Wednesday, May 16, 2007

proSÁBADO 032



CUANDO LAS TROPAS DEL DUQUE DE ORLEÁNS sitiaban Zaragoza, el clero persuadió a los pobladores que tales tropas eran apariencias producidas por un sortilegio.

La fuerza de la fe/ Voltaire
[Francia, 1704-1711].
http://www.biografiasyvidas.com/biografia/v/voltaire.htm
http://perso.wanadoo.fr/dboudin/Voltind.htm
http://www.relatosfranceses.com/?op=module&id_module=&path_module=modules/Author/index.php&id_author=143#

http://www.mundocitas.com/autor/Francois-Marie+Arouet/Voltaire
http://www.alohacriticon.com/viajeliterario/article1027.html
http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/fran/voltaire/voltaire.htm

Contenido

Quien quiere ser el que se es – Jochy Herrera
Historia de un llavero – Elena Román
Humo – Sergio Borao Llop

Quien quiere ser el que se es

Era un azar su cuerpo y ahora lo conoces...
Enriquillo Sánchez

Estoy apegado a esa idea de lo que fui casi como quien quiere ser el que se es. Alguien me pregunta hace apenas unas horas el nombre de la mujer que más he amado y respondo sin elaboraciones: la que me he inventado.

Besarte el pelo libre sobre tus ojos verdes fue una osadía que la memoria no perdona. Oler cosas de ti era algo sin igual: ser un paria de la razón o un enloquecido muchacho de diecisiete que apenas se atrevía a morder labios, más allá de la imaginación o de la Anne
Bancroft, ella toda vestida de la Mrs. Robinson.

No te inventé, sin embargo, entre esa virginidad de amor que sólo una vez se siente (difícil estreno que a los treinta o cuarenta tardíos es sorpresa inimaginable). Te inventé mujer tocándote las pecas que hace un rato confesaste mías; mías porque me las apropié (y es que nunca das nada, dejas que uno se adueñe para luego recordarle la exclusividad de tus pezones y navíos; ellos que por supuesto son otros tras compartirlos y quedártelos para la eternidad de las mañanas).

Recreo el pelo y las mejillas tuyas llenas de lágrimas y dolor mientras decías adiós. Desapareces en Escandinavia, Boca Ratón o Mar del Plata; estás agazapada triste y huraña como los gatos, o como cuando te toqué entre las piernas esa primera vez que te gustó. Me es cotidiano no tenerte, respirarte, deducir tu álgebra de capilares; tu arquitectura verde y tibia. Me es maravilloso saberte cierta esperando la tierra de este alcohol fresco que pregunta por ti. Es cierta tu maravilla, la maravilla llamada ella.

Viví rutinas y fantasías, quiero decir, las vivo. Mas sin embargo, me es maravilloso encontrar en ti a aquella diosa de la playa que una vez tuve, Caribe rabioso y todo.

Te inventa Aznavour escuchándole en la ventana de universitario feliz y francamente indocumentado. Flashbacks de ti aparecen justo en el instante álgido en que despierto sabiendo que La Maga espera al doblar de una esquina a la que no llego. Lleno de miedo me lanzo a amarte, mujer inventada; y te dibujo y te corrijo, y te busco luego de encontrarte; y le pregunto al mar si te esconden las caracolas o si te protegen las sirenas o ambas cosas a la vez. Callo. Desconozco si me escuchas o si te esfumaste, mujer mía y no mía.

Yo sé que no llego aún a la meta ni al principio; sé de ti y sé de mis pasiones, de los astrolabios y las mariposas que siempre te persiguieron. También supe una vez de tu boca cuando en un taxi casi vacío osaste dedicarme una mirada y yo un beso la imaginé. Hoy sé de ti y de tu ausencia, mujer de papel casi teñido de jazmín. Te miro el olor y la culpa de tus ojos; te miro entre tus uñas y el recuerdo de esa que jamás fuiste. Ahora eres todas con nombres y apellidos.

© Jochy Herrera

Historia de un llavero

El día que me fui de la casa marrón y, para celebrarlo, me preparé un buen plato de espaguetis, porque no sabía cuándo volvería a comer caliente y la noche anterior había soñado que mordía lianas con queso. Yo iba buscando el descampado, acostarme sobre una colilla, taparme con una piedra y pasar el tiempo así, pasando el tiempo. Pero por el camino vi una casa roja, llamé, me abrieron, entré, me invitaron a comer espaguetis y sacaron del congelador una cama que caducaba a la mañana siguiente. También estuve en la casa verde, en la amarilla, en la rosa, en la azul… y en todas me cedían una cama de una noche y unas palabras de un día, y ante lo inesperado de mi visita improvisaban cocinando… sí, espaguetis. Yo agradecía su hospitalidad regalándoles historias de llaveros con las que decían sentirse identificados. Cuando al fin llegué al descampado, olisqueé el aire en busca de la zona en la que se concentraran más raíces de tamarindos subterráneos y allí me senté. Agarré un puñado de aquellas raíces, las herví en un litro de sudor que había guardado para la ocasión, les espolvoreé encima un poco de dedo rallado y dejé que se enfriaran porque no iba a comérmelas. Y mientras observaba cómo se rompían las cosas que estaban lejos, no, no pensaba en el retorno: pensaba en una casa blanca y en un gran plato de macarrones.

© Elena Román

Humo

Escuchó la fuga de un eco en su memoria. Supo entonces que todo lo ocurrido después no merecía la pena. No fueron más que puñetazos al aire, bocanadas de humo sin cigarrillo, reflejos de un eclipse. ¿Quién iba a recordar ahora si las libélulas emigraron en noviembre o de qué fuentes manó la sangre de los parias? ¿Con qué ojos mirar hacia el ocaso sin evocar la precisa sentencia del olvido? ¿A quién iba a importarle si el norte es el oeste o si el este termina por devorarse a sí mismo como un intemporal Ourobouros? (El sur no, el sur es siempre el mismo resplandor crucificado). Y esa persistente voz preguntando una y otra vez cuándo terminó exactamente la película; esa voz queriendo averiguar (¡cómo si eso fuese a cambiar algo!) cuánto tiempo llevaba presionando inútilmente los botones del telemando y recibiendo por única respuesta una pantalla negra que grita "Nevermore!"

© Sergio Borao Llop
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© mediaIslaProSÁBADO 24 de diciembre 2005.-

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