Sunday, May 20, 2007

proSÁBADO 036



LA NOVIA PÁLIDA Y DELGADA se metió a la cama y allí, de día y de noche, tembló. Su novio intentó acercarse a ella, pero cada vez Celestina gritó y rechazó la cercanía de su esposo. El joven bajó la mirada y la dejó en paz.

Cuando se quedaba sola, Celestina se acercaba al fuego, constantemente atizado para calmar los temblores de la enferma; tocaba las llamas con sus pálidas manos y ahogaba sus gritos y quejas mordiendo una soga. Así siguió quemándose, mordiendo y quemando, hasta que la soga no era sino un hilo húmedo y las manos una llaga sin cicatrices. Cuando el virginal marido vio las manos de su esposa y preguntó qué cosa ocurría, ella le contestó:

—He fornicado con el demonio.

Celestina/ Carlos Fuentes
[México, 1928]
http://www.letrasperdidas.galeon.com/autoresconsagrados.htm
http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/fuentes/cf.htm
http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/carlosfuentes/perfil.htm
http://www.iua.upf.es/~mmiselem/fuentes.htm
http://noticias.eluniversal.com/verbigracia/memoria/N118/apertura.html

Contenido

Punto por punto – Rafael Peralta Romero
La estrella errante – Eduardo González Viaña
La última noche – Luis López Nieves

Punto por punto

Al mundo no hay quien lo entienda, por eso es que yo digo que cada cabeza es un mundo. Y como la cabeza es la que gobierna a la gente, yo no creo en gente viva sobre la tierra.

En realidad, déjeme aclararle, yo no fui siempre así, y usted lo sabe. Lo que pasa es que los tropezones… ya usted sabe. Mire, con el problema ese que me pasó a mí yo cogí una buena experiencia. Lo primero es que estando yo en mi campo va uno de los muchachos a buscarme y me dice: "Papá, vamos a casa que allá están fulano y fulano y yo no sé en lo que andan pero creo que buscan esto, esto y esto".

Efectivamente, me monto en el caballo y cojo tra, tra, tra para allá. Desde que llego me dicen: "Mire don Cornelio, nosotros supimos tal y tal cosa y vinimos a proponerte esto, esto y estotro".

Yo no les di una respuesta definitiva sino que les fije que quería consultarlo con el hijo mío que vive en la capital, porque como quiera que sea, ¿verdad?... Bueno, cuando llegué allá lo encuentro medio turbado, porque un amigo lo llamó por el aparato para decirle: "Yo vi a tu mujer en tal y tal parte, andaba con fulano y creo que estaban en tal y tal cosa".

Pero como quiera hablé con él y le conté: "Mira mi hijo, allá está pasando esto, esto y esto otro, y las cosas son así, así y así". También le dije lo que pensaba del asunto y que se lo había planteado a mi compadre Chapita y que eso mismo me respondió él. Entonces mi hijo me dijo: "Ah no, pero para arreglar ese asunto tenemos que ir a tal y tal parte a hablar con zutano y si allí nos salen con hacho o con erre, seguimos más adelante". Pero qué va, no fue necesario, porque nada más fue llegando donde ese hombre para que nos dijera: "Yo sé que ustedes vienen a equis cosa", y nos mostró una longaniza de este tamaño que le habían escrito de mí. Ahí había de todo, que yo esto, que yo lo otro, que por aquí, que por allá, que el diablo y su hermano… No quiera usted saber.

Y mire que yo nunca había tenido ni un sí ni un no con el individuo que me hizo eso, sino que, al contrario, yo en muchas ocasiones le había dicho: "Fulano mira esto, fulano mira lo otro". La suerte fue que yo me plante y le dije al coronel: "Mire general, la cosa es así, así y así, y lo que quieren hacer conmigo es esto, esto y esto".

Ahí fue don él me dijo: "Ah, pero yo creía que la cosa era de esta y esta manera", y se dio cuenta que lo que se iba a hacer conmigo llora ante la presencia de Dios, y entonces fue que me dijo: "Confíe en mí, que yo no voy a permitir eso". Ah, caray, y hasta la fecha. Y júrelo, que todo lo que le he dicho ha sido tal y como sucedió, punto por punto.

© Rafael Peralta Romero

La estrella errante

Aquella noche, vimos una luz azul que volaba de un extremo al otro el cielo de los Andes. Mi amiga tenía quince años y me pidió que cerrara los ojos y que nos fuéramos juntos en esa estrella errante, para que nadie pudiera separarnos jamás hasta el tiempo del fin del mundo.

Han pasado muchos años desde entonces, y nuestras casas se levantan separadas en uno y otro extremo del continente, pero cuando alguien trata de mirarnos, no alcanza por completo a vernos en ellas. Es como si no estuviéramos allí, y cuando cierro los ojos, siento sobre ellos una implacable luz celeste, un vuelo de vértigo y un corazón asustado que late y vuela con el mío hasta la hora del fin del mundo.

© Eduardo González Viaña

La última noche

Son dos fanáticos del cine, por eso caminan bajo la lluvia ridícula a pesar del presagio de fiebre y el dolor de garganta que sintió Luciano al dejar la oficina. Pero hoy es la última noche y es imposible que personas como ellos, habitantes asidos de la capital de un país sin selvas, dejen de ver "La selva del deseo". La fila de concurrentes, envuelta en impermeables negros y resbaladizos, serpentea lentamente hasta la puerta del cine. Comprados, como de costumbre, el refresco de Luciano y el popcorn de ella, tienen la suerte de hallar butacas aceptables. Luciano, cortésmente, ayuda a Nélida a quitarse el impermeable empapado mientras ella comenta que hubiera preferido traer al niño porque es la primera vez que salen solos y ya lo echa de menos. La oscuridad repentina le ahorra a Luciano el esfuerzo de responder; le basta mirarla, sentada a su derecha como de costumbre, y hacer un gesto vago con la cabeza. Se van hundiendo en la trama lentamente, como en arena movediza. La rubia de senos asombrosos llora con desconsuelo y se cubre la cara con dos hermosas manos blancas. La blusa abotonada con descuido, muestra un enorme busto exaltado. La rubia de los senos asombrosos vuelve a levantarse de golpe y hace otro impaciente esfuerzo por huir de la caseta e internarse en la selva oscura. Todos deben retenerla, exigirle cordura. La rubia de senos asombrosos deja de llorar y vuelve a sentarse en el catre. Aparenta calmarse pero un close-up secreto, fugaz, denuncia su engaño. Le indican que el niño aparecerá, que docenas de hombres con adiestramiento especial llevan horas buscándolo. Según pasa el tiempo, los amigos, confiados, la vigilan menos. La rubia de senos asombrosos aprovecha un descuido, patea el quinqué, y oculta bajo el caos se fuga. Ansiosa, se interna en la selva y sus botas de cuero brilloso parten ramas, asustan animales invisibles y se hunden levemente en la tierra blanda. Está a punto de sentir miedo cuando oye los gritos:

—¡Mamá! ¡Mamá!

La rubia de senos asombrosos no puede con el palpitar de su pecho, siente que es capaz de cualquier cosa por su hijo, que podrá escarbar la selva entera con las manos y los dientes, que podrá arrancar cada árbol uno a uno. De pronto, entre la oscura frondosidad de la selva, ve un rayo vertical de luna, de ancho de una columna de mármol. Corre hasta la luz y al tocarla desaparece de la pantalla. Desde lo alto la cámara omnisciente la muestra sentada en el fondo de una fosa, herida; los rayos de luna resplandecen con furia sobre la cabellera rubia y sobre los cuerpos sedosos de las víboras. La rubia de los senos asombrosos se saca la tierra de los ojos y grita salvajemente al ver a su niño hinchado nadando entre las víboras.

Luciano, anhelante, cierra los ojos. Pide con vehemencia. Ruega hasta sentir el sudor bajándole por el cuello. Cuando reabre los ojos nota que la rubia de senos asombrosos ha logrado agarrar al niño; lo abraza, le arranca las víboras resbalosas del cuello y de los brazos. Varias serpientes se enrollan a los hermosos muslos de la rubia de senos asombrosos. La muerden repetidamente en los brazos carnosos, grita; en los muslos desnudos, grita; en el blanco y perfumado cuello, grita. Besa al niño con desesperación, le humedece la cara con lágrimas. Luciano, en su butaca, vuelve a cerrar los ojos: suplica, exige. Lentamente gira la cabeza a la derecha y cuando abre los ojos ve la bolsa de popcorn sobre la butaca vacía. Aprensivo, mira otra vez a la pantalla y ve la cara angustiada de Nélida, con el niño en el fondo de la fosa. Ella le extiende los flacos brazos mordidos, le pide ayuda, con los ojos ruega, le dice que entiende, que se resigna, pero que por favor salve a su hijo. Luciano, nervioso, se levanta un poco en el asiento y mira a su alrededor. Se tranquiliza al comprobar que el público sigue ajeno y que nadie lo acusa. Mira a la pantalla por última vez, le sonríe a Nélida con burla, hace un círculo con los labios y emite un "no" silencioso. Se levanta, recoge el popcorn y el impermeable de Nélida, sale solo a la calle, las gotas frías de lluvia bajándole por el cuello, arrastrando un impermeable que seguramente tirará en alguna alcantarilla. Sabe que al regresar a la casa, al abrir la misma puerta que tantas veces ha abierto con resignación, se le abrazarán al cuello los brazos carnosos y tibios de la rubia de senos asombrosos que lo espera con dos copas de coñac.

© Luis López Nieves
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© mediaIslaproSÁBADO 27 de mayo 2006.-

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