cuerpos temblaban con las caricias soñadas. Ni el reloj, ni el perro ladrando, ni las luces de algún auto pasando, nada existió, sólo se oyeron los grillos. De haber despertado aquel que dormía cerca, el exilio apenas se habría precipitado.

© Helga Vega


De penumbra y amores elementales

He oído hablar de la penumbra con poco acierto. Se ha hablado de los que se esconden en la sombra, de los que alojan su espíritu en una recóndita rendija de su cuerpo, de los enamorados que prefieren los rincones en penumbra y la soledad.

Ella y yo estamos siempre en compañía de los muchachos y las muchachas, jugando a la alegría y la felicidad. Sin embargo, a veces sucede, admito que me ha sucedido, que la penumbra remite a la solitud: entristecemos, uno se siente flotar en los nubarrones de la melancolía. En otras ocasiones la penumbra fascina: ese escrutarse a media luz, el misterio del mágico encuentro entre las fuerzas de la luz y las de la oscuridad es insondable.

Sé que se tiene miedo de hablar de la penumbra y el amor en tono adolescente. Pero cuando la penumbra seduce y ella está a mi lado, otro tono es imposible. Por ejemplo, si las luces se apagan y sus manos y las mías bailan la danza Taína del amor, las manos son hechiceras, yo me siento colegial, regreso a los parques, al verdor de la grama cuando la tarde, moribunda, se va, al no pise la hierba, pero ella y yo estamos sentados en el pasto.

Retorno al recreo, a las miradas fugaces de la joven amada, o sea ella, al cándido beso que la brisa lleva a la boca del enamorado, yo, mientras los amigos ríen y, bullangueros, me pasan las manos por la cabeza. Hay la puerta a algo familiar y lejano, desconocido y muy nuestro. Cuando beso sus labios, pintados de rojo Chinatwon, sólo penumbra quiero.

Creo que los amores elementales y secretos, los de quienes buscamos los rincones en penumbra y las cervezas más frías, los de dos amantes que inocentes y desnudos se hacen el amor con adolescentes glosas corporales son los mejores del mundo. Pero las cosas no son siempre como uno quiere. Las cervezas están tibias, ojos de buitres acechan nuestras vidas como si nuestros cuerpos fueran carroña. Salgo por la puerta principal y regreso furtivo por el garaje. El calor es insoportable. La conjunción de nuestros sudores simbolizan nuestros cuerpos y placeres.

Uno somos.
Su pecho: alimento para mis ávidas manos.
Piel tersa y tierna que da de beber a los sedientos labios del que acaricia.
Muslos y manos.
Boca y senos.
Pecho versus pecho.
Manos y manos.
Sexo y sexo.
Paz. Pero paz que se desvanece de repente, que sacude los cuerpos, y regresa lentamente.
Caricias que desean la sordera.
Voz: seré tu maestro.

Lo cierto es que soy esclavo de su cuerpo y de su espíritu, de su increíble y joven manera de estar siempre en pie de lucha, de esos labios Chinatwon que hablan del mundo y de la protección de las ballenas del Banco de la Plata y nunca del futuro del amor, porque viven este presente que somos.

Ahora, exhaustos, acostados, entrelazados, con las miradas en el cuerpo del otro, las manos hacen torpes intentos de caricias, miramos más allá...

Pensamos en nosotros. Olvidados por hoy los fantasmas que exigen ser dueños de nuestros presente y pasado.

© Ramón Tejada Holguín
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© mediaIslaproSÁBADO 006 08 de enero 2005.

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