Wednesday, April 11, 2007

ProSÁBADO 002


ESCRIBO. ESCRIBO QUE ESCRIBO. Mentalmente me veo escribir que escribo y también puedo verme ver que escribo. Me recuerdo escribiendo ya y también viéndome que escribía. Y me veo recordando que me veo escribir y me recuerdo viéndome recordar que escribía y escribo viéndome escribir que recuerdo haberme visto escribir que me veía escribir que recordaba haberme visto escribir que escribía y que escribía que escribo que escribía. También puedo imaginarme escribiendo que ya había escrito que me imaginaría escribiendo que había escrito que me imaginaba escribiendo que me veo escribir que escribo. [A Octavio Paz]

El Grafógrafo/ Salvador Elizondo (México, 1932-2006)
http://www.academia.org.mx/Academicos/AcaCurriculos/Elizondo.htm
http://www.jornada.unam.mx/2006/03/30/a04n1cul.php
http://es.wikipedia.org/wiki/Salvador_Elizondo
http://www.colegionacional.org.mx/Elizondo.htm
http://www.lamaquinadeltiempo.com/elizondo/indexelizo.htm
http://www.revistadelauniversidad.unam.mx/3607/pdfs/79_88.pdf

Contenido

Mis gavetas - Thelma Kirsch
El Domingo del domingo - Joan Mateu i Martí
¿Seré capaz de decirle adiós? - Helga Vega
Dos puntos rojos sobre sus fauces - David Class


Mis gavetas

Fue tan solo alguien que no tuvo la suerte de asistir a las fiestas y tragedias del mundo de
las ánimas danzantes. Se fue sin avisar, sin dejar instrucciones ni deseos que cumplir.

Mientras veía caer sobre su féretro la tierra, y escuchaba al mismo tiempo el gemido del viento silenciado por la partida de su alma, me alejé. Me senté en un rincón. Empecé a desear…

-Deseo una muerte con gavetas ordenadas. Un lugar donde guardaré lo que cargo en la historia finita de mi pasar por este lugar al que llaman haber nacido, haber crecido, haber madurado y haber sido, y hasta ahora, continuar el a-ver (o al menos es lo que pienso que soy… un haber).

Quiero un lugar donde ordenar lo que viví en color blanco. Lo que pasó desapercibido y o nunca se adhirió. Esas vivencias simplemente las dejo pasar disfrazadas, sin reconocer.

Hace falta también una gaveta idéntica a la que utilizo para guardar mi ropa interior, allí se quedarán mis intimidades, mi gozo en el amor, mi sufrimiento de mujer, y la necesidad que nunca expresé. Todo lo que no deseo que se sepa y las cosas tan íntimas como mis pantaletas de encaje y las medias rotas de seda.

A un lado, acomodaré las alegrías y los mejores de mis días. Prometo que será un espacio tan grande, que aún los gnomos imaginarán que fui la princesa de un maravilloso cuento de hadas o una reina recién coronada.

Lejos, muy lejos, tendré un espacio para que reposen los dolores. Nadie se acercará, me pertenecen. No es egoísmo, es simplemente porque reconozco que no los comprenderán, entonces, me pregunto ¿para que?

Hay un sitio donde irán "colgados y almidonados" mis recuerdos. Tendrá una ventana finísima de cristal. Con un toque del alma se podrá penetrar y desde allí se tomarán las prendas deseadas prolijamente acomodadas. Todo esto, por supuesto, organizado como los colores de una caja de crayolas sin estrenar. (En una gama ya inventada).

Trataré de encontrar un rincón lejano donde acomodar las tristezas, tan alto como el techo del firmamento. Su color será transparente, no quiero que nadie lo viva y mucho menos lo reviva. Con una vez bastó.

¡Ah! No olvidaré tirar a la basura mis zapatos. La medida de mis pasos es tan corta y tan inútil que no se pueden calzar y han sido usados tantas veces que no pueden andar marcha atrás. Mis pensamientos acabaron con sus suelas apurándoles por llegar y mis amores rompieron sus tacones haciéndolos sonar.

Así, con el armario en orden podré partir, sin necesidad de decidir. Dejaré todo decorado con lazos, celofanes y tules que lo guarden para la eternidad. ¡No importa que tan corta sea la eternidad!

© Thelma Kirsch


El domingo del domingo

De todos es sabido que los antiguos, debido a la gran cantidad de tiempo de que disponían, además de dedicarse a inventar la filosofía -para que después entráramos en sesudas discusiones interminables, la gravedad - para que podamos caer de bruces tantas veces como saltemos un obstáculo - y los Juegos Olímpicos, para que cada país tenga un
montón de gente que corra más, que salte más, y que gaste más.

Inventaron también el calendario, y le pusieron título a cada mes. Y eso estuvo bien, porque la gente, que es de por más despistada, sabía en que mes podía irse a la playa y en que mes celebrar la Navidad.

Y si eso lo hubieran dejado así, hubiera estado muy bien, pero no se detuvieron y pasaron a ponerle título a los días, y no solo se limitaron a ponerle título, sino también apodo y dedicación. Esta actividad, nos enseñaron a hacerla tan bien que nosotros la hemos seguido con ansia inusitada:

Nuestro Sábado de Pascua, El Día de la Independencia, El día del Motor, El día de la Ecología, El día del Punto de cruz, El Sábado del Periodista, El Miércoles de ceniza, y así hasta tal punto que tenemos que utilizar un mismo día para renombrado ya que tenemos más títulos que fechas. Nos hemos quedado sin un día disponible para descansar.

Una propuesta formal de un grupo de amigos, (eminentemente vagos) con los que me relaciono sin temor a que propongan actividades "activas y estresantes" es la de instituir el Domingo "del domingo". Es decir, el domingo aquel en que no haya otra actividad que la de no hacer nada.

En estos momento es sólo una propuesta, y mis amigos, son lentos y calmosos en sus movimientos y propuestas por lo que disponemos de tiempo para pensarlo, y sumarnos al movimiento (calmoso y tranquilo) de titular un Domingo del año, como "El Domingo domingo".

Creo que después de esto merezco un descanso de un Domingo entero para pensarlo.

© Joan Mateu i Martí


¿Seré capaz de decirle adiós?

Hoy estuve en el parque, ese donde de vez en cuando voy a caminar, el mismo parque donde hace muchos meses me rondó la idea de viajar, creo que en febrero, cuando ni siquiera tenías pensado venir. Recuerdo que en aquella oportunidad, una mañana brillante, sólo pensar en esa descabellada posibilidad sentí que me faltaba el aire.

(Definitivamente todo se transforma, pero qué duro es cuando los cambios se producen uno tras otro. Debo entender que estos últimos meses han sido necesarios para poner a prueba mi resistencia emocional, estoy agotada y el tren aún no tiene próxima parada).

La montaña está cambiando sus colores, pronto se vestirá de capinmelao, temblad los alérgicos. Hoy mi montaña estaba hermosa a tempranas horas de la tarde, desde mi palco en el parque se veía imponente, serena, velada a trazos.

(Confieso que la partida de mi papá me tambaleó más de lo que yo creía. Todavía me afecta esta inseguridad inexplicable y ni siquiera llegamos a ser íntimos. Una sola vez le dije "te quiero" y él me dio las gracias. Todavía no entiendo por qué fui yo quien asumió la experiencia de cuidar sus canarios cuando enfermó).

Luego de mi caminata de estricta media hora a paso rápido, decidí pasearme por la zona de las aves. En realidad no sé por qué escogí esa ruta si ni siquiera soporto ver a los animales en cautiverio, mucho menos las aves, prefiero los periquitos que a las cinco de la tarde cruzan la ciudad con total desparpajo, y al verlos desde cualquier lugar sabes que su destino es el parque, mi parque.

(Ese viaje puede parecer un diminuto punto en mi existencia, pero tengo la certeza de que será una experiencia invaluable. Estoy decidida a vivir esas horas a plenitud, sea lo que sea, a mi modo. No llevo nada escrito, casi nada, sólo ofrezco mi actitud).

Me senté en un banco frente a unos árboles frondosos, los rayos del sol apenas se colaban por el follaje. En ese momento pensé lo hermoso que sería quedarse dormida para siempre entre los árboles. Me inspira ver pasar a niños juguetones, ver de lejos a los adolescentes comiéndose a besos y uno que otro encuentro de amantes que muestran sus rostros de resignación al recordar algún amanecer juntos, me inspira muchísima gente del parque, he visto muchas ancianas solas, sentadas como yo.

(Debo comenzar a internalizar la idea de separarme de mi piano, es una posibilidad, ¿necesaria? Han sido trece años de una relación hermosa con mi instrumento. Además, fue el regalo de mi mamá cuando me gradué en el Conservatorio. Los sacrificios para obtener la libertad pueden llegar a ser muy duros).

© Helga Vega


Dos puntos rojos sobre sus fauces

Me observaba desde la vidriada luna y al percatarme de tal detalle cesé todo movimiento. Por lo menos los movimientos bruscos. Su mirada, dos puntos rojos sobre sus fauces, era tan fija que sentía un clavo en pleno esternón. Las ansiedades son tan difíciles de anticipar. Terminan por horadar un abismo en medio de nuestras seguridades. Si pudiera huir, si tan sólo lo quisiera. Soy la prueba palpable de que no querer es no poder.

Uno tiene sus planes y espera algo. Trabaja, avanza, retrocede y vuelve a avanzar. Uno nunca se rinde. Uno quiere triunfar. No importa el precio. El dedo de la angustia trabado en la garganta hace necesario anudar la boca del estómago. Es la única forma de no vomitar. Uno sigue trabajando, avanzado, retrocediendo y volviendo a avanzar. De repente, sin petición alguna, se abre una puerta. Todo se hace fácil. La gran oportunidad, el negocio del centenario: la venta de viajes sin aeropuertos ni visas.

El progreso nos pone una mano en el hombro. Entonces los parientes. Los amigos. Los conocidos. Todos ellos. Lo miran a uno con malos ojos y lo señalan a uno con el dedo índice. Uno les huele mal. Pretenden arrojarnos al rostro la mugre almacenada bajo sus uñas. Así es. Hasta que se entiende y uno procura que el propio bienestar los alcance a ellos. Entonces la situación cambia y adiós a las miradas y señales. También a la mugre de sus uñas.

Trabajar, avanzar, retroceder y volver a avanzar deja de ser nuestra rutina. Ya no lo hacemos, otros lo hacen por nosotros. Ahora nuestros planes se cumplen Ya no tenemos que esperar porque lo esperado ya llegó. No hay problemas, no los hay. Pero una noche un sobrino se cae de un vuelo y todo se complica. No era cualquier sobrino. Era mi sobrino. Tu sangre no quiere olerte y los índices, ahora sí, te arrojan su mugre. Un desfile de uniformes te acosa y por último, desde algún punto detrás del cristal, llega él y clava sus ojos en tu esternón.

Aunque sin pasión, como si fueses un negocio más. Y uno recuerda los años de avanzar y retroceder y se siente nostalgia por el dedo de la angustia trabado en la garganta. Tal vez hacernos un nudo en la boca del estómago no nos hizo gran bien. Nos alejó del vómito, del asco y de aquellas sensaciones que anuncian el peligro. Uno se arrepiente de haber traspasado esa puerta que uno nunca pidió que se abriera. Esa bendita puerta. La ancha. La que convirtió los planes en algo más que simples propósitos. La de las enormes ganancias. Ahora resulta que había un precio por traspasarla. Y ahora me vienen a cobrar. Él viene a cobrarme.

Pensar que nada hubiese pasado si el sobrino del vuelo hubiese sido el de otro. Ni toda la mugre ni todos los uniformes me hubiesen inquietado. Pero fue mi sobrino. Y eso me inquietó. Una sombra se vistió con mis ropas. Ya pronto llega él. No hay más nada que hacer. Sólo caminar con él, llevado por él, cargado por él. Uno da largas al asunto hasta que los relojes revientan y se entiende que hay que hacer lo que hay que hacer. Sólo eso. La idea clara, el cuerpo listo y uno se levanta, se llena los pulmones, y se grita a los oídos:

–Mejor no pierdo más el tiempo y me arrojo ya a su hocico.

© David Class
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© mediaislaproSÁBADO 11 de diciembre 2004

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