Saturday, April 14, 2007

proSÁBADO 005


CUANDO IBA EL OTRO DÍA en el tren me erguí de pronto feliz sobre mis dos patas y empecé a manotear de alegría y a invitar a todos a ver el paisaje y a contemplar el crepúsculo que estaba lo mas bien. Las mujeres y los niños y unos señores que detuvieron su conversación me miraban sorprendidos y se reían de mí pero cuando me senté otra vez silencioso no podían imaginar que yo acababa de ver alejarse lentamente a la orilla del camino una vaca muerta muertita sin quien la enterrara ni quien le editara sus obras completas ni quien le dijera un sentido y lloroso discurso por lo buena que había sido y por todos los chorritos de humeante leche con que contribuyó a que la vida en general y el tren en particular siguieran su marcha.

La vaca/ Augusto Monterroso (Guatemala, 1921-2003)
http://www.uweb.ucsb.edu/~jce2/monterroso.htm
http://www.patriagrande.net/guatemala/augusto.monterroso/
http://cvc.cervantes.es/actcult/monterroso/
http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/monte/am.htm
http://www.epdlp.com/escritor.php?id=2059


Contenido

Porque toda separación es una herida – Sergio Borao Llop
Tiempo de lavar – Pilar Romano
Fantasmas resurrectos – Ramón Tejada Holguín


Porque toda separación es una herida

El cuentecillo que va a continuación fue escrito una noche de otoño, bajo el influjo de Winona Ryder o más concretamente de la inquietante mirada de Winona Ryder en una película cuyo único mérito era, precisamente, la inquietante mirada de Winona Ryder. El cuento en sí, lo reconozco, no vale gran cosa, pero uno o dos conceptos contribuyen, quizá, a salvarlo de la hoguera.

–No estés triste -le había dicho ella- Esto era inevitable. Después de todo, yo nunca hubiese podido amarte.

Luego, le dio un beso en los labios y se dirigió hacia la calle, escoltada por los dos tipos que habían venido a buscarla. Al abrirse la puerta, ella se volvió a mirarle por última vez y un rayo de sol iluminó su rostro. De haber existido esa posibilidad, el destello que se vio en sus ojos hubiera sido el preludio de una lágrima inminente, pero tal cosa era impensable. Cuando finalmente salieron, la puerta se cerró y el silencio ocupó la estancia.

Fumando, él miraba por la ventana. Recordaba el día en que se conocieron, la tarde de los pájaros, los alegres planes, las puestas de sol junto al estanque, el viaje a Florencia... Con inusitada precisión, podía ver en su mente los pormenores de aquellos diez años de vida en común. Era maravilloso recordar así, hasta los mínimos detalles. ¿Por qué, entonces, no se sentía feliz? ¿Por qué ese absurdo nudo en la garganta? Si cualquier otro de los ejecutivos de la compañía le viese ahora...

Pensó que si el recuerdo le resultaba doloroso, también podía optar por el olvido, pero la sola idea le produjo un acceso de rabia. ¿Olvidar?¿Sumar el vacío del olvido al vacío de la ausencia?¿Acaso cabe un horror semejante?

¡Cómo haber supuesto siquiera que llegaría a enamorarse de ella! Todo debería haber sucedido de otro modo. Al fin y al cabo, no era el primero ni sería el último. Pero nadie tuvo en cuenta el factor emocional, y ahora, él lo estaba pagando.

Si todo es pura apariencia, ¿qué importaba que los recuerdos fuesen implantados? ¿qué importaba que aquellos diez años hubiesen sido en realidad tres semanas?¿qué importaba que Ella -el prototipo Woman VI, como figuraba en los planos del proyecto- sólo fuese un androide, si le había hecho pasar las horas más felices de su vida? "Por supuesto –había dicho el vicepresidente de la compañía- le compensaremos. La próxima semana le enviaremos un nuevo prototipo mejorado. Y con funciones adicionales. Verá como le satisface"

Sentado junto a la ventana, Harry -Harry 12, según un expediente que muy pocos conocían- supo que sin ella nada iba a tener sentido, que habría otras y que ninguna de esas otras sería jamás Ella, y deseó que ese sol que se estaba poniendo, no volviese a levantarse más. Esa noche, por primera vez desde la incierta y olvidada fecha de su creación, soñó.

© Sergio Borao Llop


Tiempo de lavar

No estaba pensando en él, en realidad no estaba pensando en nada, sin embargo su mente, o quizá su alma, quién sabe dónde dormitan estas determinaciones, se llenó de golpe con la decisión de que lo perdonaría. Después de todo, la culpable era ella, por haberse enamorado de un hombre que llevaba en el bolsillo una máscara.

Su mirada hacia el jardín no logró modificar aquel estado de ánimo; el viento levantaba un polvo seco y agitaba los tallos de las plantas que hacía por lo menos una semana no regaba; contra un cielo casi metálico revoloteaban, como todas los días a esa hora, unos pájaros parecidos a pedazos de papel chamuscado mecidos por el aire que seguramente también se movía allá arriba. Cuando extienda la ropa se volverá a ensuciar, pensó, pero siguió cargando con jabón en polvo el lavarropas, como si sus acciones estuvieran desconectadas de la razón.

Tendría que hacer un esfuerzo y pensar. Quería estar segura de lo que haría antes de que volviera el fastidio de la noche para enredarla en la incertidumbre. A esa hora el destino siempre le mostraba incertidumbre. Antes de que creyera oír de nuevo las palabras de brujo con que él había alquilado ese destino. Antes de ceder a la tentación de encender la lámpara y bailar con falda de gitana sobre las promesas incumplidas. No es necesario pensar, pensó, ya estaba segura de que lo perdonaría.

Siempre me inquietó el blanco, recordó; quizá por eso su gata Elka era negra. Sintió el roce tibio de la piel peluda de Elka rozándole las pantorrillas mientras el polvo blanco del jabón seguía dispersándose sobre el agua. ¿Cuánto haría que sostenía el envase que terminaba de abrir? ¿No sería ya suficiente?

Debería haber maridos descartables, siguió divagando, como maniquíes casi, pero medio humanos; serían mejores que estos otros con la fidelidad de un gato montés.

Hizo un repaso de las aventuras de Javier, de las que había logrado soportar y digerir. Casi todas, inclusive la última, menos una: nunca pudo perdonarle aquella con la catequista de Elenita. Estaba la nena de por medio. Por ella conoció a esa falsa aprendiz de monjita. Aquello se le aparecía siempre como una obscenidad navegando en agua bendita.

Y de pronto, en esa siesta de otoño, la súbita sensación de que podía perdonarlo. ¿No será demasiado jabón? Suspendió la carga al sentir un insobornable deseo de descansar, aunque fuera por un rato. Puso en marcha el lavarropas y se sentó en una de las sillas del patio. Quiso tomar a Elka para acariciarla sobre su regazo, pero ella la rehuyó. Qué raro... es que el olor a jabón en polvo siempre la hizo estornudar... Con los ojos semicerrados, vio cómo la espuma empezaba a desbordarse, a avanzar hacia ella, a ocuparlo todo, pero su mente nada podía articular, salvo la idea de que lo había perdonado. Luego iría al dormitorio para decírselo. Por ahora, se abandonaría a esa placentera experiencia de flotar sobre la espuma, sentada en su silla, recorriendo toda la casa, rodeada de un blanco que por primera vez le pareció bellísimo, interrumpido tan sólo por los colores de una de las medias de Javier que se había escapado de la lavadora y flotaba junto a ella.

La silla, arrastrada por la espuma, entró con ella por la puerta de la cocina y las tapas de las cacerolas hicieron un sonido semejante al de una fanfarria. Luego pasó al comedor y advirtió que aún no había retirado el mantel del almuerzo. El cuarto de Elenita no le pareció vacío esta vez. Ella no estaba pero no le pareció vacío. Desde allí flotó por un pasillo hacia el dormitorio donde descansaba Javier, casi no se lo veía a Javier, tapado por la espuma; usando las manos como aletas de foca logró dejar el rostro y el torso al descubierto... esa leve cicatriz en el labio inferior que la había incitado a averiguar qué gusto tenía... y esas manos como para dejarlas hacer... no lo despertaría ahora, le hablaría más tarde de su perdón-

La corriente de espuma la acercó a la ventana, que se abrió casi reverente. Su cuerpo le parecía poco más que un juguete, apenas una pequeña pieza de ajedrez en medio de una tregua sin mentiras, apenas el marco de un viejo cuadro que alguien decide descolgar.

Sintió que todo lo que sabía dejaba de tener sentido y ya no reconoció los lugares por donde iba, le pareció que tenía infinidad de nombres y que había infinitos nombres para llamar a las personas y a las cosas, que había vuelto a ser pura y que ya nadie, detrás de la espuma, la reconocería.

© Pilar Romano


Fantasmas resurrectos

Un hombre sentado en el muro del Alcázar de colón. Una mujer parada en la Placita del Reloj de Sol. Nadie mira las estrellas.

La mujer desaparece en la penumbra. Aparece. El está absorto en sus pensamientos: trata de saber con cuáles ojos ella mira el río. Si con los de nostalgia y desamparo o los de soledad y plenitud. La penumbra se traga a la mujer. La libera.

Ella no es una aparición ni Doña María de Toledo que regresa. El hombre, hipnotizado, la observa como si lo fuera. Amos de un mismo territorio. Fantasmas resurrectos. Encontrarse es el inicio de una apacible historia de amor, sin sobresaltos, ni emociones.

Definitivamente, no podrán ser personajes de novela o cuento. Sólo la crónica de un instantes los captura.

© Ramón Tejada Holguín
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(c) mediaIslaproSÁBADO 1 de enero 2005.

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