Thursday, May 10, 2007

proSÁBADO 020





NADA HAY MAS DEPLORABLE Y LASTIMOSO –dicen los ladrones- que el gesto de un hombre sorprendido in fraganti en delito de propiedad. Tiembla, balbucea, levanta pesadamente las manos y las mueve en el aire como si estuvieran vacías. Dice por fin que no tiene nada que todo es mentira, que se trata sin duda de una lamentable equivocación.

En realidad, cuesta mucho reconocer los propios errores, y nadie entrega de buena gana lo que le pertenece. Los ladrones, siempre a punto de ser débiles, se aprietan el corazon y acaban por llevarse algo contra la voluntad del dueño. Los que intenta robar sin pistola corren muy graves riesgos, pues los propietarios abusan de ellos y suelen tomar la ofensiva. Frecuentemente, el periódico nos da noticia de algún importante que fue balaceado a mansalva mientras escapaba corriendo.

Sin embargo –dicen los ladrones-, de vez en cuando logran hallar algunas almas arrepentidas que devuelven todo lo que llevan encima, y que acogen la visita nocturna solemnemente, como un hecho providencial.

Los bienes ajenos/ Juan José Arreola

(México, 1918-2001)
http://www.patriagrande.net/mexico/arreola.htm#sapo
http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/arreola/jja.htm
http://cvc.cervantes.es/actcult/arreola/confabulario/
http://cvc.cervantes.es/actcult/arreola/bestiario/
http://cvc.cervantes.es/actcult/arreola/
http://redescolar.ilce.edu.mx/redescolar/biblioteca/literatura/special/arreola/antologia.htm
http://redescolar.ilce.edu.mx/redescolar/biblioteca/literatura/special/arreola/
http://www.epdlp.com/escritor.php?id=1410
http://es.geocities.com/silviafpriego/faro.htm
http://es.geocities.com/silviafpriego/camelidos.htm

Contenido

La delantera Harvey, Pasteur y Spanllanzani – Juanca Vecchi
Luna que unía – Mari Cruz Agüera
Si el texto no estalla – D.R. Mourelle

La delantera Harvey, Pasteur y Spallanzani

"Todo ser vivo proviene de un huevo.", afirmó el médico inglés del siglo XVII, Guillermo Harvey, ante el delirio de plumas en el gallinero ubicado al fondo del auditorium de la Universidad de Oxford, Inglaterra. Lo dijo en latín, la lengua científica de la época y el cacareo en boga de un buen porcentaje de los gallineros europeos: "Omne vivum ex ovo cocorocó."

En realidad, las gallinas no entendieron que el científico se refería al hecho de que el huevo es una célula, una unidad viviente. Tampoco le dieron tiempo las aves domésticas a Harvey para que éste les aclarara que un huevo frito es exquisito pero una célula frita no tanto.

El principio de Harvey, que equivale a decir que todo ser vivo procede de otro ser vivo, se discutió hasta el siglo XIX. Para entonces, el mundo la tiene clara: El pollo nace del huevo. Esta popular observación sufrirá, años después (¿después de qué?), un retruco a viva voz planteado y regado por el francés Pierre Mordeaquí, quién le dice al mundo:

"No es el pollo el que nace del huevo ¡Es el pollito, gallinas y señores! ". Tildado de revolucionario inmaduro se le condena a destierro en una isla del Mar Egeo donde a su arribo se las ingenia para establecer un pelotero para niños rubios con ojos celestes que no midieran más de un metro con treinta y cinco centímetros. Más que un pelotero, era un cocotero porque aún no habían aparecido las primeras palmeras de pelotas y aún estamos esperando.

Un rato después, entra a la cancha el investigador italiano Spallanzani, quien le escribe una carta y hasta se la envía al inglés Harvey con la intención de reprobar su pensamiento. Spallanzani ha perfeccionado un experimento del siglo pasado por el cual se creyó que los gusanos que se forman en un trozo de carne descompuesta han nacido de manera espontánea de las sustancias minerales resultantes del proceso de putrefacción.
Le escribe Spallanzani en la posdata a Harvey:

"Si usted, estimado colega, cree que todo ser vivo proviene de un huevo... os ruego que me agarre el orígen de los seres vivos. Muchas gracias.".

Al leer la misiva, Harvey, también se descompone, pero en su caso, de los nervios. Incluso, su reconocida y nunca bendecida caspa obliga al científico inglés a batir un récord mundial: Harvey, valiéndose de la punta de un plumero, se rasca la cabeza con frenesí durante dos semanas sin pausa.

Volviendo a Spallanzani y su generación espontánea se sabe que tomó dos trozos de carne y los dejó descomponerse. A uno de ellos, cubierto e incluso protegido por una póliza de vida que incluía granizos y ventiscas; al otro, lo dejó desamparado, sin ningún tipo de cobertura, a la intemperie. Así Spallanzani observó que el trozo cubierto estaba realmente descompuesto pero no criaba gusanillos. El otro trozo, el abandonado a suerte y verdad, sí lo hacía y en cantidades industriales.

Ironía de la vida: El trozo menos querido le ha correspondido a Spallanzani con infinita generosidad si consideramos que el fin no justifica los medios.

Pelota afuera y el otro bando aprovecha para hacer un cambio: Entra Pasteur y no sale nadie. Pasteur demuestra ante un escribano público que los supuestos gusanos no son otra cosa que larvas que depositan sus huevos en la materia corrompida. Algo así como un depósito de vida básica en una caja de ahorros existencial al 100% de interés ya veremos.

A Spallanzani se le cae la cara al piso y su teoría se entierra junto a ella. Harvey respira hondo y siente que la vida, después de todo, no es tan dura. La punta del plumero sí. Se ha lastimado toda la cabeza y decide que en el próximo ataque de caspa usará como herramienta el mástil de un barquito de papel o el canuto de una pluma de ganso.

Ahora, son las five o'clock en el cielo británico, siempre las agujas están clavadas en el cinco de la tarde allí. Harvey sonríe mientras dobla el dedo meñique de su mano derecha. Un ángel, sentado a su lado, acerca una pequeña azucarera de plata a su taza de té que además es de porcelana.

–Dos terrones, por favor -dice Harvey-, ¿noticias sobre la llegada del anti-caspa que solicité?

Lector: Cuentan las crónicas antiguas que Pasteur, habiendo demostrado a todo el mundo de que Spallanzani se tendría que haber dedicado a otra cosa, llamó al humillado Harvey y le ofreció la oportunidad de desquite aconsejándole una llamada al científico italiano. Harvey así lo hizo pero fue atendido por una criada de apellido Molondrini quien le comunica que el Dr. Spallanzani está preso por la denuncia de una molleja anónima. La carátula de dicha denuncia es "malos tratos". Con Spallanzini preso, Harvey, se queda con las ganas pero no con hambre ya que logra ubicar el paradero de la molleja y se la come por alcahueta a la parrilla. "Goes out with fries frites...", dijo Harvey mirando hacia la mesa número cinco de una cantina londinense.

© Juanca Vecchi

Lana que unía

Me sigue, quizás desde noviembre, cuando hicimos limpieza en la buhardilla y apareció bajo un jersey casi tejido que se dejó mi madre antes de irse, ese en el que aun cuelga como un rastro de tiempo no vivido la madeja de lana colorada. El mismo que habría sido de mi hermano y después de mi hermana, y otra vez de mi hermano, hasta llegar a mí. Desde ese día con sus pupilas sucias de recuerdos husmea mi estela como un perrillo solo. A veces lleva un gorrión a medio parir entre los dedos, nunca he visto más poesía que ese pájaro inacabado en las manos de ella, y me lo muestra con mirada lastimera suplicándome que lo devuelva a la vida, entonces yo quisiera ser Dios y buscar el milagro para esa niña que se quiebra de tristeza, pero se me pudre el alma y me encarcela el miedo de no poder atarle sus pedazos como hacía mi madre con sus hijos con lana colorada.

© Mari Cruz Agüera


Si el texto no estalla

Si el texto no estalla, hay motivos para dudar. ¿Mecha mojada? ¿Ojos de hielo? El oído ayuda cuando la voz acude a la emergencia; propia o ajena, pudiera sentar un distingo y un precedente. El problema –el primero- no estará pues en lo nebuloso, sino en aquello que deslumbre por su nitidez; ya que allí las manchas habrán tomado forma perfecta, como la enfermedad cuando espera hasta que ya es tarde para mostrar la suya.

Los contenidos aceptan los vaivenes del crepúsculo, pero no lo iluminan; el sol cae de todos modos, de nada vale el giro de nuestro planeta: cae, cae y cae. Nuestros sentidos resultan recipientes de la emoción: fundamentos inestables a la caza del insecto irracional. Nada más atractivo que una nave proveniente de lejanas galaxias a la hora de pensar nuestra palabra.

© D.R. Mourelle
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© mediaIslaproSÁBADO 04 de junio 2005.-

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