Saturday, November 24, 2007

proSÁBADO 046




USTEDES DIRÁN que es pura necedad la mía, que es un desatino lamentarse de la suerte, y cuantimás de esta tierra pasmada donde nos olvidó el destino.

La verdad es que cuesta trabajo aclimatarse al hambre.

Y aunque digan que el hambre repartida entre muchos toca a menos, lo único cierto es que todos aquí estamos a medio morir y no tenemos ni siquiera donde caernos muertos.

Según parece ya nos viene de a derecho la de malas.

Nada de que hay que echarle nudo ciego a este asunto. Nada de eso. Desde que el mundo es mundo hemos andado con el ombligo pegado al espinazo y agarrándonos del viento con las uñas.

Se nos regatea hasta la sombra, y a pesar de todo así seguimos: medio aturdidos por el maldecido sol que nos cunde a diario a despedazos, siempre con la misma jeringa, como si quisiera revivir más el rescoldo. Aunque bien sabemos que ni ardiendo en las brasas se nos prenderá la suerte.

Pero somos porfiados. Tal vez esto tenga compostura.

El mundo está inundado de gente como nosotros, de mucha gente como nosotros. Y alguien tiene que oírnos, alguien y algunos más, aunque les revienten o reboten nuestros gritos.

No es que seamos alzados, ni es que le estemos pidiendo limosnas a la luna. Ni está en nuestro camino buscar de prisa la covacha, o arrancar pa'l monte cada vez que nos cuchilean los perros.

Alguien tendrá que oírnos.

Cuando dejemos de gruñir como avispas en enjambre, o nos volvamos cola de remolino, o cuando terminemos por escurrirnos sobre la tierra como un relámpago de muertos, entonces tal vez llegue a todos el remedio.

II

Cola de relámpago, remolino de muertos. Con el vuelo que llevan, poco les durará el esfuerzo. Tal vez acaben deshechos en espuma o se los trague este aire lleno de cenizas. Y hasta pueden perderse yendo a tientas entre la revuelta oscuridad.

Al fin y al cabo ya son puro escombro. El alma se ha de haber partido de tanto darle potreones a la vida. Puede que se acalambren entre las hebras heladas de la noche. O el miedo los liquide borrándoles hasta el resuello.

San Mateo amaneció desde ayer con la cara ensombrecida. Ruega por nosotros.

Ánimas benditas del purgatorio. Ruega por nosotros.

Tan alta que está la noche y ni con qué velarlos. Ruega por nosotros.

Santo Dios, Santo Inmortal. Ruega por nosotros.

Ya están todos pachiches de tanto que el sol les ha sorbido el jugo. Ruega por nosotros.

Santo san Antoñito. Ruega por nosotros.

Atajo de malvados, retahila de vagos. Ruega por nosotros.

Cáfila de bandidos. Ruega por nosotros.

Al menos éstos ya no vivirán calados por el hambre.

La Formula Secreta / Juan Rulfo [México, 1917-1986]
http://www.literatura.us/rulfo/index.html
http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/juanrulfo/cronologia.htm
http://www.elortiba.org/rulfo1.html
http://amediavoz.com/poetas.htm
http://www.um.es/cat_hisp/rulfo.htm
http://portal.rds.org.hn/listas/hibueras/msg08685.html
http://sololiteratura.com/rul/rulobras.htm
http://academic.uprm.edu/~yeseniap/id80.htm
http://www.elpelao.com/letras/2757.html
http://www.escribirte.com.ar/autores/21.htm
http://agosto.libertaddigital.com/articulo.php/1276232188
http://home.houston.rr.com/literatura/juan_rulfo.htm
http://www.ddooss.org/articulos/cuentos/Juan_Rulfo.htm
http://www.ddooss.org/articulos/cuentos/J_Rulfo.htm
http://antoncastro.blogia.com/2005/120603-la-maquina-de-escribir-de-juan-rulfo.php
http://www.antorcha.org/liter/rulfo.htm
http://letras-uruguay.espaciolatino.com/aaa/rulfo/la_voz.htm
http://www.letras.s5.com/jr220106.htm
http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/rulfo/jr.htm

Contenido

El vendedor de molenillos – Virgilio López Azuán
Duda – José Báez Guerrero
Vivir del cuento – José Carvajal
Diario de una muñeca de aparador – Aletse Santiago

El vendedor de molenillos

Dios estuvo en casa, llegó con su venta de molenillos, preguntó por mi padre que había muerto, como si él no lo supiera. Mi madre, llorosa por el recuerdo evocado, secó sus lágrimas y lo invitó a tomar un café. Ella no sabía que ese vendedor era Dios.

Dios no rechazó la invitación. Mi madre fue a la cocina a preparar el café. Dios, que era un poco inquieto, se levantó del sillón y fue al patio donde los niños y las niñas jugaban sin parar. Ellos hacían figuras humanas con barro. Dios se les acercó y habló quedamente con ellos. Luego vino el milagro, como aquella vez: Sopló aire por la nariz de los muñecos. En ese momento llegó la vida, y llenos de ingratitud huyeron del lugar.

© Virgilio López Azuán
Duda

...cumplía años y durante el día había recibido llamadas de felicitación de familiares y amigos que se lamentaban de que no fuese como todos los años a celebrar un fiestón con motivo de hacerse más viejo lo que le tenía un poco triste pero su mujer le había convencido la semana anterior de que la cosa no estaba como para gastarse esos cuartos en fiestas porque al final de la noche por mucho que gozara iba a tener el bolsillo castigado y las tarjetas de crédito heridas seriamente lo cual en verdad quizás no era muy prudente y esta ingenua y dulce mujer suya siempre decía lo que estaba a flor de corazón por lo que no debía dudar de ella cuando enumeraba las razones por las cuales no convenía hacer la fiesta de cumpleaños así que se dejó convencer de que lo mejor sería salir a cenar ellos dos juntos para acordarse de cuando salían solos como salen los novios y ella le visitó en la oficina al mediodía y le llevó un brownie con velita encendida que fue todo un espectáculo y a media tarde llamó para recordarle que como iban a salir no olvidara asegurarse de llegar a tiempo a la casa pero ahora llegaba a la casa cansado de un día entero de trajinar y duda si acaso no seria mejor quedarse en casa tomándose un whisky o una copa de vino tinto mientras miraba el juego de pelota en lo que ella preparaba unos sandwichitos pero sabía que no podía salirle con eso a ella porque seguramente ya estaba cambiada de ropa esperándole porque mira la casa como está de oscura con todo cerrado pero ¿ese no es el carro de sus compadres? bueno quizás es parecido déjame entrar a echarme una agüita para irme a celebrar estos 37 años tan bien gozados que los llevo y ahora esta llave que no abre....

...al abrir la puerta se encendieron las luces y vio sorprendido cómo todos sus amigos comenzaban a cantar el happy birthday tuyú, unos con pitos y maracas y otros con sombreritos de colores evidentemente contentos por los varios tragos de ventaja que llevaban tomados mientras aguardaban que llegara a casa para sorprenderlo como en efecto lo habían sorprendido y en medio de toda la algarabía estaba parada en perfecta armonía con su belleza y sonreída con una picardía que parecía nueva en ella que siempre había sido transparente como un velo de seda blanca hasta ahora que pudo envolverlo y cegarlo con los dobleces del paño de suave traslucidez y muy creído de que iban a salir solos traerlo engañado hasta su propia casa a una espléndida fiesta de cumpleaños.

Sonrió también, miró asombrado alrededor y una duda fulminante hirió de muerte su sonrisa. ¿Y estas artes de la simulación tan extraordinariamente empleadas para montarle este asalto, habían siempre estado en ella o eran un nuevo atributo? Sonrió, y el brinco del corazón le dijo que jamás nada sería como antes....

© José Báez Guerrero

Vivir del cuento

—Perdone, ¿es usted Patterson, el escritor?

—No, no soy Patterson el escritor, soy agente de alquiler de autos.
—Disculpe.

—No se preocupe. ¿Por qué pensó que yo podía ser Patterson, el escritor?

—Es que usted se parece al escritor, y el escritor se parece a un agente de alquiler de autos. Olvídelo, son mañas de mi oficio.

—¿Y usted que hace?

—Soy interrogador.

—¿Interrogador? ¿Trabaja para la policía?

—No, trabajo para Patterson, el escritor.

—Y si es así, ¿por qué me pregunta si yo soy él? Usted debe conocerlo perfectamente.

—Sí, lo conozco perfectamente, pero qué quiere que haga. El está allí dentro del vehículo que acabamos de alquilar en esta agencia, y me dijo que viniera a preguntarle si usted era Patterson, el escritor.

—No entiendo nada.

—Pues mejor, porque yo tampoco entiendo nada.

—¿Y entonces por qué se presta para hacer este trabajo?

—Primero, porque me pagan bien sin ser, digamos, policía; y segundo porque quiero adquirir experiencia para ser como Patterson, el escritor.

—¿Y usted quiere ser como él?

—Claro, ¿a quién no le gustaría ser cómo él?

—¿Y cómo es él?

—Pues, como usted. No escribe una sola palabra, pero vive del cuento y es un hombre próspero ante los ojos de la sociedad.

—Y cómo es posible que siendo escritor no escriba ni una sola palabra.

—Bueno, él no tiene la culpa.

—Ah, no. ¿Y quién tiene la culpa?

—Los lectores.

—¿Los lectores?

—Sí, los lectores.

—A ver explíqueme, ¿por qué los lectores tienen la culpa de que un escritor como Patterson se gane la vida como escritor sin escribir ni una sola palabra?

—Porque siguen comprando sus libros.

—¡Pero todo esto es una contradicción! Sigo sin entender.

—Mire, en estos tiempos hay muchos escritores que no escriben y muchos lectores que no leen.

—¡Pero eso es una falta de honestidad con uno mismo!

— Exactamente. Pero a nadie le importa. Por ejemplo, ¿ha leído usted alguna vez a Patterson, el escritor?

—No, la verdad no lo he leído.

—Entonces, ¿por qué tiene usted esos libros de Patterson sobre su escritorio?

—Bueno, mire, con usted no me queda otra que confesarme. Yo soy uno de esos lectores que no leen, pero no se lo diga a mi jefe, porque si se entera me baja el sueldo.

—No entiendo, ¿qué tiene que ver una agencia de alquiler de autos con la lectura?

—Lo que pasa es que mi jefe quiere ser escritor, y al igual que usted aspira a ser como Patterson.

—Pero eso a usted no le conviene. Si su jefe llega a ser como Patterson, usted perderá su empleo.

—No, no lo creo.

—¿Y por qué está usted tan seguro?

—Porque yo aspiro a ser su interrogador, aunque no sea policía. De modo que cuide su puesto, y a Patterson que cuide el suyo. Si no, yo vendré a interrogarlo a usted, y Patterson estará metido en su oficina de gerente queriendo ser como mi jefe.

© José Carvajal

Diario de una muñeca de aparador

Un día de ésos, de un año impreciso.

Sí, regreso a mi vieja afición de hilvanar palabras con la punta de un lápiz en lienzos blancos, como cuando fui la niña cuidada de mamá, la estudiante modelo, la hijita de papá, aquella a la que regalaron un diario. Y ahora, ¿quién soy? Veamos: adorno y estoy minuciosamente vestida para que deseen tenerme entre sus manos, acaricien mi pelo artificialmente cobrizo, para perpetuarme en sus pupilas por un instante. Regalo fantasías y estoy diseñada para decir eternidades en medio del gemido. Lo que no saben es que esas palabras aún me salen del corazón, porque no ven mis lágrimas de aserrín, e ignoro el sentido de la risa cínica. Se acercan, me sacan del aparador, me dan la vuelta, me suben y bajan, me visten y desvisten, me codician; me degustan, palpan, estrujan; se dejan querer y escuchan asombrados mi melodía interna, mientras en mi caja musical doy vueltas y vueltas sin parar. Cierran los ojos, me miran con la yema de los dedos, sonríen y a veces lloran porque saben que soy de porcelana, resquebrajable. Entonces, cuidadosamente me vuelven a poner en mi plataforma circular, me dan un beso, y se van. Sí, eso es lo que soy: una muñeca fina de aparador.

Una semana después de ese día cualquiera.

Como muñeca de aparador no espero nada. Sólo hago lo que tengo que hacer: cotizarme, adornar y regalar quimeras a sedientos de olvidos. Pero esta noche alguien llegó, miró más allá de mis pupilas ahogadas y me dijo que odiaba a quién me puso tras la vitrina. “Nadie me puso aquí”, le respondí. “Tú sabes que sí”, me dijo con voz susurrante, “y me duele que ni siquiera tengas el valor de admitirlo”. Yo callé por unos instantes antes de preguntarle, sin mirarlo a los ojos: “¿Importa eso ahora?” “Importa”, me contestó, “porque sin caerte te estás rompiendo, estás muriendo por dentro. ¡Déjame sacarte de aquí!” Se romperá él también, lo sé. “No me conoces, ninguno de los dos se romperá. Nadie más te pondrá tras una vitrina. Yo cuidaré de los dos.” Fueron sus últimas palabras. Tengo miedo.

Un día muy preciso, el cielo se abre.

Ahora los dos estamos dentro del aparato de quimeras y engrasamos los engranes de las horas. Todo está en orden. Bajamos la cortina del tiempo e ignoramos al mundo y sus miserias. Abiertos, sin miedo, nos contamos todos los secretos. Me gustan estas lágrimas que me saben a riachuelo de aguanueva. Miro por la ventana y desconozco el pueblo, aún cuando llevamos meses viviendo entre sus gentes que nos ven como extraños. Él duerme. Respiro su silencio y se ensancha el paraíso. Sonrío. Muy lejos están las calles donde deambulaba vestida de lentejuela, tacones altos, y mis labios de rojo insinuante. La noche me llama con voz ronca. Cierro instintivamente las cortinas espantando el presagio. El gorjeo de un búho se estrella contra el portal, y el croar de las ranas se filtra por debajo de las puertas. Un repeluzno trepa mi seguridad como mala hierba. Él me llama a refugiarme entre las sábanas, a disipar el insomnio que poco a poco diluye con el calor de su abrazo.

Un día de ésos, de un año preciso.

La muñeca está nuevamente bajo las luces de neón. Mi sombra es ahora artificial. No siento rencor. Salgo y entro a la hora que quiera de la vitrina de cristal. Me cubro bien de los azotes de la noche impía. Se han cotizado mis besos; mis caricias y mis palabras tienen precio. Soy libre. Se me acabaron las lágrimas de aserrín, y a veces regalo quimeras por el puro y mezquino placer de ponerlos a ellos a dar vueltas en mi caja fría y musical. No acepto sus besos. Ya no pueden romperme. La porcelana es ahora unicel y estambre de nylon. Me rompió aquel que, diciéndome “¡odio a quien te puso tras ese aparador!, un día, sin más ni más, desapareció. Arrastró con los restos de ternura que había dejado aquel otro, que habiendo violado mis sueños, me lanzó al ruedo, poniéndome por primera vez tras el aparador.

Un día de hoy, de un año funesto.

Nadie se acerca a mí. Los vidrios están sucios de neblina ociosa. Llueve sin cesar, sin mojar, pues hace meses que estamos en sequía, y las aceras están calientes aún cuando ya es de noche. Ladran los perros su aburrimiento y un gato me maúlla desde la azotea. Busco un techo y no lo encuentro. Mi piel besa a mis huesos; la hondura de mis ojos son los de un pozo seco. Mis manos tiemblan. Medio giro y me falta el aliento. La cuerda rota. Las medias jaladas y un zapato sin tacón. ¿Quién vendrá a darme cuerda? ¿Quién me regresará mis quimeras?

Un día cierto, hoy brilla el sol.

Todo es blanco, limpio, absurdamente etéreo. Me sostiene una cama como un lecho de nardos suaves. Por mis venas fluye el líquido vital que aminora el llanto de mi cuerpo. Él está aquí, de mi mano, y me lleva a la cornisa de nuevas lunas, de incógnitos espejos. Él fue el que me alejó de mi casa, vamos nena, soñemos... Me desviste con delicadeza, perfuma mis sueños adolescentes, y se hunde en mi pecho virgen. Hurga en mis adentros y ve en mí tierra fértil. Me vuelve a vestir, ha cambiado mis calcetas blancas por medias brillantes y vestidos de seda. Gira, me dice, y yo giro, giro, giro... Estiro mis manos, trato de tocarlo. Abro los ojos; otros ojos me miran con lástima. Batas blancas y un meneo de cabeza de derecha a izquierda, de izquierda a derecha... Mi precio tuvo su costo. La caja de música dará sus últimos acordes; se la tragará la tierra y me llevaré por siempre a unos tantos de ellos, contagiados... Nadie se atreve a acariciar mis llagas, a tomarme de la mano. De muñeca de porcelana, princesa, ahora soy un guiñapo. Un silencio de réquiem invade la habitación. Pero se abre el cielo, brilla el sol; todo es blanco, limpio, calmo: absurdamente etéreo... y sonrío antes de cerrar para siempre la cortina del tiempo.

© Aletse Santiago
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mediaIslaproSÁBADO 046 24 de noviembre 2007.-