Saturday, January 26, 2008
proSÁBADO 048
Tus triunfos, pobres triunfos pasajeros
(Mano a mano, tango)
NO RECUERDO POR QUÉ mi hijo me reprochó en cierta ocasión:
—A vos, todo te sale bien.
El muchacho vivía en casa con su mujer y cuatro niños, el mayor de once años, la menor, Margarita, de dos. Porque las palabras aquellas traslucían resentimiento, quedé preocupado. De vez en cuando conversaba del asunto con mi nuera. Le decía:
—No me negarás que en todo triunfo hay algo repelente.
—El triunfo es el resultado natural de un trabajo bien hecho –contestaba.
—Siempre lleva mezclada alguna vanidad, alguna vulgaridad.
—No el triunfo –me interrumpía- sino el deseo de triunfar. Condenar el triunfo me parece un exceso de romanticismo, conveniente sin duda para los chambones.
A pesar de su inteligencia, mi nuera no lograba convencerme. En busca de culpas examiné retrospectivamente mi vida, que ha transcurrido entre libros de química y en un laboratorio de productos farmacéuticos. Mis triunfos, los hubo, son quizá auténticos, pero no espectaculares. En lo que podría llamarse mi carrera de honores, he llegado a jefe de laboratorio. Tengo casa propia y un buen pasar. Es verdad que algunas fórmulas mías originaron bálsamos, pomadas y tinturas que exhiben los anaqueles de todas las farmacias de nuestro vasto país y que según afirman por ahí alivia a no pocos enfermos. Yo me he permitido dudar, porque la relación entre el específico y la enfermedad me parece bastante misteriosa. Sin embargo, cuando entreví la fórmula de mi tónico Hierro Plus, tuve la ansiedad y la certeza del triunfo y empecé a botaratear jactanciosamente, a decir que en farmacopea y en medicina, óiganme bien, como lo atestiguan las páginas de “Caras y Caretas”, la gente consumía infinidad de tónicos y reconstituyentes, hasta que un día llegaron las vitaminas y barrieron con ellos, como si fueran embelecos. El resultado está a la vista. Se desacreditaron las vitaminas, lo que era inevitable, y en vano el mundo recurre hoy a la farmacia para mitigar su debilidad y su cansancio.
Cuesta creerlo, pero mi nuera se preocupaba por la inapetencia de su hija menor. En efecto, la pobre Margarita, de pelo dorado y ojos azules, lánguida, pálida, juiciosa, parecía una estampa del siglo XIX, la típica niña que según una tradición o superstición está destinada a reunirse muy temprano con los ángeles.
Mi nunca negada habilidad de cocinero de remedios, acuciada por el ansia de ver restablecida a la nieta, funcionó rápidamente e inventé el tónico ya mencionado. Su eficacia es prodigiosa. Cuatro cucharadas diarias bastaron para transformar, en pocas semanas, a Margarita, que ahora reboza de buen color, ha crecido, se ha ensanchado y manifiesta una voracidad satisfactoria, casi diría inquietante. Con determinación y firmeza busca la comida y, si alguien se la niega, arremete con enojo. Hoy por la mañana, a la hora del desayuno, en el comedor de diario, me esperaba un espectáculo que no olvidaré así nomás. En el centro de la mesa estaba sentada la niña, con una medialuna en cada mano. Creí notar en sus mejillas de muñeca rubia una coloración demasiado roja. Estaba embadurnada de dulce y de sangre. Los restos de la familia reposaban unos contra otros con las cabezas juntas, en un rincón del cuarto. Mi hijo, todavía con vida, encontró fuerzas para pronunciar sus últimas palabras.
—Margarita no tiene la culpa.
Las dijo en ese tono de reproche que habitualmente empleaba conmigo.
Margarita o el poder de la farmacopea Adolfo Bioy Casares
[Argentina, 1914-1999]
http://www.lamaquinadeltiempo.com/Bioy/Cronobioy.htm
http://www.tyhturismo.com/data/destinos/argentina/literatura/escritores/Bioy/Paulina.html
http://www.tyhturismo.com/data/destinos/argentina/literatura/escritores/Bioy/Noumeno.html
http://www.tyhturismo.com/data/destinos/argentina/literatura/escritores/Bioy/En_viaje.html
http://www.tyhturismo.com/data/destinos/argentina/literatura/escritores/Bioy/viejitos.html
http://www.tyhturismo.com/data/destinos/argentina/literatura/escritores/Bioy/Bioy_reportaje.html
http://www.tyhturismo.com/data/destinos/argentina/literatura/escritores/Bioy/Bustos_Domecq.html
http://www.tyhturismo.com/data/destinos/argentina/literatura/escritores/Bioy/Bioy_Italia.html
http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/bioy/abc.htm
http://www.lamaquinadeltiempo.com/Bioy/cuebioy.htm
http://www.lamaquinadeltiempo.com/Bioy/Repobioy.htm
http://www.lamaquinadeltiempo.com/Bioy/debioy.htm
http://www.epdlp.com/escritor.php?id=1471
http://www.geocities.com/athens/agora/9812/bioy2.html
http://www4.loscuentos.net/cuentos/other/7/15/
http://sololiteratura.com/arlt/arlteldiario.htm
http://www.youtube.com/watch?v=QmylvasfPXk&feature=related
http://www.youtube.com/watch?v=OnWB__n-SwM&feature=related
http://www.youtube.com/watch?v=fzt0s1Weie4&feature=related
http://es.geocities.com/cuentohispano/bioy/bioy.html
Contenido
Alejandro Drewes Habitación y espejo
Pablo Martínez Confusión
Nemías Meléndez Revuelta
Helga Vega Canto macho de ballena
Osiris Vallejo Vista infinita desde una ventana
Habitación y espejo
La noche vino (el riel, límite tras límite)
y el viento sobre el llano: el olor de los almiares
(...)
y el rocío de la luna,
el olor huidizo
y tu paisaje temblando a lo lejos
como un corzo en la oscuridad
(dejando sólo el riel, límite tras límite)
Östen Sjöstrand: Paisaje del llano/Slättlandskap
Una noche como puente -¿hacia dónde?-, y una habitación invadida por las huidizas sombras de la noche.
El ojo de la cámara en su desplazarse moroso que apenas logra darnos nada más que un gran espejo de pie, junto a la cómoda. Dentro de la luna, nada. Ni fuera otra cosa que tiemble, como esas mismas aguas tiemblan.
Muy tenues pasos -¿dónde?- apenas quebrando la solemnidad del instante, el crepitar de su incendio suave.
Una noche como puente a tantas otras largas noches, breves noches, azules, rojas, blancas.
Alza apenas tu única voz, y luego tan sólo espera quieta, muy quieta. Ella, o al menos su Sombra en la tierra, vendrá. Tú sin preguntas, sabes qué vendrá, cuándo.
Gota de agua que tiembla y pende todavía de la afilada cornisa del íntimo instante. Agua y fuego, raro placer de las horas que pasan, y de pronto no sabes, y es noche en el mundo, y en esta cúbica miniatura del mundo.
Alguien que grita o ha gritado, un gemido tal vez. Diluida corriente de una voz en el espacio, oh tan lejos.
Como saber el lugar preciso que cobija, la manera especial en que la última luz abandona el Recinto y cada mueble, y recoge cada detalle: la oscura alfombra color de mar en calma; un fragmento del lecho vacío y el contorno en el vano de una puerta cerrada.
Una noche -y esta misma noche- como un barco lentamente derivando, lentamente bajo las estrellas. Oh tú, alto mar de la noche: tus signos, tus Itacas, todos los mundos en la esfera perfecta.
Pente-pente-deca, armónica medida de unas manos que prueban a medir el universo.
Rutas que ignoro, voces que no escucho, tiempo que ya no habitarán mis gestos.
Camino en la cuenta larga de los días que conducen hacia ese puente preciso, en temor de la vida, Biblioteca de Patmos, presente temblor de algo inaudito escondido, acechante en esta profunda y tensa calma.
Algo que de pronto, a mis espaldas, estalle.
© Alejandro Drewes
Confusión
A mí no me gustaban los hombres. Si por algo yo era enfermo era con las mujeres. Pero cómo iba a saberlo. Cuando entré a la discoteca y vi a ese mujerón sentado en el mostrador, no tuve más remedio que írmele a la muela. Qué boca tenía la maldita, unos labios carnosos como me gustaban y un cuerpazo de matamacho que había que ver; es que estaba para comérsela. Yo no me di cuenta de nada. Cuando me la llevé me la fui tragando por todo el camino hasta la habitación. Yo sé que la bebida hizo una parte, pero ella hizo el resto. Cuando me le tiré arriba en la cama y le sentí el bulto, fue que caí en cuenta; una mujer no podía tener eso tan grande. Sólo le metí tres puñaladas y me fui del sitio. Es que a mi no me gustaban los hombres.
Al otro día me agarraron preso porque el tipo se murió. De veinte años que me echaron lo bajaron a diez. ¿Qué cómo llegué a esto? No lo sé, pero fue despacito. Después de siete años en la Victoria, uno se degenera y la costumbre hace ley. El primero fue Manuel, ese ya está enterrado; al segundo lo soltaron y está interno; y a este que tengo ahora ya le falta poco para morirse. A mí no sé cuándo me tocará; dicen que soy cero positivo. Estoy terriblemente arrepentido de aquel hecho. Más ahora con este sentimiento, que no puedo arrancarme. Si usted lo hubiera visto me entendería. Yo lo maté, nunca me lo voy a perdonar; me llevo mi culpa a la tumba. Perdóneme padre, pero si usted hubiera visto lo bueno que estaba ese hombre.
El confesionario quedó solo. El sacerdote alcanzó a ver la figura de una extraña mujer saliendo de la capilla, un policía la esperaba en la puerta.
©Pablo MartÍnez
Revuelta
En la vieja mecedora de guano, ella tarareaba una canción tradicional. Mientras bordaba uno más de sus suéteres, que apilaba en un rincón del closet, en colores y tamaños adecuados para los "suyos", los dedos entre puntada y puntada, recorrían las cuentas del viejo y gastado rosario malva. Él, de cuando en cuando, por encima del diario, la miraba distraído a través de los cristales bifocales. Ayudaban a centrar el objeto y definirlo. Importaba poco, costumbre de las tardes, pasado el café y una que otra conversación insulsa. No eran viejos, tampoco jóvenes, vivían el limbo que precede la conciencia de los años.
Evitaba pensar, no quería, sin embargo volvían los recuerdos en un flujo-reflujo recurrente. Cincuenta años correteando el día a día y la desazón engordando imparable, como gestación no deseada. Ya, ni hablar era bueno, callaba y consentía. Un día amaneció gris plomo y cansado, celebró un funeral mental y sin ritos ni aspavientos, sepultó la idea de levantar un puente de avenencias. Fue mal ingeniero, no encontró cálculos, ni formulas adecuadas; peor aun, intentos anteriores se estrellaron contra el pétreo muro tradicional e inoculado hasta la médula, por milenios de educación conservadora, la pesada joroba de un patrimonio generacional aberrante, que se extendía mas allá del razonamiento. ¿Cómo sobrevivir el diario discurrir, sin convertirse en navajas cortantes, asesinas de posiciones y convicciones? Él explosivo, pero racional, inclinado a desmenuzar las causas y a prever los efectos. Ella displicente y caprichosa, orientada a zanjar las discusiones con el filo gélido de un ¡Ya! o un silencio de días como la ausencia.
Así iba la vida, colmada de contradicciones. Ahora florecía, prometía un vacuo aliciente para seguir en el tiovivo. Los motivos primarios, aquellos que germinaron del envión inicial. Ya adultos, ajaban sus propios ropajes, desesperaban a sus otros, integrándose a lo ya recorrido. El universo mutuo se llenaba de una fábula, que respondía al nombre genérico de matrimonio. Y ella era feliz. Casada, con hijos, una familia. Sin penurias, ahora, podía dedicarle su tiempo. Pensar en los nietos y revivir en ellos. En su hermético mundo no cabían otras cosas. Si algo pretendía descarrilar el tren cotidiano. Lo demolía. Contribuyó al machismo del hijo, preparándolo para que ninguna hija de "sabe dios quien", lo cogiera de pendejo. Sin embargo, le acusaba. Y él, era el resultado de otra madre con los mismos desvelos. Viciosa paradoja circular. Lloró a lagrimas solas su tragicomedia. La herida suturó muda entre pecho y espalda. Porque el dolor de ella, le apenaba, oprimía el pecho y la conciencia. ¿Cómo podrían entenderse, fijar las prioridades y desembocar en un consenso que permitiera alcanzar el fin de los días asignados?
Tomó el abrigo –afuera la llovizna obscena y lujuriosa, fornicaba los cuerpos a su alcance y al resto de tarde que languidecía entre migajas de luz solar que se apagaba en el lejano horizonte, como moneda roja- decidido a no trillar más el eterno y condenado círculo absurdo.
—Abrígate, cúbrete la cabeza, hace frío y llovizna, podrías resfriarte.
Milimétricamente eficiente, atenta al mínimo detalle. Apenas movió la cabeza como asintiendo. No le gustaba, es más; nunca le gustó que le dijera que, como, cuando y por qué. Se fue sin razonar si era lo justo después de tantos años. Y por primera vez, el adictivo y venenoso sabor del egoísmo puro y sin remordimientos, recorrió las papilas gustativas de su raciocinio. En lo recóndito de ese mismo raciocinio, sabía que la amaba, que no se extirpa un sentimiento, no hay escalpelo para lo entrañable, pero era otro amor; talvez mero hábito, como comer, respirar, defecar o morirse. Ya no tenía fe, la perdió en el camino. Quedarse significaba, la ruina total. Acabarían dañándose, porque fueron "felices" de alguna forma; con mudos tragos amargos por la coexistencia, la armonía; los hijos, razones diversas para esgrimir, pero razones. No huía. Anhelaba sentir que no era una cosa, un mueble o una rutina sana. Pretendía, tener conciencia de existencia, un algo más que "mi marido". Salía vacío y ajado, lo puesto y un poco de dinero en los bolsillos. La jaula de los párpados parió una lágrima, quizás no era tan duro después de todo. Había dolido la soledad, no por ella misma; sino por el tiempo envolvente y despiadado. La libertad, ¡coño!, pero no así: arrugado, cansado, torpe y solo. Todo quedaba atrás como un paquete, como un lastre pesado. Volvía a la incertidumbre, al no saber. Pero mejor que la nada abandonada, y a medida que se alejaba a grandes zancadas. Desconocer el devenir le seducía.
© Nemías Meléndez
Canto macho de ballena
No pretendo ser quien no soy, se interpone el mar entre nosotros. Comprendo cada uno de sus argumentos (casi todos); es el macho en la cama y en la vida. Lo que no puedo compartir es su proceder violento-no-violento, distante, tosco, a destiempo y contratiempo, cada vez que anclamos en la isla. Cimarrón, guabina y carpintero, dispone todo a su antojo; lucha contra mi terquedad asquerosamente heredada. Lo siento agitado, entra, sale, viene y se va, atiende tres asuntos a la vez, en su cabeza repasa mil veces la agenda del día y de los próximos, escribe en rojo cruzaíto, tacha y retacha con su amarillo preferido. Se siente maltratado por el tráfico, la gente, la ciudad excavada y ahora vengo yo a trastocarle su media rutina apenas lograda. Soy amante de su boca, que es la puerta. Nada me seduce más que su elaborado canto, pleno de trucos y burbujas, y mirarnos cuando entra en mí. Cada día que pasa pierdo más la cordura. La costa sur nos calmó, supimos llevar el compás a tiempo de pueblo y provincia, pero un polo elevado y desolado nos movió el alma y la desazón, fuimos dos desconfigurados. Volvieron sus ojeras, su despertar madrugador, nervioso y el celular que lo agita sin pizca de susto cuando vibra. Pronto la montaña le impondrá su letargo y esta vez no insistiré en subir a pie, será en su bolsillo. Algún día me llevará donde todo comenzó.
© Helga Vega
Vista infinita desde una ventana
Todos los días, a las dos en punto de la tarde, se lanza alguien al vacío desde la azotea del edificio de enfrente. La primera vez que lo contemplé fue tal mi asombro que empezó a fallarme la respiración. Me costó gran esfuerzo caminar hasta el teléfono y llamar a la línea de emergencias.
—Corran o será demasiado tarde. Alguien se lanzó de un quinto piso, aún se mueve en tierra. Por favor, vengan.
—Pero…aah…¿por qué se halla usted tan agitado?
—¡Cómo! ¿Le parece poco?
—No se exalte tanto por algo que pasa a diario. Enviaremos a alguien dentro de unas horas para que recoja el cadáver.
—Pero…
—Hasta luego –articuló la voz en forma concluyente, antes de colgar precipitadamente el teléfono.
Me acerqué nuevamente a la ventana. La gente cruzaba indiferente. Nadie se detuvo. Nadie. Cuando llegaron mis tíos les conté lo sucedido. Se rieron a carcajadas. Me dijeron que aquello era un ritual cotidiano. Después se fueron a dormir la siesta. Yo, que había llegado del Sur el día anterior, no entendía nada; y no entender es terrible.
Ahora, diez años más tarde, al contemplar sin asombro el acto infinito, entiendo; cada vez más, entiendo…y eso es más que terrible.
© Osiris Vallejo
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mediaIslaproSÁBADO 046 26 de enero 2008.-
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