Saturday, February 23, 2008

proSÁBADO 049


EN AQUELLA CIUDAD todo era perfecto y pequeño: las casas, los muebles, los útiles de trabajo, las tiendas, los jardines. Traté de averiguar qué raza tan evolucionada de pigmeos la habitaban. Un niño ojeroso me dio el informe:

“Somos los que trabajamos: nuestros padres, un poco por egoísmo, otro poco por darnos el gusto implantaron esta manera de vivir económica y agradable. Mientras ellos están sentados en sus casas, jugando a la baraja, tocando música, leyendo o conversando, amando, odiando (pues son apasionados), nosotros jugamos a edificar, a limpiar, a hacer trabajos de carpintería, a cosechar, a vender. Nuestros instrumentos de trabajo son de un tamaño proporcionado al nuestro. Con sorprendente facilidad cumplimos las obligaciones cotidianas. Debo confesar que al principio algunos animales, en especial los amaestrados, no nos respetaban, porque sabían que éramos niños. Pero paulatinamente, con algunos engaños, nos respetaron. Los trabajos que hacemos no son difíciles: son fatigosos. A menudo sudamos como caballos lanzados en una carrera. A veces nos arrojamos al suelo y no queremos seguir jugando (comemos pasto o terroncitos de tierra o nos contentamos con lamer las baldosas), pero ese capricho dura un instante, “lo que dura una tormenta de verano”, como dice mi prima. Es claro que no todo es ventaja para nuestros padres. Ellos también tienen algunos inconvenientes; por ejemplo: deben entrar en sus casas agachándose, casi en cuclillas, porque las puertas y las habitaciones son diminutas. La palabra diminuta está siempre en sus labios. La cantidad de alimentos que consigue, según las quejas de mis tías, que son glotonas, es reducidísima. Las jarras y los vasos en que toman agua no los satisfacen y tal vez esto explica que haya habido últimamente tantos robos de baldes y otras quincallas. La ropa les queda ajustada, pues nuestras máquinas no sirven ni servirán para hacerlas en medidas tan grandes. La mayoría, que no dispone de varias camas, duermen encogidos. De noche tiritan de frío si no se cubren con una enormidad de colcha que, de acuerdo con las palabras de mi pobre padre, parecen más bien pañuelos. Actualmente mucha gente protesta por las tortas de boda que nadie prueba por cortesía; por las pelucas que no tapan las calvicies más moderadas; por las jaulas donde entran sólo picaflores embalsamados. Sospecho que para demostrar su malevolencia esa misma gente no concurre casi nunca a nuestras ceremonias ni a nuestras representaciones teatrales o cinematográficas. Debo decir que no caben en las butacas y que la idea de sentarse en el suelo, en un lugar público, los horroriza. Sin embargo, algunas personas de estatura mediocre, inescrupulosas (cada día hay más), ocupan nuestros lugares, sin que lo advirtamos. Somos confiados pero no distraídos. Hemos tardado mucho en descubrir a los impostores. Las personas grandes, cuando son pequeñas, muy pequeñas, se parecen a nosotros, se entiende, cuando estamos cansados: tienen líneas en la cara, hinchazones bajo los ojos, hablan de un modo vago, mezclando varios idiomas. Un día me confundieron con una de esas criaturas: no quiero recordarlo. Ahora descubrimos con más facilidad a los impostores. Nos hemos puesto en guardia, para echarlos de nuestro círculo. Somos felices. Creo que somos felices.

“Nos abruman, es cierto, algunas inquietudes: corre el rumor de que por culpa nuestra la gente no alcanza, cuando es adulta, las proporciones normales, vale decir, las proporciones desorbitadas que los caracteriza. Algunos tienen la estatura de un niño de diez años; otros, más afortunados, la de un niño de siete años. Pretenden ser niños y no saben que cualquiera no lo es por una mera diferencia de centímetros. Nosotros, en cambio, según las estadísticas, disminuimos de estatura sin debilitarnos, sin dejar de ser lo que somos, sin pretender engañar a nadie.

“Esto nos halaga, pero también nos inquieta. Mi hermano ya me dijo que sus herramientas de carpintería le pesan. Una amiga me dijo que su aguja de bordar le parece grande como una espada. Yo mismo encuentro cierta dificultad en manejar el hacha.

“No nos preocupa tanto el peligro de que nuestros padres ocupen el lugar que nos han concedido, cosa que nunca les permitiremos, pues antes de entregárselas, romperemos nuestras máquinas, destruiremos las usinas eléctricas y las instalaciones de agua corriente; nos preocupa la posteridad, el provenir de la raza.

“Es verdad que algunos, entre nosotros, afirman que al reducirnos, a lo largo del tiempo, nuestra visión del mundo será más íntima y más humana”.

La raza inextinguible / Silvina Ocampo [Argentina, 1903-1994]
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http://www.tyhturismo.com/data/destinos/argentina/literatura/escritores/Ocampo/El_Mal.html
http://www.isabelmonzon.com.ar/silvinaocampo.htm
http://elrincondetheodoro.wordpress.com/2007/04/30/las-fotografias-cuento-de-silvina-ocampo/
http://www.lanacion.com.ar/Archivo/nota.asp?nota_id=508832&origen=acumulado&acumulado_id=
http://lahojadepapelo7-cuentos.blogspot.com/2007/08/cuentos.html
http://elciberperiodico.mforos.com/150159/3753674-mimoso-cuento-de-silvina-ocampo/
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http://www.lacantonal.com.ar/Talleres/Oralidad/Silvina%20oculta.htm

Contenido

Fanny G Jaretón Hilvanes
Aldo Bercellino Narciso
Fernando Valerio-Holguín Coup de Lapin
Aurora Arias Fin de mundo

Hilvanes

Voy a coserte en punto cruz tus ojos para hacer de esta religión el pecado más desvergonzado, así de esta manera no sabrás quién soy, adivíname adivinador de acertijos ininteligibles, excluyentes solo para inteligentes en veredas intransitablemente lejanas; aquí la tienes, la costurerita que dio el mal paso y se calló o cayó sobre el silencio timorato de tus labios que se asoman al mundo sorprendidos. Voy en definitiva apurando a esta definitiva sensación impostergable para violarte en dulce sueño, desprenderé a tirones tus principios y finales, te desempolvaré de los años que por pesados no te permiten animarte a la vorágine de tus deseos. Y estas allí, te veo con el temblor donde el graffiti que pegaste de punta a punta de mi calle te anuncia como el mejor de mis amantes ingratos, virtualmente ingrato. Me sorprendes en esta licuadora de emociones y con este ojo interrogativo pregunto por qué te escondés si no tenés motivos para hacerlo, si no has rozado mi piel con tus codicias. Si yo me escondo, si tú te escondes, si nosotros dos nos escondemos quién cantará el piedra libre frente al paredón del amor clandestino en una noche plagada de lluvia en el oscuro rincón de la intimidad. Aquí con estas dos manos que nacieron para la guerra, es que declaro, te declaro mi amor, aquí donde la vibración suele ser la única garantía de las verdaderas comunicaciones llenas del fuego y el calor que funde sentimientos: tirito esta confesión por ti, aquí con las manos manchadas de amor es que cometo este asesinato sin sangre disparando las palabras directas al corazón. Me tomo de tu cuello, te abrazo con mi pierna y te planto el beso de las descarriadas, para que aprendas que conmigo las desviaciones no son evasiones sino que son la carretera exacta que va de mi boca a tu boca, de mi piel a tu ignorancia por saberme, del instinto que nos sacude hasta el extinto último suspiro que te dejo para aprehenderme y aprenderte por encima de la barricadas, saltando las trincheras de tu cuerpo a la bayoneta calada de tu fuerza. Intrigante, hostigadora y ¿qué más? Deseada. Dame todos los adjetivos que me conviertan en la mujer maldita, en la mujer deshonra, en la mujer puta que se limpia la boca en los secretos inconfesables de los hombres beso a verso, cuerpo a cuerpo, porque es así como me llamas en silencio, en cada noche donde me he convertido en tu pesadilla, en la curva tremenda de esta carretera de lo prohibido, en tus noches donde tus manos muerden las sábanas ajustando mi nombre hasta el ahogo del grito, del espasmo que te inunda y se desboca en el fluido caliente de tu cuerpo, como si volvieras a ser aquel adolescente inquieto y bullicioso de pasiones incontroladas de poluciones nocturnas.

Ahora sea el turno de los alfileres, clavo en tus ojos, en tu corazón, en tus extremidades, en tu sexo con cariño, quiero que seas mi fetiche, voy a apoderarme de vos a cualquier precio, peligroso jinete el elegido, me quedaré dormida entre tus brazos, te pediré descanso sin sosiego.

Juguemos, si tanto te gusta, juguemos a encontrar esa aguja en el pajar, vení tiráme sobre la alcoba donde comen los caballos, hacéme relinchar como una yegua, quiero morder el pasto cuando el dolor duela si es que el dolor preside tanta dicha, de revolver mi cuerpo entre tus manos, quiero ser la coz que se ajuste a tu reflejo salvaje, vení, vení, hacéme gritar lo que Baudelaire formuló como nadie <> cuando la vida invade, la plenitud del acto que sublima, que rompe los cordones que nos atan, que bebe del veneno del engaño. Vení no me dejes hecha jirones, hilvanáme con la saliva de tu gozo en el rincón más secreto del cuerpo, coséme despacio muy despacio con tu bendita presencia, zurcíme los senos a tus latidos, remendáme con descaro tus inclinaciones, hacéme el tapiz de tus sueños para exhibirme airoso en el lugar más importante de la sala, frente a tus amigos para que sientan la envidia de tenerme, aquellos fantasmas de este amor secreto que no te da descanso, del amor que te llena, que te invade, que te sube despacio, que te inunda y febril te rodea y te posee hasta que caes rendido pidiendo a gritos abrigarte con la misma muerte, tantas veces por nosotros ensayada en el orgasmo donde a tajo desgarramos el vientre de la noche para llovernos y parirnos eternidad.

© Fanny G Jaretón

Narciso
Sé tú mismo, me dicen. Qué gracioso, como si se pudiera ser otra cosa...
Yo quería verme, desde todos los ángulos, saber que estaba en algún lugar, y pensé que de la suma de ficciones algo saldría; un promedio de lo posible como para al menos no tener por cierta la sospecha de una existencia usurpada por cinco mil novecientas noventainueve millones novecientas noventainueve mil novecientas noventainueve personas, como mínimo, algunas de las cuales eran conocidos.

De vez en cuando alguien me nombró y me pareció estar cerca de la conclusión del proyecto; otras veces me tocaron, algunos me dieron color, textura y un cuerpo que, aunque no era el mío, me sostuvo durante un tiempo con cierta incomodidad que la costumbre tornó convencionalmente identitaria. Resignado y en estado de espera me dejé disfrazar: me pusieron piel, unos pocos huesos, sangre y sentimientos. No pude ni quise resistirme hasta tanto no estuviera cierto de que verdaderamente fuese un engaño ni tuviese alternativa que ofrecer o confrontar a lo que, sin punto de referencia propio, me parecía ajeno e injusto, pequeño u holgado según la hora del día o de la década. Ciertamente fui continuamente mejorable, sin dudas, pero en relación a una entelequia que por desconocida e indescriptible me impedía argumentar o reclamar.

De aquellos millones, cada uno me expropió una parcela, y, cínicos, solicitaron cosas que supuestamente había robado o me habían sido concedidas injustamente, y creo que por detrás se reían de la confusión, de que tuviera que considerar como milagro lo que me supo a condena. Uno se quedó con la esposa más querida y otro con la amante perfecta, otro tuvo talentos, los más, dinero y relajación en abundancia, o hijos bellos y una casa transparente con techo; de dos pisos.
No me quejo: tuve sonrisas y semillas y una alforja llena de daños. Quise que yo me viera, quise no desaparecer y puse una escalera desde donde vigilarme o admirarme, según la amplitud o la menudencia del ánimo en vigencia. Y ahí me veía pasar, pero no sabía qué decirme y el atalaya se hizo panóptico autoconmiserable cuando la pequeñez, afectuoso cuando la holgura: Fui mi padre, mi madre y mis hijos. Fui mi policía y mi perdón. Como creador, me dejé bastante que desear, debo decirlo, y fui poco ambicioso, si no desatinado. En otras palabras, fui perfecto.

Tanto que, como tanto me han robado y todos son todo lo que soy pero no pude ser, cuando me vaya, conmigo se irán esos ladrones.
© Aldo Vercellino

Coup de Lapin

En toda historia siempre hay una mujer. En ésta, hay una mujer mitad ficción, mitad animal de espejo que finge sus orgasmos las madrugadas del sábado. La mujer está desnuda, arrodillada en la cama, de espaldas a ti. Te le acercas despacio. Primero, le levantas el pelo y le besas la nuca. Sientes que se estremece. Después, recorres con tu lengua el canalito de la espalda de arriba a abajo. Arrodillado, te colocas detrás de ella y comienzas a introducirle despacio una verga de hierro candente que se va abriendo paso por la vulva hinchada de placer.

Bruscamente te dejas caer de espalda hacia atrás. Entonces, la mujer vuelve el rostro, te mira tiernamente con sus ojos rosados y te sonríe con la pequeña hendidura de su labio leporino.

© Fernando Valerio-Holguín

Fin de mundo

Desayuno con Pierre Cardin, dispuesto a trasladar su atelier, porque un viejo satélite ruso se acerca vertiginosamente a París. Abro la puerta de mi casa y noto que he recibido una tarjeta de invitación para la interesante charla: “El Anticristo: ¿ya está entre nosotros?”. Salgo, y mi vecina me comenta que mañana habrá un eclipse, el último del milenio, “y es posible que hasta se acabe el mundo”. Llego a la oficina y mi madre me llama desde Nueva York para advertirme que compre mucho conflé, pues pronto comenzarán tres días de oscuridad, “pero sobre todo, mi hijo, consíguete dos o tres cajas de velas, que sean benditas, porque si no, no prenden”. Almuerzo en un restaurante, y un par de telépatas ambulantes se acercan a mi mesa gritando: “¡Concéntrese profesor!”, “¡Estoy concentrado!”, “¿Qué clase de futuro le espera a este caballero?”, “¡Incierto!”. Esa tarde, en la sala de espera de mi dentista, escucho sin querer una conversación acerca de una Gran Cuadratura Astrológica. ¿Qué significa eso?, pregunto por curiosidad. Que lo que viene mañana es tan grande que ni los televisores van a funcionar.

De regreso a casa, un tipo parado en la esquina me agrede con un altoparlante: ¡Arrepiéntase que Cristo viene! Enciendo el televisor mientras ceno, y me topo con las profecías de Nostradamus, según las cuales, se acerca una tercera guerra mundial. Apago el televisor, y perdido el apetito, me siento en la santa paz del inodoro, mientras hojeo el más reciente ejemplar de la revista Karma-9, cuyo artículo central se titula: “La inminente llegada del fin”. La cierro rápidamente y tomo la del mes pasado: ¿Por qué la Nasa oculta que existe vida en el planeta Marte? (¿Existe vida en Marte?, menos mal). Chequeo el correo electrónico y encuentro un e-mail de un viejo amigo, anunciándome que acaba de mudarse de Los Ángeles a Colorado, porque los de su secta ya se comunicaron con los extraterrestres, y es seguro que el fin del mundo comience por San Francisco, posiblemente mañana.

Decido acostarme a dormir, y para terminar el día, busco refugio en una lectura edificante. Abro la Biblia, sólo para cerciorarme, de muy buena fuente, acerca de lo que sucederá mañana, o cuando sea. Y entre “Dios dijo: “Hágase la luz”, del Génesis, y “el sol se puso tan negro como vestido de luto, la luna toda se volvió como sangre, y las estrellas del cielo cayeron a la tierra… El cielo se replegó como un pergamino que se enrolla, y no hubo cordillera o continente que no fuera arrancado de su lugar…”, del Apocalipsis, casi me caigo muerto.

Qué vaina. ¿Qué clase de futuro le espera a este caballero? Tres días de oscuridad. Y lo que viene es tan grande que ni los televisores van a funcionar. ¡Mamá! ¿Por qué la Nasa oculta que existe vida en el planeta Marte? ¡Pero sobre todo, mi hijo, consíguete dos o tres cajas de velas! Un viejo satélite ruso se acerca vertiginosamente a la Tierra. ¿Qué significa eso?, pregunto por curiosidad. Un eclipse, el último del milenio. Tan negra como vestido de luto. ¡Arrepiéntase que Cristo viene! Y no hubo cordillera o continente que no fuera arrancado de su lugar. ¡Ni los televisores van a funcionar! ¡Ni los televisores van a funcionar! ¡Ni los televisores van a funcionar! Concéntrese, profesor. Estoy concentrado. El Anticristo: ¿ya está entre nosotros? Y es seguro que el fin del mundo comience por San Francisco. Nostradamus nunca se ha equivocado. ¿Tres días de oscuridad? ¡Qué vaina! Casi me caigo muerto. Como un pergamino que se enrolla. ¿Qué clase de futuro le espera a este caballero? La inminente llegada del fin. ¡Mamá! ¡Mamá! Existe vida en el planeta Marte, menos mal… “pero que sean velas benditas, porque si no, no prenden”. Se acerca una tercera guerra. Que compre mucho conflé. Y es posible que hasta se acabe el mundo. ¡Arrepiéntase! “La inminente llegada del fin”. Si, si, mañana, mañana. Las estrellas del cielo cayeron. ¿Qué significa eso?, pregunto. ¡Que compre mucho conflé! Pierre Cardín, por favor, comunícate con los extraterrestres. ¡Mama!, la luna toda se volvió como sangre. ¡Estoy concentrado! ¡Y ni los televisores van a funcionar! Y es posible que hasta se acabe el mundo. ¿Qué clase de futuro le espera a este caballero? Tan negro como vestido de luto. ¡Incierto!... ¡Incierto!... ¡Incierto!... Nostradamus nunca se equivoca. Y ni los televisores van a funcionar. Arrepiéntase. ¡Arrepiéntase, le ordeno! Si, mañana, mañana, si, mañana, mañana, mañana… ¡Mamá! ¡Mamá!, el sol se puso tan negro como vestido de luto, y Dios simplemente dijo hágase la luz.

© Aurora Arias
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mediaIslaproSÁBADO 046 23 de febrero 2008.-

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